El viaje de la vida - Dori Terán





 Despertó bañada en sudor con una enorme agitación que había convertido la cama en una maraña de sábanas liadas. El sueño se había convertido en pesadilla. Todas las noches viajaba a dimensiones desconocidas. Parecía tener un resorte en alguna parte de su ser, en su cerebro o en su espíritu, tal vez en alguno de esos cuerpos sutiles que nos conforman y que aún desconocemos e ignoramos el poder de su energía en nuestra consciencia y en los episodios de la vida que transcurre en el aquí y el ahora. Sucedía que todas sus ensoñaciones eran premoniciones de hechos futuros. Con más o menos simbología en su película nocturna siempre le llegaba un mensaje de algo que iba a suceder. Había contemplado el dantesco tsunami del año pasado, el avión que cayó en el vuelo, el pelirrojo dominando el poder, las bombas sobre los niños… Solo veía catástrofe, desolación y sufrimiento. Ella era desde siempre una mente científica, no podía aceptar creencias que el método científico no pudiese demostrar como ciertas. ¿Qué le estaba ocurriendo? La ciencia no podía darle luz sobre el tema. No, si al final iba a tener que agarrarse a aquellas peroratas que Andrés le soltaba de cuando en cuando harto del rigor y la disciplina que ella empleaba ante cualquier cuestión. –“Que si Carmen, que la ciencia llegará a explicar en un mañana asuntos que hoy no puede, como ha ocurrido en el pasado que atribuía a brujerías o chaladuras sucesos que luego ha podido demostrar como de lo más normal”. –“No lo dudes Carmen, que nuestros sentidos son pocos y limitados, que existen muchas cosas que nos son invisibles e incomprensibles” -“Que no Carmen, que no somos el culmen de todo, lo más, lo mejor, lo cierto…solo una gota en el océano.” Y así con la misma carga de preocupación de todas las mañanas se preparó un café bien cargado para dirigirse luego a su trabajo en la Agencia de viajes Destino. Organizar salidas recreativas para los clientes le proporcionaba el conocimiento de lugares y costumbres que abrían todo su ser a una riqueza y variedad de existencias que conseguían romper los anclajes a la rutina y la monotonía de la realidad única ,parcial y sesgada que por educación había recibido. Sentía e intuía que vivir era más, mucho más. Mil ventanas abiertas a mil posibilidades. Y el miedo, el miedo que nos impide gozar de esa verdad, de los sabores variados, naturales y emergentes de la vida sin fronteras, sin prejuicios; de la vida libre y auténtica…el miedo se disipaba, se borraba, desaparecía. Era feliz programando el viaje de novios a los enamorados que se entregaban a la intensidad de su amor durante unos días y se preguntaba por qué luego éramos tan cobardes que al cerrar el programa cerrábamos también la frescura, la inocencia, la espontaneidad de ese amor. ¿Por qué nos dejábamos colonizar e infectar por el sistema? ¿Por qué esa seguridad rancia de que no existen otras maneras de vivir?
También era feliz escogiendo el crucero que surcando los mares llevaría la curiosidad de algunas familias o parejas o amigos a disfrutar la belleza de las ciudades que bañan las olas. Y la misma pregunta acudía a su mente, ¿por qué luego renunciamos a sentir la belleza? En la mañana planificó un viaje para un grupo de clientes por el desierto de Gobi. Situado entre el Norte de China y el Sur de Mongolia, se prestaba muy adecuado para organizar una excursión para estos turistas. Varias importantes ciudades de la Ruta de la Seda ofrecían la aventura de conocerlas y aunque ahora están comunicadas por pistas y carreteras, incluso por ferrocarril, realizar una marcha en camello por las dunas y arenales era una opción que tentaba al riesgo y la hazaña. Trabajó casi toda la mañana en el tema documentándose en la ruta, en los elementos que necesitaban portar, la preparación y cuidado de los camellos durante la travesía, las precauciones ante las altas temperaturas y el cansancio, el agua, los alimentos, la disposición y colocación de cada cliente del grupo…y más y más para el confort y disfrute del recorrido. Acabada su jornada laboral y de regreso en su casa tomo un frugal almuerzo reconstituyente. Una ensalada de brotes tiernos adornada con los gajos de un rojo tomate y trocitos de queso blando. Apenas dos lonchas de pechuga de pavo sobre una tostada y el néctar de una pizca de piña y cuatro fresas. Siempre comía con la misma ligereza. Ya había experimentado el sopor que dan al cuerpo y quizá también al alma esas digestiones pesadas que han de triturar elementos densos y ácido. A lo que no iba a renunciar era a su albariño aunque le hiciese levitar en un amago de pequeño mareo. Se sentó en el sofá de su salón mientras encendía a distancia la televisión. Como siempre las noticias de desastres, penurias y enfrentamientos se sucedían unas tras otras en cualquier aspecto de la vida que tocaran. Casi se agradecían los anuncios variados vendiendo soluciones y milagros. Terminó recostada y dormida, una de las maneras de huir. Y soñó. Y ella estaba en el sueño. Caminaba en medio de una fila de camellos que en perfecto orden trasportaban sobre si a personas que los conducían suavemente. Dos por delante de ella y cinco por detrás. Todos perfectamente equipados y protegidos del sol de justicia que reinaba sobre sus cabezas. Estaban a punto de llegar a las dunas y no pudo por menos de preguntarse como las subiría. No eran altas pero aun así el movimiento constante de la arena blanda haría que sus pies se hundiesen en ella. Por un segundo apartó los ojos del horizonte en el que se dibujaban los montículos y mirando el suelo que pisaba quedo sorprendida del dibujo perfecto que en él había. Olas perfectas de arena, enlazadas, separadas, dispuestas geométricamente formando un precioso y original mar. Perfecta labor del viento soplando sobre la arena ligera y dócil. También las huellas de los herrajes de los camellos que llevaba delante se dibujaban y se mezclaban con las suyas que les seguían. Con curiosidad miró hacia atrás y pudo admirar la estela que con sus pisadas también habían trazado los camellos postreros. Sintió que algo se abría en su visión, se convirtió en panorámica sin perder a la vez cada detalle de la escena.
Y un chasquido que resonó en su interior la sacó del sueño…despertó! Aún en un estado alfa, buscó la misiva de la ilusión vivida. Claramente comprendió que el viaje de la vida solo es una parte de la existencia eterna y merece ser atendido en consideración a esa eternidad. Cada detalle temporal construye o destruye en la infinitud y perpetuidad que somos. Desde entonces apagó la televisión y sus sueños le orientan en la edificación de la existencia desde el espacio de su vida de hoy.




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