Llegarán tiempos futuros. Tiempos desconocidos para
nosotros. Tiempos que están por venir. Dentro de cien o de
doscientos años sucederá.
Sucederá aquello que está escrito desde el principio
de los tiempos en el gran libro de las letras invisibles. El libro
donde duermen las historias pasadas y donde esperan impacientes las
historias que están por venir. Historias que ninguna persona se
atrevería a soñar.
Sucederá que dentro de cien o de doscientos años la
humanidad se exterminará a sí misma. Las tierras serán calcinadas
y los mares se poblaran de miseria. Hombres, mujeres y niños,
intentarán escapar buscando un refugio seguro, pero otros hombres
los perseguirán y atacarán para que no lo encuentren. Unos y otros
lucharán por sus vidas. Unos lucharán por el placer de matar. Otros
lucharán tan solo por defenderse. Y la tierra se convertirá en un
infierno donde la vida no será posible.
Y sucederá que de las cenizas surgirá una mujer. La
única superviviente de la raza humana. Una mujer en cuyo pecho laten
tres corazones. Una mujer que será la encargada de custodiar el gran
libro de las letras invisibles. El libro que comenzará a leer cuando
las letras invisibles se tiñan con su propia sangre y la de sus
hijos. Pero eso ella no lo sabrá hasta que suceda. Ella tan solo
mantendrá la esperanza. La esperanza de vivir.
Sucederá que la mujer caminara errante a través de
tierra desiertas y estériles durante cuarenta días, al cabo de los
cuales se internará en un estrecho desfiladero que la conducirá al
valle escondido. El valle donde la espera el libro donde todo está
escrito.
Sucederá que la mujer, sola, parirá dos hijos,
concebidos en días distintos por diferentes padres. Y con la sangre
del parto se teñirá la primera página del libro; el principio de
una nueva humanidad.
Dolor y sangre. Amor y alegría. Esperanza.
Un varón hijo de madre blanca y padre negro y una
hembra hija de la misma madre y de padre asiático anunciarán un
predecible futuro. Los niños crecerán felices bajo el manto
cariñoso y protector de la madre, gozando de la leche de sus senos
el primer año y de la riqueza y la paz del valle en los siguientes.
Pero el tiempo pasa y los niños ya se insinúan hombre y mujer. La
madre comienza a vigilar consciente del peligro. Va llegando el
momento tan temido. El momento inevitable. Vio demasiado y sabe.
Siempre supo que la alegría solo duraría unos años. Sabe y sufre
por ello. Sabe y permanece alerta.
Un atardecer la angustia la visita por primera vez en
mucho tiempo. Busca a sus hijos. No los encuentra. Los llama. No
responden. Un movimiento entre unas matas le indica el lugar
fatídico. Corre. Corre como si tuviera alas. Pero antes de llegar la
figura del hijo se yergue desnuda y orgullosa ante ella. Detrás, la
hija llora y sangra. La mujer queda sin palabras, los ojos anegados
de lágrimas, incapaz de moverse mientras ve como el hijo se dirige
hacia ella. No quiere entender lo que ven sus ojos. No quiere
entender lo que le dice su corazón. Pero ha visto mucho y sabe.
Una nueva humanidad comienza a dar sus primeros pasos.
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