Luna
despertó nerviosa. Tuvo una pesadilla horrible. Un gran perro entró
en su casa mientras dormían. Corrió por el pasillo y entró en su
dormitorio. Se acercó a su cama y la miró fijamente. Oyó su
aliento húmedo cerca del oído. Su lengua dispuesta a lamerla ... al
abrir los ojos sólo vio la oscuridad de su dormitorio. El perro ya
no estaba.
Luna
y sus padres se levantaron temprano. Sin recordar la pesadilla, Luna
se enfrascó en el ritual matutino: aseo, arreglo de la cama,
desayuno. Iban a ir de excursión .También había que preparar la
mochila. Habían alquilado una casa rural en un pueblo de montaña.
Estarán allí varios días.
Cuando
su madre se lo dijo vio en los ojos de Luna un destello. Lo más
parecido a una sonrisa que nunca vio en ella en sus trece años de
vida .
Luna
nació antes de tiempo. El parto se precipitó después de que su
madre fuese atacada por un perro de raza peligrosa. No le hizo nada
pero la asustó. Luna no fue una niña normal. No interactuaba con el
medio. Aprendió a caminar y a hablar sólo por el empeño de sus
padres. Lo mismo que a leer, escribir... Poco más aprendió. No lo
necesitaba. La llevaron a médicos, psicólogos, pedagogos... no
encontraron nada que estuviera tipificado. No encajaba ni en el
retraso mental, ni en el autismo, ni en ningún síndrome o trastorno
conocido de personalidad.
A
Luna no le interesaba nada que pudiese interesar a otros niños. Nada
le hacía feliz. Sus padres y profesores probaron a introducirla en
el deporte: baloncesto, tenis, natación, atletismo. La obligaron a
estar al menos tres meses practicando cada disciplina. Pensaron que
tres meses era el tiempo mínimo para que Luna supiera si le gustaba.
Para que se aficionase.
Atletismo
fue lo único que toleró. Corrió obligada cada tarde al salir del
colegio desde que cumplió los cinco años. A los tres meses y, sin
mostrar ningún interés, no protestó cuando sus padres renovaron la
matrícula. Siguió corriendo, lo mismo que comiendo, lavándose o
yendo al colegio. Se acostumbró. Ya no hacía falta seguir con la
actividad .Corría por el placer de hacerlo. Cada día. Ya no estaba
obligada. Sus padres lo vivieron como un éxito a pesar de su
indiferencia. A lo largo de sus trece años Luna se inició en vela,
ciclismo, música, danza, costura, cocina, escritura, dibujo... nada.
Sólo le gustaban los documentales de animales y los libros de fauna.
Entonces sus padres pensaron en una terapia con caballos que
impartían en el club caballista para niños especiales. Su hija lo
era. Quizá le vendría bien.
Tampoco
funcionó. Luna se ponía muy nerviosa cuando se acercaba al caballo.
Por las noches gritaba en sueños. Hacía ruidos raros... La
quitaron. Los trastornos desaparecieron a los pocos días .
Volvió a sus libros. A sus documentales...
Luna
y sus padres se levantaron temprano. El coche ya estaba cargado
cuando Luna apareció con su mochila al hombro. Les esperaban varios
días de descanso y contacto con la naturaleza que a todos les hacía
mucha falta. Desde que dejaron atrás la ciudad Luna se revolvía
inquieta en el sillón trasero. A su paso por sendas de naturaleza
frondosa, casas de aldea , animales sueltos , olor a pueblo... crecía
su intranquilidad. Se asomaba por la ventanilla. Lo miraba todo.
Gesticulaba. Parecía contenta a pesar de la seriedad de su rostro.
Al
fin llegaron al pueblo. Era la única casa rural que había. Estaba
muy bien indicada . Llegaron hasta ella sin tener que parar a
preguntar a nadie. Era como de cuento: pequeña, llena de flores, con
leña apilada en el patio, chimenea. La montaña blanca la abrigaba a
pesar del calor veraniego.
Los
dueños les esperaban. También el perro salió a darles la
bienvenida . Luna enseguida congenió con el. No se tocaron en
ningún momento pero se veía que juntos estaban a gusto.
Una
vez instalados fueron a dar un paseo por el pueblo. A su paso por las
fincas los perros salieron y se sumaron en silencio a la comitiva .
Al llegar al bar-tienda se dieron cuenta que estaban custodiados por
más de diez. Los mismos que cada día esperaron a Luna frente a la
casa para perderse con ella por la montaña.
Sus
padres nunca la vieron tan compenetrada con nadie. No hacía falta
decirle nada. Nada más desayunar salía corriendo con sus amigos.
Los primeros que tenía.¿ Cómo no se dieron cuenta antes? Ella
nunca les dijo que quería tener un animal...
No
había hija hasta la hora de comer. Llegaba sudorosa. Excitada. Con
prisas por solucionar la comida y volver a jugar con sus amigos. Así
cada día. Las noches eran menos tranquilas. Luna no paraba de dar
vueltas en la cama. Soñaba mucho. Hacía mucho calor. Una noche
hasta cayó. Siguió durmiendo en la alfombra. Los sueños se
calmaron y durmió ya sin moverse .
Sus
padres no sabían que hacía todo el día fuera. La veían contenta.
Luna tenía amigos y ellos no querían estropear esa relación .Mejor
no preguntarle. Tenían miedo a meter la pata. Ya hablarían con ella
en casa.
Cada
mañana la encontraban hecha un ovillo sobre la alfombra. Dormida. Se
desperezaba con agilidad y salía corriendo. Si no la conociesen
quizás pensarían que no quería estar con ellos. Que sus nuevos
amigos eran una excusa para huir... pero la veían contenta. Seguro
que necesitaba de la soledad en la naturaleza para alcanzar otra
etapa. Para hacerse una mujer.
Los
días de descanso llegaron a su fin. Todo estaba recogido. Las bolsas
en el coche. Esperaban a Luna que había salido con sus amigos por
última vez. No se les veía por ninguna parte. Sus padres salieron
hacia la montaña, a su encuentro. En un recodo del camino pararon .
La llamaron. Luna... Luna... ... ... ...
El
paisaje era abrumador. El silencio retumbaba al ritmo de sus pasos.
Luna... Luna... ... ...
El
sol caía sin clemencia . Brillaba en cada roca .Les sofocaba. Les
llenaba de resecos aromas la nariz, la boca, la garganta . Estaban
disfrutando del paisaje cuando se toparon con varios perros. Solos.
Sentados. A Luna no la vieron, pero si su ropa desperdigada por todas
partes . Sus zapatos. Su bandolera. Así, como de cualquier forma.
Luna... Luna... ... ... Sus padres presintieron algo. Necesitaron
gritar su nombre. Entonces su madre la vio... No lo podía creer...
Era ella... La miraba desde un cuerpo de perro. Con sus ojos, su
mirada. Orgullosa. Segura. Serena.
Sus
padres no lo entendieron. Luna había escogido su camino. El lugar en
el que era ella misma. La forma en la que se sentía feliz...
No
volvieron a ser ellos. Esperaron que Luna dejase de ser un perro. La
encerraron en la perrera cerca de su casa. Cada noche la oyeron
ladrar... envejecieron oyéndola. Luna dejó de ser niña.
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