Recíbelos - Dori Terán


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Cada mañana inauguraba el día con poco menos que una medio maratón. No, no llegaba a correr 20 kilómetros pero se aproximaba y sobre todo la velocidad que llevaba parecía a quien le viese que iba a llegar a rozar el otro extremo del planeta…ese donde la tierra termina… Los edificios de la ciudad primero y la madre naturaleza en la que se perdía después dejaban de existir en la cortina de aire que difuminaba todo a su paso en la carrera diaria. Era su manera de quemar los malos sueños que cada noche le asaltaban en la dimensión a la que nos transporta el abandonar la consciencia en brazos de Morfeo. Si sueños oscuros, casi tan oscuros como su negra piel y carentes del brillo de ébano que esta lucia. El bravo mar Cantábrico con la música casi siempre furiosa del batir de sus aguas espumantes, le acompañaba a lo largo de la ribera del mar en su galope. Era bonito el pequeño pueblecito del norte incluso en los amaneceres grises y de neblina. Atrás quedaban los días de vida en su país, Somalia. En la capital Mogadiscio. Recordaba su niñez recorriendo embalado la inmensa playa a la que arrojaba olas el Océano Indico, eran muy diferentes los mares. El sol le acariciaba allí con frecuencia y la calma en las mareas era en demasiadas ocasiones el preludio de los temidos tsunamis. La risa, la carcajada le acompañaban entonces como amigas inseparables en las idas y venidas con el torso desnudo entre sus compañeros de juego y siempre ese ansia veloz de correr despegando los pies de la arena, levitando en cada zancada. Pronto la vida se vio truncada en estos modos. La guerra, la maldita guerra que estalló en mil novecientos noventa y uno cuando él saboreaba la pasión de sus veinte años. Aun se preguntaba muchas veces si él había colaborado con el trágico estallido. Las reuniones clandestinas en las sinagogas que bajo ninguna sospecha ofrecían su espacio, tenían como objetivo terminar con aquella manera de vivir, con las costumbres arcaicas que sometían la existencia al maltrato y la esclavitud. Se alistó con ilusión y ganas y también con despecho y dolor. Había contemplado la brutal ablación que tuvo que soportar su hermana Ayana la más hermosa flor entre las mujeres. Ninguna explicación le era válida. Poseía un instinto natural que le advertía en la simpleza de la realidad qué era lo conveniente y qué era lo que destrozaba la esencia de nuestro ser. Tal vez ese había sido el motivo de que la madre naturaleza le hubiese otorgado un ojo de cada color. Con el derecho opaco en un marrón oscuro percibía el daño y la destrucción y a través del izquierdo con los haces de luz verde que emitía podía captar la belleza y el amor. El considerable desarrollo de su intuición, su fe en ella y el uso inexcusable de la misma conducían su camino. Y no, ni la ablación violenta de su hermana, ni las penurias de un pueblo sometido a través de costumbres salvajes mantenedoras del hambre y de la pobreza, permisivas con la injusticia y con el poder avasallador, colaboradoras con la explotación y la corrupción…no eran tolerables. Y no tan de la noche a la mañana como pudiese parecer, el país se enzarzó en una guerra civil. Una insurrección contra el régimen represivo y la contrarrevolución que pretendía
restablecerle al líder cada vez que era derrocado. Un panorama de salvajes idas y venidas, un pueblo hundido en el caos y en terrible crisis humanitaria, un país dividido incapaz de suministrar los servicios básicos a sus gentes. Total fracaso social, político y económico. Peregrinación constante de refugiados y desplazados. Y como éramos pocos, parió la abuela y entonces intervinieron los salvadores del mundo, Naciones Unidas con sus denominados Cuerpos de Paz que vendían una ayuda amorosa mientras organizaban la riqueza del petróleo. Y se hizo habitual como pan nuestro de cada día las continuas batallas entre milicias, pistoleros y Cuerpos de Paz en la bella Mogadiscio. Han transcurrido los años en este suplicio y entre el desierto azote de la sequía. Las escasas lluvias, las altas temperaturas todo parece colaborar a la destrucción. Y la guerra, la feroz guerra continúa. Nuestro personaje veloz, Imamu, huyó de la patria hace cinco años. La travesía fue más triste que accidentada. Allá se quedaron sus padres sepultados bajo la tierra que los vio nacer, allí para siempre dijeron adiós sus muchos amigos y compañeros fusilados, allí la penuria y la desolación que aún hoy continúa. Ayana y él salieron en un avión que les condujo a Madrid. Planificaron la escapada minuciosamente ayudados por colegas cómplices en la huida. El riesgo osado y el miedo adherido a la piel les acompañaron durante todo el viaje. Y aunque una parte de su alma se quedó para siempre allí, un suspiro de profundo alivio voló en su respiración cuando el avión tomó tierra en su destino. Asturias les esperaba, en medio del desorden vivido habían encontrado instantes de investigar muchas partes del mundo para elegir uno al que llevar su vida. Buscaban puertas abiertas, anhelaban la paz. La vida esta tratándoles bien en este paraíso. Han dado lo mejor de sí, se hacen querer. No en vano Imamu, cuyo nombre significa líder espiritual, es un superdotado en construir y crear cada día la energía de amar en todo cuanto hace y en todas sus relaciones. Aun así el horror vivido ha dejado en él una expresión vacilante al hablar del dolor, de cualquier dolor. Se atropellan sus palabras en la lengua porque salen atadas en un nudo que se forma en su corazón y un tartamudeo leve como pidiendo permiso para tocar el tema surge de su boca. Es gracioso aunque a él le cuesta su fatiguita. ¡El viento de la carrera y el amor de todos los asturianos le sanará algún día!¡Sin duda!



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