Uvas de camino - Esperanza Tirado


Relato inspirado en la fotografía


¿Qué se le puede regalar a alguien que, en teoría, ya lo tiene todo? Y encima, es un regalo de compromiso; porque yo, a este señor no lo he visto, ni seguramente lo veré más en mi vida.
¿Quién me iba a decir a mí que un día pasaría por mi bodega un personaje de semejante categoría? Ya he leído de todo en internet sobre él. Que si compró islas que valían millones, que si sobornó a este, al otro y al de la moto, que si ordenó matar a no sé cuantos enemigos, que si dio una beca de estudios a cien niños sin posibles, que en no sé qué país le adoran porque se va de veraneo a su mansión y se gasta la pasta en el casino…
Pero mi padre, bodeguero de cuna y estirpe, se empeñó. Que ya que el Rey de no sé dónde, (no me acuerdo del país ni sabré pronunciarlo en mi vida), va a pasar por estas benditas tierras de camino a otro gran casino, pues qué menos que invitarle a pasar una noche en nuestra casa y mostrarle cómo funciona todo. Y, de paso, regalarle media cosecha embotellada.
Y arruinarnos. Porque a veces pienso que mi padre no sabe lo caro que es sacar la producción de cada año. Parece mentira, después de los años que llevamos comiendo de lo que da esta tierra. Que somos de los pocos que no caímos entre los socavones de la crisis.
No es por ponerme moños, pero gracias a mis estudios de Marketing Empresarial y Enología supimos superar los contratiempos. Mi padre, de la vieja escuela como es, no estaba muy seguro de que un hijo suyo dejara de pisar la tierra de las vides y pusiera sus pies en el asfalto de la ciudad.
Que me iba a ablandar, que conocería a chavalas y chavales que me despistarían y que me olvidaría de la familia y de las uvas. Y como es ‘cofrade’ de la Virgen del Puño Cerrado le costó aún más prestarme el dinero para estudios, alojamiento, libros y demás. Ese ‘demás’ era lo que le preocupaba y lo que le hacía pensar que mi vuelta no se produciría.
Pero aquí estoy. Cinco años después recorrí el camino inverso, con un título bajo el brazo, conocimientos teóricos y muchas ganas de llevarlos a la práctica.
Mi padre se alegró de verme, desconfiado él; pero su alegría por el regreso del hijo pródigo se volvió recelosa al ver el despliegue de planes que yo traía conmigo para modernizar el negocio. Que para eso me hubiera quedado en la ciudad con mis aires de señorito. Que la familia llevaba siglos llevando hacia adelante el negocio. Que sus manos no habían hollado la tierra para que ahora viniera yo con pantallitas, mapitas y dibujitos.
Casi me rendí al verlo tan ofendido. Pero mi madre se puso de mi parte y, poco a poco, fue desbastando la corteza cabezona y logró llegar a su interior.
Y pasaron un par de años y mi visión de modernizar el negocio tuvo éxito. Nos diversificamos, embotellamos una nueva categoría de vino para gente joven, organizamos visitas guiadas en época de cosecha, arreglamos la cabaña de los capataces y nos metimos en el mundo del turismo rural de fin de semana.
Total, que fuimos con el viento a favor y nos situamos a la vanguardia de la producción vinícola de la zona.
Mi padre recibió varios premios a la calidad empresarial y a la modernización. Esas cosas con las que a los ayuntamientos y cámaras de comercio les gusta tanto presumir. Y nos fuimos dando a conocer más allá de nuestras fronteras y expandimos ventas a otros países.
A veces miro a mi padre y se le pone cara de Tío Gilito nadando en su mar de monedas de oro. Siento que está orgulloso de mí, aunque no lo diga claramente.
Como ahora. Que me nombró a mí encargado de entregar el regalo a este gran potentado.
Tú, que tienes labia y estudios. Tú serás quien le entregue el regalo. –Me dijo mientras cenábamos.- Y tú sabrás lo que le regalas, ya que mi idea no te parece acertada.
Yo no dije nada. Pero estaba claro que no me podía negar, ya que había sido yo quien había puesto nuestras uvas en el camino de la fama, por decirlo así.
Y pensé noche tras noche, durante quince, en regalos posibles e imposibles. Perdí el sueño y casi el apetito.
Hasta que por fin vi la luz. Si va a venir hasta aquí por nuestro vino, eso será lo que le daremos, pensé. Nuestras uvas para aligerar el camino, para el recuerdo y para la vuelta.
¿Qué te parece, padre?– pregunté mostrando un generoso racimo mientras dábamos un paseo entre nuestras vides.
Mi padre se detuvo frente a mí y, muy serio, me respondió.
Gran idea, hijo mío. Será un presente por el que seremos recordados en un futuro.
Y volvimos a casa, despacio, pellizcando el racimo, saboreando el dulzor de las uvas. Disfrutando de la compañía, del paisaje y de un trabajo bien hecho.









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