Sucederá - Dori Terán


                                     Resultado de imagen de princesa


Ya sentía como una princesa. Con ojos de mar y con labios de fresa. Hacia un mes que el anuncio cayó en sus manos. Fue un día en el que el viento otoñal aullaba entre los árboles del parque y dispersaba las hojas secas del suelo en surcos y en vuelos. Un papel la rozó la cara y lo enganchó con los dedos mientras apartaba el pelo que la azotaba l y caía sobre sus ojos. Leyó el texto escrito en él: “Centro de belleza Metamorfosis te ofrece un cambio radical de imagen. ¡Ven a conocernos! Descuentos muy interesantes y gratas sorpresas inesperadas. Contáctanos…”Seguía una dirección que no era legible, la lluvia persistente había emborronado las letras y tal pareciera que hubiesen desaparecido en el temporal. La silaba Pla que aún podía verse sugería que tal vez se tratase de una plaza de la pequeña ciudad. A Mónica no le cayó en saco roto el asunto y en llegando a casa se puso a buscar en su ordenador los centros de belleza de la localidad. Consideraba que la información recibida en aquel episodio era un mensaje para empujarla a cumplir su sueño más anhelado, otro rostro, otra imagen, otro gesto. No le gustaba su nariz de pingüino, ni tampoco su pelo escaso y lacio, los labios le parecían demasiado finos y con un rictus amargo que apuntaba las comisuras de la boca hacia el suelo. La forma de sus ojos era estéticamente aceptable y sus miradas francas generaban confianza a sus interlocutores, no obstante aborrecía el color de sus ojos, castaños como la mayoría de la población ¡Así no se puede ser original! De su cuerpo no tenía queja. Cuello largo y estilizado, senos turgentes, cintura de avispa, caderas proporcionadas y ondulantes, piernas de gacela…un conjunto bello y atractivo. Era consciente de la seducción que ejercía sobre su novio Miguel aunque a ella siempre le parecía que en sus íntimos encuentros amorosos el rechazaba su cara con desdén disimulado. ¡Miguel que era la belleza de los dioses griegos hecha hombre en este aquí y este ahora! ¡Un Apolo en toda su extensión! ¡Mira que si ella pudiese ofrecerle un rostro fascinante e irresistible, una expresividad que lo enloqueciese! Tuvo éxito en su concienzuda investigación y encontró la dirección postal de Metamorfosis en la Plaza Ilustración, número 33, bajo. Sin ningún titubeo y con ansiosa gana allí se dirigió. Mil veces había pasado delante de la entrada sin percatarse de la placa que la identificaba. Entró sin llamar, estaba abierta. Unas cortinas de encaje cubrían los cristales de la puerta del recibidor y tras ellas se desplegaba un espacio diáfano regalado por el sol que evidenciaba sus rayos cálidos irradiando una luz sutil y serena. Dos sillones de mimbre arrimaban su respaldo alto y arrogante a una de las paredes de la sala contrastando el marrón del bambú con el verde seco que teñía el muro. Una mesita enfrente de ellos soportaba la pequeña lámpara de diseño que aguardaba la puesta del gran astro. La pequeña habitación cobijaba una planta alta y con un diámetro considerable que extendía hojas verdes y rojas entremezcladas en un alarde de exotismo y singularidad.
Se respiraba paz, luz, relax. Tres cuadros vestían las paredes. Suaves, dulces y confortables ofrecían paisajes paradisiacos que envolvían todos los sentidos al contemplarlos y al fondo unas palabras escritas…¿una máxima, tal vez un proverbio, una sentencia, un pensamiento? Se acercó y leyó con atención:
“Todo lo que usted vívidamente imagine, ardientemente desee, sinceramente crea y con entusiasmo emprenda… Inevitablemente le sucederá!” Paul J. Meyer
Maduraba en su pensamiento la frase que acababa de leer, intentaba encajar la lógica y la fe de su significado cuando una voz armónica y amable la sacó de su reflexión:- “Buenos días señorita, ¿qué puedo hacer por usted?” Mónica se dio la vuelta y contemplando a la mujer más bonita que había visto nunca, con asombro y admiración le contestó en un susurro:-“¡Vengo a que suceda!” Aquella Afrodita la sonrió con un mohín perfecto y la invitó a sentarse. En las dos horas siguientes estudiaron juntas el canon de belleza que iban a experimentar en el rostro de Mónica. Todos los catálogos se quedaban cortos en su oferta ante la belleza perfecta de la terapeuta plástica, así que todos fueron desechados y ella le serviría de modelo. Y llegó el gran día. Un pinchazo en la vena de su brazo la trasportó al país de los sueños y mientras viajaba en nubes de algodón contemplando el mundo desde las estrellas, en tanto que hablaba con los ángeles, las manos expertas trabajaban moldeando sus facciones tal como las había pedido. Regresó a su casa en un taxi y aún somnolienta acurrucada en el regazo de Miguel. Llevaba una venda en los ojos, aún era pronto para mirar a la luz.
Pasados dos días ya pudo contemplarse en el espejo, la satisfacción de su nueva imagen la llenó de alegría. Su decisión había sido inteligente, acertada y provechosa. Se puso sus más favorecedoras galas y se dispuso a sorprender a Miguel. Mientras caminaba hacia la casa iba observando a cuantas personas se encontraba para comparar su recién estrenado físico. Tras cruzarse con apenas cuatro mujeres percibió algo que la dejó helada. Con el semblante lívido y las manos temblorosas levantó los brazos al cielo mientras gritaba:-“¡Todas son princesas con ojos de mar y con labios de fresa!” Ten cuidado con lo que pides…¡sucederá!








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