No lo soporto - Marian Muñoz

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Llevo cuatro años encerrada en esta casa, acompañando día y noche a tita Candela, una vieja millonaria que con la promesa de heredar, me utiliza para vivir como una reina sin pagar ningún salario.
Es espartana en costumbres, aunque poco me importa, cuanto menos gaste más quedará para mí. Es de buen conformar y cualquier plato que cocino, lo alaba y disfruta como si fuera su última comida.
Con lo que siso en la compra, me da para algún capricho o ir al cine una vez al mes, justo el día que viene doña Rosa de visita y me releva, haciéndole compañía y charlando de sus cosas.
Pero hay que algo que no soporto, tita Candela pasa las tardes mirando el televisor. Si viera documentales o películas antiguas, no pasaba nada, pero sólo ve una cadena, Telecinco, a todas horas. Ver, y digo bien, porque con la sordera que padece y los gritos que pegan entre sí los llamados colaboradores, no se entera de nada. Serán muy buenos colaborando en crear críticas y caos en las vidas ajenas, pero de dicción o lenguaje castellano, les falta alguna clase en la escuela. Por eso gritan, para que se fijen en su tono y no en lo que dicen.
Pues eso, que no lo aguanto más. Cada tarde humillan y despotrican de algún famosillo que por cuatro perras tiene su momento de gloria, soltando alguna lagrima como una plañidera.
He planeado quitar ese canal de la televisión, decirle que ya no emiten, que todo ese corrillo de vociferones se ha ido a triunfar al extranjero, ya que aquí no les queda nadie por criticar y hurgar en sus miserias.
Aunque, más bien, estoy dudando de a quien quitar de en medio, si a Telecinco o a tita Candela. Sopesando, sopesando, creo que a la última, porque va siendo hora de que herede, antes de ser demasiado vieja para disfrutar de la vida.
Antes de nada tengo que revolver la casa y encontrar ese dichoso testamento, si es cierto que soy su única heredera, me desharé de ella. Sin dolor, mientras ve su programa favorito para que vaya contenta al otro mundo, y a mí me deje apenada por la falta de su compañía y la faltriquera llena.
¡Uy que buen plan!







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