Donde está tu tesoro, allí está tu corazón - Dori Terán



Relato inspirado en la fotografía

 
A menudo había interrogado a su mente y a su espíritu con aquella pregunta que latía con fuerza en todo su ser sin que ella se lo propusiera. ¿Por qué sigues habitando este asfalto duro y frio?. ¿Qué te mantiene en esta mole de ladrillos apilados? Calles que se cruzan y otras que en su paralelo nunca se encuentran. Arboles huérfanos de monte y de aire libre queriendo simular naturaleza. Sonidos de coches , autobuses y camiones en una carrera enfebrecida por no perder el tiempo y aquellas sirenas de ambulancias y policías anunciando la tragedia de otras vidas y que siempre le erizaban los vellos del cuerpo en un respigo de dolor y sobre todo de miedo. A veces conseguía evadir su pensamiento y principalmente su sentimiento. Se enrolaba en el ritmo de la ciudad y olvidaba la cuestión. Pero cuando la tristeza la invadía sin pedirle permiso y sin ninguna justificación aparente, cuando su alma se sentía desubicada, “fuera de”, cuando una sensación indescriptible de no pertenencia se apoderaba de la vida, entonces, si, entonces, ella se hacía consciente de su existencia fuera de lugar y fuera de sí misma.
Tenía una familia cuasi perfecta. Felipe era un buen esposo, un buen padre, un buen hijo, un buen hermano…una buena persona en definitiva. Ella aborrecía los juicios y utilizar las etiquetas de bueno y malo para cualquier cuestión. Lo que construye y no daña era su única observación y lo llamaba amor. Lo que destruye y hiere no formaba parte de su código y lo llamaba oscuridad. Aplicaba continuamente la observación a todos sus pensamientos, sentimientos y acciones y solía decir riéndose:-“Me pillo muchas veces fuera de donde quiero estar”. No solía proyectar sus miradas hacía otras personas, sabía que el único espacio que podía cambiar era el suyo propio. No obstante en la interacción que estamos obligados irremediablemente en nuestras relaciones, si veía actitudes, formas, voluntades, intenciones…y trataba de comprenderlas desde la certeza de que cada uno en nuestro proceso de evolución y crecimiento hacia nuestra esencia, transitamos diferentes niveles o etapas y que en todas y cada una de ellas viviremos las consecuencias de la elección ante las distintas posibilidades que la vida siempre nos brinda. -“Recogeremos lo que sembramos consciente o inconscientemente” solía apostillar constantemente. -“Somos creadores de nuestras vivencias” era otro de sus principios. Su hijo Pedro la había colmado de grandes alegrías, estudioso, sano en sus costumbres, alegre y solidario. Le había educado sin grandes discursos sobre lo que se debe o no se debe hacer. Consideraba que la arenga más sólida es aquella en que las cosas quedan hechas y entonces ya están dichas. Le enseñó a buscar en cada situación, el aprendizaje y el progreso de todo lo que edifica la vida bella Cuando Pedro creció y pasó de niño adolescente a joven, respetó siempre todos los
movimientos de él en todas las facetas de la vida. –“Las experiencias vividas son las mejores maestras” comentaba muchas veces con una sonrisa. El adoraba a aquella madre que siempre estaba presente y con frecuencia desde ese silencio que lo dice todo porque nos permite escucharnos, buscarnos y encontrarnos a nosotros mismos. Muchas personas más formaban parte de la familia y la armonía solía reinar en su trato. Ella estaba convencida que la Energía de Amar cuando se practica libremente, se expande y limpia y sana cualquier fricción que esté buscando conflicto. No siempre era fácil mantener la paz pero la voluntad y la actitud de que así fuera se incorporaba como un hada mágica y seguramente por contagio, en la naturaleza de todos los individuos y de allí brotaba esa paz que nos puebla eternamente y que un día hemos olvidado en el fragor de vivir la programación establecida e inducida por nuestro sistema. Ella sabía que somos más mucho más que este laberinto vacío y desalmado que nos invade. ¿Tal vez polvo de estrellas?.

Felipe sabía cuánto echaba ella de menos una vida más nativa. No en vano la veía escaparse con frecuencia a la playa aún medio salvaje que había cerca de su casa y la veía regresar pletórica de ánimo y aliento. Se acercaba la fecha de su aniversario de boda. Veintisiete años de convivencia plena, de risas y llantos, de trabajos y regocijos, de errores y perdones, de generosidades y egoísmos…¡compartir, compartir, compartir!. Huella perpetua. Reservó una habitación en una casa rural de un pequeño pueblecito de montaña, le daría una sorpresa el fin de semana. Nerviosa e intrigada se subió al coche con Felipe que no quería contarle a donde se dirigían. El paisaje se iba tornando fascinante a la vez que dudosamente conocido según se adentraban en un precioso valle ¡Era de ensueño!...y recuerdos, si, recuerdos…¿qué recuerdos?. Los ojos se alzaban escalando las montañas con la mirada para chocar sin remedio con las formas juguetonas en las rocas de un impresionante desfiladero. Como le sonaba aquella talla de la naturaleza en la que dos peñascos parecían tomar vida en la figura de dos camellos que sentados uno frente al otro se quedaron detenidos en un beso eterno y dibujaban en el espacio vacío entre sus cuerpos el mapa de Africa como explicando así el origen de su sueño. La música en murmullo del agua cristalina y espumosa de una cascada alta y majestuosa la sorprendió en el salto de la misma…y entonces, si, como si notas musicales bañadas en halos de luz dorada atravesasen todo su ser, entonces… recordó. Estaba en el maravilloso enclave de Orbaneja del Castillo. Cuando había comenzado la aventura de la vida al lado de Felipe y tras su boda blanca, habían vivido allí, en el recóndito lugar, toda la explosión de la pasión que formaba parte de su amor. Solo una vez. Una vez fue suficiente para que todo el embrujo del lugar dejara en su alma un sabor de autenticidad. El lugar desnudo y veraz impregnado de pureza, el amor impetuoso, intencionado y limpio…. ¡Esa era su añoranza!.
Cuando llegaron a la casita rural con los ojos impregnados de luz y el corazón rebosando sabiduría y amor, Sofía que gobernaba la casa salió a recibirlos. Portaba en sus manos como una ofrenda de bienvenida un hermoso racimo de uvas negras que contrastaban con su vestido blanco e invitaban al más dulce placer divino. Manjar de los dioses hoy para los humanos. Felipe y ella se miraron a los ojos sabiendo que el delicioso presente era un símbolo porque el regalo está en las manos que lo dan y estas eran las mensajeras de que se avecinaba para ambos un tiempo de cambio y en este lugar. Vientos de danzas nuevas y abrazos viejos soplaron para ellos.
Como ella dijo siempre:-“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”






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