Rebajas felices - Cristina Muñiz Martín


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Una de sus mayores ilusiones era la llegada de las rebajas. Pero rebajas con mayúscula, como las de toda la vida. Nada de esas modernidades que no sabían ni pronunciar: El Black Friday, el Ciber Monday, El Peak Day, el eDay o los días sin Iva, que esos sí que se entendían, aunque nunca llegarían a ser tan emocionantes como ir de rebajas. Porque elegir un producto y pasar por caja como si fuera un día normal, salvo por ese pequeño descuento ¿qué tenía de emocionante? Más bien nada, opinaban ellos.
Todos los años llegaban el primer día, a primera hora, y se colocaban en fila como ovejas obedientes dispuestas a entrar en el redil del centro comercial. Ella, para mayor comodidad, calzaba unos zapatos planos aunque llevaba en el bolso los de tacón alto, por si los necesitaba para probarse un vestido de fiesta o un buen abrigo. Él le guardaba las espaldas impidiendo, con su cuerpo alto y orondo, que nadie se colara. Los nervios los atenazaba mientras esperaban, acelerándoles el pulso y los latidos del corazón. Cuando veían aparecer al encargado de abrir la puerta sus músculos se ponían en tensión, su pulso se aceleraba aún más y sus brazos se extendían en cruz para evitar el paso de otras personas. Inmediatamente comenzaba la carrera hacia su objetivo. En días anteriores ya habían pasado por las distintas tiendas eligiendo las prendas que querían. La emoción les embargaba mientras se preguntaban a cómo estaría el abrigo de quinientos ochenta euros que tanto le había gustado a ella. O los zapatos de ciento veinte euros por los que suspiraba él.
Muchas veces los productos deseados no aparecían, pero siempre había otros que podían reemplazarlos. Recorrían las tiendas, husmeaban en los percheros, revolvían los estantes, metían la mano en los desordenados cajones de mercancía variada, esperando ver aparecer algún milagro, mientras por el rabillo del ojo vigilaban los artículos que elegían otras manos. Eso, ver a otra persona atrapar los que ellos aún no habían visto, los excitaba lo suficiente como para mantenerse al acecho esperando que lo soltara. Entonces se hacían con ello, escondiéndolo a los ojos y a la codicia del resto de compradores. Miraban impacientes las etiquetas, sintiendo una alegría especial si la rebaja era importante. Se divertían eligiendo entre distintos colores de la misma prenda. Probaban, se reían, disfrutaban.
Mañana y tarde llegaban a casa cargados de bolsas con abrigos, vestidos, batas, camisones, pijamas, trajes, zapatos, faldas, jerseys, camisas, corbatas, bolsos, carteras, paraguas, collares, relojes…
Finalizadas las compras dedicaban el día a revisar los artículos adquiridos. Se levantaban animosos e ilusionados por la mañana. Desayunaban, arreglaban la casa y luego cogían unas cuantas bolsas. Vestido, chaqueta, zapatos, bolso, abrigo...atentos a la mínima imperfección en la prenda o en la armonía del conjunto. Miraban las etiquetas, hacían cuentas, se llenaban de gozo con cada euro ahorrado. Luego probaban y se miraban al espejo largo rato, bajo la atenta mirada del otro. A media tarde, tras una comida rápida, salían a dar un paseo. Vestían de estreno, pavoneándose ante conocidos y desconocidos, sintiéndose triunfantes y felices. Al anochecer regresaban a casa, se quitaban la ropa y la recogían con sumo cuidado. A continuación, cenaban frugalmente y se iban a la cama tan excitados que sus cuerpos se llamaban a gritos, poniendo el colofón a un día feliz.
Al cabo de dos o tres semanas, emprendían el camino opuesto al inicio de las rebajas, lo que ellos llamaban las “retrorrebajas”. Volvían al centro comercial y, ya sin prisa, iban devolviendo una a una todas las prendas. Los números comenzaban a bailar en su cuenta corriente hasta alcanzar los tres mil euros pedidos en préstamo a un familiar con la disculpa de hacer frente a un gasto imprevisto. Y durante más de un mes vivían felices, libres de las estrecheces del mísero sueldo de ella y de la falta de ingresos de él. Y para no dejarse caer cuando fueran emigrando de sus cerebros las endorfinas causantes de su felicidad al comprar, miraban a menudo las fotografías con la ropa nueva que vio la calle con la etiqueta bien escondida, los zapatos que solo pisaron la casa, los pijamas, camisones y medias que volvieron a entrar en la bolsa tras ser inmortalizados. Miraban las fotos y soñaban con la llegada de un nuevo mes de felicidad: las rebajas de verano.







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