Sucederá - Esperanza Tirado


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La gente de ciudad es muy insensata. No dejes camino por senda, solían decir mis abuelos, gente sabia de monte arriba.
Pero como todas las calles van a la plaza, a veces todo se quedaba en un susto.
Recuerdo a mi abuela, sentada en la puerta de su casa de piedra, tejiendo y cantando con sus vecinas.
Sucederá.- decían de vez en cuando.- Ha de suceder. Porque tarro chico, pronto rebosa.
Y volvían a la labor, enredando o desenredando las madejas de lana recién esquilada de las ovejas de las brañas.
A veces acompañaba a mi abuelo al chigre. Y allí entre cantarín y cantarín se escuchaba la misma cantinela.
Sucederá, antes o después. Porque quien al cielo escupe, en su cara repercute.
Y ya se sabe que por la noche todos los gatos son pardos.
Porque para San Andrés, todo noche es.
Algún día me traeré la libreta del colegio y apuntaré todo esto. Pensaba yo, maravillado ante tanta sabiduría popular.
Pero quien tenía que escuchar aquellas advertencias no era yo, un crío que no levantaba dos palmos de pie. Sino los que venían de la ciudad, para ir de excursión a la montaña. A respirar, decían. Los viernes por la tarde, al salir del colegio veías sus coches grandes y relucientes, aparcados uno junto a otro en las antiguas huertas que ya nadie labraba. Y se sentaban en los bancos de madera vieja del chigre, hablando con términos extraños. Sobre acciones, multas, índices de polución, rayos UVA o automóviles híbridos.
Cuando de la boca de mi abuelo o de sus vecinos salía un refrán, de las suyas escapaban risotadas.
Qué descansada vida la de los poetas de monte. ¡Salud!- Y brindaban por la felicidad del campo.
Sucederán cosas, muchacho.- me decían en el chigre.- Ya se sabe. No corras sin saber andar.
Y mirábamos a aquellos tipos extraños, tan confiados, como si fueran extraterrestres.
Y los veíamos subir, haciéndose cada vez más pequeñitos, rumbo al pico que a veces daba sombra al pueblo. Tardaban horas pero solían volver antes de la noche. Cansados y doloridos por el esfuerzo de caminar cuesta arriba. Pero satisfechos por sus logros. Cogían sus coches y volvían a su vida urbanita.
Hasta la próxima, chaval.- me decían. Y me daban cinco duros.
Yo los guardaba en una caja de galletas. Poco había en lo que gastarlos por entonces. Pero tenía en mente la advertencia de los mayores. Algo sucederá y habría que estar preparado.
Siendo un poco mayor, por los inviernos cuando no era tiempo de escuela, acompañé varias veces a mi abuelo a la braña. A que las vacas y ovejas pastaran aquellas hierbas sanas y verdes. Que corrieran y se hicieran fuertes, para luego vender la leche fresca o su carne prieta en el mercado.
Su cabaña era redonda, toda de piedra con una abertura para la puerta y otra en el techo para que saliera el humo. A pesar de la altura y lo abrupto del terreno jamás nos ocurrió ningún percance. Mi abuelo había recorrido aquellos montes desde su niñez y se sabía cada roca y cada ladera de memoria.
Una tarde de niebla espesa en la que volvíamos de inspeccionar a nuestro ganado se oyó un grito. Al principio mi abuelo lo confundió con el graznido de algún ave de presa.
Será una vaca que se ha roto una pata.- dije yo.
Mi abuelo puso cara seria. Sus animales eran su sustento. Y no podía permitirse el lujo de perder ninguno.
Quédate aquí.- me ordenó, mientras cogía su garrota y se calzaba sus botas fuertes.
No, voy contigo. Yo te ayudaré. ¿Y si te caes tú?
Su mirada se enfrentó a la mía. Y en ese momento creo que se dio cuenta de que yo sería su sucesor en aquellos montes altos y aislados.
Salimos y de nuevo escuchamos el grito. Esta vez más claro.
¡¡¡ AYUDA !!!
No, si ya lo decía yo… Lo que tenía que suceder, ha ocurrido.
Mi abuelo se volvió ante mí la voz de la experiencia. Y recordé aquellos refranes del chigre y aquellos urbanitas despreocupados. Ni en verano sin bota, ni en invierno sin ropa.
De nuevo escuchamos el grito de socorro. Empezó a nevar y casi perdimos nuestro rumbo. El eco nos devolvía tantas respuestas que nos confundíamos a cada paso. Mi abuelo silbaba y solo ovejas y vacas respondían con sus mugidos.
Hasta que guiados por una de nuestras vacas, que nos había olido entre el frío, dimos con un hueco de la roca que servía para cuando la lluvia cogía a los pastores desprevenidos. Allí refugiados encontramos a tres jóvenes con poca ropa, mucho frío y un miedo que se les comía la cara.
Mi abuelo no dijo nada. Les dio la mano uno a uno, yo saqué unas pellizas de lana de mi mochila y una cuerda. Y en fila india fuimos despacio, rumbo a la cabaña bajo la nieve. Allí les dimos leche caliente de nuestras vacas y un poco de abrigo.
A la mañana siguiente, cuando la nevada había parado, bajamos con ellos al pueblo. Allí nos esperaban sus coches de ciudad, nuestros vecinos y la Guardia Civil. Que me nombraron rescatador honorario. Aquello me hizo ilusión y determinó mi futuro.
Sigo en el pueblo que me vio nacer, con el dinero de la caja de galletas inicié mi preparación como montañero. Ahora dirijo un hotel de alta montaña y durante el invierno, un fin de semana sí y otro también, he de coordinar con la Guardia Civil misiones de rescate de locos urbanitas que creen que todo el monte es orégano.
Aunque la sabiduría popular lo dice bien claro: Cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo.
Y a pesar de que desde todos los Santos a Navidad es Invierno de verdad, sucederá que se tropieza una y mil veces con la misma piedra.


Chigre: Palabra asturiana empleada popularmente para referirse a los establecimientos donde se expende y bebe sidra. Bar, tasca.
Braña: Pastos altos comunales frecuentados por el ganado.
Todos los refranes referidos al campo que aparecen están sacados de: http://refranes.casamiguel.org/






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