Alexander
fue durante su vida activa un artista consumado y afamado músico que
había levantado pasiones, al interpretar en su violonchelo
piezas clásicas de grandes compositores, y gracias a su particular
estilo, había logrado hacerlas populares.
Con
el transcurrir de los años y debido a su dedicación absoluta a la
música, tuvo que usar corsé
para soportar el peso del instrumento, como consecuencia, su cuerpo
inició una progresiva deformación, al escapar sus abultadas carnes
fuera del incomodo corsé.
Dicha
deformación le producía tal vergüenza, que no se sentía capaz de
tener intimidad alguna con seres de ningún sexo, convirtiendo su
carácter, ya de por sí narcisista, en difícil e irascible.
Al
ir envejeciendo sus dedos iniciaron un camino hacia la torpeza y no
lograba vibrar las cuerdas y emitir el sonido maravilloso que él
quería escuchar. Llegado dicho momento se retiró a su finca en el
campo, donde estaba alejado de cualquier actividad social al no
asimilar dicho cambio.
Deleitaba
las largas jornadas disfrutando con la música que fluía de un viejo
gramófono.
Joya
que había heredado de su primer maestro del conservatorio, quien
admirado por su gran talento, le creyó digno para conservar su
colección de discos y el singular y antiguo aparato.
Tras
arrinconar el corsé,
prenda a la que tenía una profunda aversión, los dolores fueron
creciendo hasta hacerse crónicos. Al final se decidió consultar
con un médico para solucionar su problema. Después de realizarle
diferentes pruebas y un sinfín de radiografías,
el galeno le informó que padecía una enfermedad incurable y mortal,
que en poco tiempo le llevaría al otro barrio.
Con
gran dificultad consiguió reponerse del susto inicial,
reconfortándose en el pensamiento de que alguien que en su mesa de
consulta tenía un cenicero
lleno de colillas, no era más que el evidente signo anacrónico de
la medicina, “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Reuniendo
todo el valor del que fue capaz, hizo caso omiso a las
recomendaciones del doctor, y decidió dar un giro a su vida para
intentar disfrutar hasta el final de sus días.
Vendió
su gran casa en el campo y compró un pisito cerca de la playa. Con
gran pesar tiró al vertedero
el gramófono
con la completa colección de discos, que tantos buenos ratos le
había proporcionado, y acercándose a la tienda de deportes más
cercana, se compró una caña con la que pasaba largas horas
curtiéndose al sol mientras pescaba.
Es
probable que el médico no estuviera certero en su diagnostico, o tal
vez aquel cambio vital favoreció que su grave enfermedad se
adormeciera y pudiera vivir feliz y tranquilo durante muchos años
más.
Pero
es sabido que las acciones siempre acarrean consecuencias, y quiso el
azar que un indigente rebuscando entre la basura del vertedero,
encontrara el viejo gramófono
junto a la colección de discos. El buen hombre al oír tan
delicados sonidos, le sirvió de revulsivo y despertó en sus
entrañas un pasado ya olvidado, que en esta ocasión logró
suficiente fuerza para hacerle salir del bucle desdichado en el que
estaba metido.
Retomó
de nuevo aquella vida perdida y casi hasta olvidada. Lográndolo al
vender a un alto precio la joya
que había encontrado rebuscando en el vertedero
y que un coleccionista supo apreciar en su justa medida.
En
el transcurrir de nuestras vidas se presentan diferentes
oportunidades de cambio, y en nosotros está aprovecharlas o no.
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