Fiesta de todos los santos - Marga Pérez



La luz del atardecer fue echando a los visitantes. Hubo muchos vecinos y algunos curiosos que acudieron al cementerio a ver los adornos de las tumbas y a rezar a sus difuntos.
Fue muy movido el uno de noviembre . Las tumbas de tierra oscura adornadas con flores de mil colores volvieron al reposo de la paz eterna.
Con la oscuridad y la soledad del sitio los espìritus fueron llegando . Uno a uno tomaron posesión de su última morada. Casi todas las tumbas tenían ya a varios sentados sobre ellas esperando a que todos llegasen para la fiesta.
El cementerio de Bandujo era muy pequeño. Sólo veintisiete tumbas. Cada una había acogido a varios de sus vecinos a lo largo de su historia. Los espíritus estaban acostumbrados a compartir. Se llevaban tan bien que cada primero de Noviembre volvían de donde estuvieran para celebrar su día. Querían encontrarse con los vecinos del pueblo y de hoyo.
-Hola Paco. ¿Qué tal te fue el año? Dijo Francisco a su hijo.
-No me puedo quejar. Sigo sin Dolores. Sólo cuando vuelvo me doy cuenta que existe.
- Estás mejor sin esa bruja a tu lado.
-No siento nada, padre. Mírela ahí sentada... Pues como si no estuviera.
Dolores charlaba animadamente con su abuela Lola sin mirar a Paco ni a Francisco. Hacía más de cuarenta años que puntualmente volvía a encontrarse con los suyos. Recordaba el pasado con dulzura y charlaba de mil cosas como si Paco no hubiese estado nunca en su vida. Frente a ellas reían los miembros de la familia Alvarez de Bandujo, constructores de la torre circular que aún adorna el pueblo. Charlaban animadamente con sus vecinos los Tuñón y los Miranda. Era difícil que todos pudieran seguir sus palabras. Estos espíritus eran de alcurnia... No empezaron a venir tras su muerte en el siglo XIV sino desde que se hizo aquí este cementerio tan acogedor. Ellos estaban enterrados en el panteón, en la ciudad. Rodeados de gente de su clase, señores , pero venían a este, año tras año desde hacía siglos porque la fiesta era la más animada. Así y todo daban cierto prestigio a la festividad. Hablaban entre ellos sin mezclarse con los campesinos, fuera de contexto, pero se lo pasaban muy bien. Sus vecinos los acogían por eso de haber vivido allí pero... no les hacían más caso.
Ya estaban todos. Había mucho barullo. Hablaban a la vez. Era un espacio tan pequeño...cada vez más.
Jacinto, fallecido en 1.984, puesto en pie sobre su tumba pidió silencio. Cuando consiguió que todos le escuchasen empezó:
-Queridos compañeros. Nos encontramos nuevamente en nuestras últimas moradas para dar sentido a una fiesta mundana que ya no nos atañe, pero... no deja de ser una fiesta. Los habitantes de Bandujo adornan primorosamente nuestras tumbas. Nosotros somos agradecidos. Lo manifestamos cada año con nuestra presencia y siempre somos más los que acudimos.
Este año tenemos entre nosotros un nuevo miembro: Felisa, que me ha sacado a mi de la tumba, como otros muchos hicimos en su momento
- No te preocupes, Felisa, -dijo mirando hacia ella- ninguno lo tenemos en cuenta. Que seas bienvenida. (Todos aplaudieron)
Por ser la última en llegar te corresponde abrir la parte festiva con un chiste. Ánimo Felisa te escuchamos.
Felisa, que es la primera vez que acude a este fiestorro, está un poco cortada. Se sube a la cruz de su tumba y empieza con voz dubitativa..."eran dos muertos que salen de sus tumbas a eso de las cinco de la mañana para ir a dar una vuelta en moto. Ya estaban los dos subidos cuando el que iba de paquete le dice que le espere un momento, que tiene que ir a su tumba. En seguida regresa con la lápida de mármol bajo el brazo. El otro asombrado le pregunta por la lápida ¡con lo que pesa! y le contesta: Es que cuando salgo del cementerio no me gusta ir indocumentado".
Felisa no tenía mucha gracia pero todos se rieron con ganas. Incluso los medievales.
A partir de aquí los chistes se suceden. Todos quieren participar y reir a mandíbula batiente. Es su fiesta y hasta el año próximo no habrá otra.
Senén entona la primera canción y enseguida se suman unos cuantos a la iniciativa. Si todos los que cantan bien hubieran vivido en la misma época podrían haber hecho un corín muy curioso en el pueblo. La canción asturiana triunfa entre los presentes. Alguno hasta hace sus pinitos con la tonada. Varias mujeres inician el baile saltando entre tumbas y flores sin mover si quiera un pétalo.
Las horas de diversión pasan así casi sin darse cuenta. Echan de menos comida y bebida pero difrutan de su fiesta como si no hubiera un mañana.
Enseguida va a amanecer. El cambio de hora les ha hecho polvo. Una hora menos de tinieblas se nota y mucho. No quieren que la luz les pille en el pueblo. Empiezan las despedidas. Algunos siguen bailando sin darse cuenta que enseguida será de día. Los últimos en desaparecer quieren echar una última mirada al pueblo. La vista desde el cementerio bien lo merece.
Con el primer rayo de luz Bandujo vuelve al silencio. Las coloridas flores de las tumbas brillan con el rocío de la noche. Los dibujos geométricos siguen intactos.
Sale el sol. Bandujo despierta. El sacerdote oficia una misa a las doce en el cementerio por todos los difuntos. Los vecinos, con cara y ropa de funeral, acuden. Alguno derrama incluso alguna lagrimita de emoción. Sus difuntos, desde la gloria, sonríen felices.¡ Fue una gran fiesta!








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