Automedicación - Dori Terán


                                           Resultado de imagen de gitano frente a la hoguera


Vio la luz por vez primera en aquel arrabal donde ni el continuo griterío de los niños ni las “tonás” altisonantes en las gargantas de los muchachuelos con sus desvencijadas guitarras conseguían borrar la distorsión de vida que allí sucedía. Era su barrio. Su madre lo parió allí una mañana de repente como quien escupe un bolo que atenaza la garganta, con rabia, con miedo, con asco. No hubo hospital, ni comadrona, ni animadores en el empuje. Era el churumbel número once del clan. Y ahora después de deambular veinticinco años desde su venida aquel doctor payo del ambulatorio le había dicho que tenía que tomar todos los días una pastilla porque su sangre se había puesto muy dulce. Cuando fue a la farmacia a por el medicamento le pidieron diez euros por la botica. Ni hablar, renunció al tratamiento. Se le avispaba a él que con unos petas de María se iría tanta dulzura y eso estaba más al alcance de su mano en baratura y fianza. Es frecuente verle en la mesa de fuera de su chabola fumando delante del café al carbón del desayuno. Por la noche repite la dosis, ¡hay que quemar bien el azúcar!




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