Rosaura
era una hormiga
un poco promiscua, tanto que un día harta de no comerse un rosco,
decidió ponerse a trabajar en el burdel de Mari Carmen, otra hormiga
entrada en años, madama desde los tiempos de Mari Castaña. Pero ni
con esas. Ningún hormigo la satisfacía sexualmente, siempre se
quedaba con ganas de más.
-Nadie
es capaz de apagar mi fuego interior – decía a sus compañeras,
que pensaban que era una estúpida integral.
Tanto
las hartó que un día decidieron darle un escarmiento. ¿Quieres
fuego? Toma fuego. Y el día de su cumpleaños le organizaron una
fiesta sorpresa y le llevaron un dragón,
que aunque era un dragón enano, echaba fuego por la boca como todos
los dragones.
Rosaura
acabó con quemaduras de tercer grado y a punto estuvo de pasar a
mejor vida. Hoy es monja de clausura en el convento de las
Hormiguitas Descalzas y allí se dedica a purgar sus pecados.
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