Sucederá - Gloria Losada





Tenía quince años cuando fui a aquella vidente. La tontería de la edad. Se llamaba Eva y tenía su despacho cutre en un bajo de la calle de la Estopa. La puerta destartalada y sucia era un fiable presagio de lo que se iba a encontrar uno al otro lado. Pero a mis amigas a mí eso no nos importaba. Sólo pensábamos en que era posible conocer nuestro futuro. Por eso aquella nublada y gris tarde de verano Claudia, Marina y yo, aguardábamos expectantes a que la bruja Eva nos abriera la puerta de una vez y nos adentrara en el fabuloso mundo de la videncia.

Eva debía de rondar los sesenta años, pero los sesenta años de hace casi cuatro décadas. Tenía la piel oscura, arrugada y sucia, la boca desdentada y unos ojos pequeños y negros que parecían dos puñaladas en aquella cara difícil. Cuando te miraba daba la impresión de que no solo te leía los pensamientos pasados y futuros, sino que hasta te podía ver los órganos internos.

Nos hizo sentar alrededor de una mesa redonda en cuyo centro había una bola de cristal rayada hasta al saciedad. Enseguida comenzó su ritual, no quería perder tiempo, tenía que cobrar las quinientas pesetas que mis amigas y yo habíamos conseguido reunir renunciando a las golosinas del recreo y al cine de los domingos.

A Claudia y a Marina las despachó enseguida. La verdad es que iban a tener una vida muy simple y aburrida. Casarse con un hombre maravilloso y guapísimo, que ambas identificaron como el chico que les gustaba en aquel preciso momentos, tener dos hijos, buenos trabajos, una de ellas marchaba al extranjero y la otra iba a ser dueña de una importante empresa de moda. Entonces me tocó el turno a mí.

Eva hizo con sus manos unos aspavientos alrededor de la bola y al cabo de uno o dos minutos abrió mucho los ojos.

-Vaya, nena, tú sí que vas a tener una vida movidita – dijo.

-También te casarás y tendrás hijos, como estas dos, y durante muchos años llevarás la misma vida tranquila, insulsa, sin sustancia, vaya. Pero todo cambiará cuando cumplas los cincuenta. Conocerás a alguien especial, alguien que compartirá contigo mucho más de lo que compartirás con tu marido a lo largo de.... casi treinta años de matrimonio. Será un muchacho que vivirá lejos de ti y lo conocerás.... uy no sé... de una manera extraña que no soy capaz de descifrar, es como si... hablaras con él antes de verle... veo una televisión... o tal vez un teléfono... es extraño. Tendré que cambiar de bola, esta está ya muy gastada y creo que pilla interferencias. Aún así, estoy segura de que todo lo que os he contado... sucederá.

Con el cuento de las interferencias nos echó con prisa mal disimulada. Le pagamos las quinientas pesetas y salimos de allí muertas de risa y, por qué no decirlo, un poco decepcionadas, porque para prever que íbamos a casarnos, tener hijos y llevar una vida semejante a la de nuestras madres tampoco hacía falta ser muy vidente. Bueno, a mí por lo menos me había pronosticado algo distinto, aunque no sabía yo si estaría muy en lo cierto la bola aquella.

El tiempo fue pasando y con él se fue llevando el recuerdo de la vieja bruja Eva, que un buen día desapareció de su cutre consultorio sin que nadie supiera su destino, de la misma manera que sus absurdas predicciones fueron quedando en el olvido. Bien pudiera ser porque casi no habían sido ni predicciones. A mis dos amigas les perdí la pista terminado el instituto y yo efectivamente me casé, tuve dos hijos y un trabajo más o menos estable, una vida normal y corriente, con sus altibajos, sus alegrías, sus penas, sus momentos felices y sus etapas de mierda. Nada fuera de lo normal. Sucederá, dijo la bruja, y sí sucedió, como le podía ocurrir a cualquiera.

El día que cumplí los cincuenta, cuando me levanté por la mañana y me miré al espejo, recordé las palabras de la vieja pitonisa. Hacía muchos años que la había olvidado, y sin embargo regresaron a mi cerebro como empujadas por alguna misteriosa fuerza. Todo cambiará cuando cumplas los cincuenta. Allí estaban los cincuenta. Habían llegado casi sin que me diera cuenta, no sé si despacio, si rápido. El espejo me devolvió la imagen de una mujer todavía joven, vital, con ganas de seguir viviendo y de hacer cosas y una sonrisa reafirmo mis intenciones y borró las tontas predicciones de una pobre anciana que no había tenido otra manera mejor de ganarse la vida.

No sé el tiempo que transcurrió hasta que volvieron de nuevo a mi mente. Puede que fueran semanas, tal vez unos pocos meses. Yo tenía un blog dedicado a mi gran pasión: la fotografía. Los fines de semana solía coger el coche y recorrer lugares cámara en mano plasmando paisajes o simples detalles de la naturaleza o de cualquier urbe. Después las colgaba de mi blog. Un día comenzó a hablarme un chico que compartía conmigo la misma afición. El también tenía un blog y comenzamos a intercambiar opiniones, conocimientos, técnicas... No sé en qué momento las simples conversaciones sobre las imágenes pasaron a un plano personal, no sé en qué momento se despertaron dentro de mí extrañas emociones cada vez que hablaba con él, ignoro igualmente el instante en que nos confesamos una atracción mutua que no podía o al menos no debía ser. Sucederá, dijo la vieja pitonisa. Lo conocerás de una manera extraña, a través de una televisión o un teléfono. Internet, algo fuera de la imaginación hace tantos años. No sé si la bola de cristal rayada tenía interferencias, si las palabras de Eva habían sido mera invención y lo que estaba sucediendo era producto de la casualidad, o en realidad podía predecir el futuro, el caso es que estaba ocurriendo y yo no quería, no quiero, ponerle freno. Sucederá, no sé lo qué, lo que sea, lo que la vida quiera que suceda.


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