Tiempo
atrás, cuando tan solo era una niña de siete años le encantaba ver
la colección de libros que su tío tenia en la biblioteca del salón.
Pasaba el dedo por los que llegaba a alcanzar y leía los títulos
mientras su tío ojeaba el periódico, sentado en la butaca.
Recuerda
haberse parado especialmente en uno de pastas verdes y letras
doradas. Cuando el tío de Elvirita levantó la vista del diario y
mirando por encima de las gafas le sonrió.
-
Las mil y una noches... son cuentos. (le dijo el tío. Elvirita le
preguntó con la mirada si lo podía coger para leerlo) Algún día
te lo prestaré, cuando lo puedas entender. Ahora mejor toma cinco
duros y ve a comprarte un tebeo.
Elvirita
le hizo caso porque era una niña educada y obediente.
Pasaron
los años y Elvirita se había comvertÍdo en una joven de 18 años.
Ahora era Elvira, y los tebeos habían pasado a llamarse comics.
Su
amor por los libros no había cambiado. Su tío acababa de prestarle
aquel libro de pastas verdes y letras doradas. Era una recopilación
de cuentos tradicionales de Oriente Medio. Maravillosas historias
que la hacían soñar despierta.
Pero
el tiempo siguió pasando. Ya con los cuarenta encima y recién
divorciada se había envalentonado y decidió hacer un viaje por
Marruecos con un grupo de singles.
Durante
el trayecto que hacían hacia el desierto, recibió la triste noticia
de que su tío se acababa de morir. Imposible regresar a tiempo para
el sepelio.
No
pudo soltar una lágrima, o tal vez soltó mil en su interior y se
las tragó todas. Se puso a recordar a su tío tal y como había
sido desde que ella tenía recuerdos hasta exactamente una semana
antes de morir, que fue cuando lo había visto por última vez.
Decidió dedicarle aquel viaje y disfrutarlo como disfrutó de cada
libro que le había prestado o le había regalado.
El
grupo de turistas se trasladaron hasta las puertas del mismo Sáhara
en un autobús un poco mas tartana que el anterior que era bastante
cómodo. No era mucho trayecto desde la última ciudad. A partir de
esos momentos harían un recorrido subidos en un camello, recordando
un poco a las antiguas caravanas de los comerciantes árabes.
Era
el atardecer y el calor seguía siendo infernal por eso debían
hidratarse para ello llevaban suficientes botellas de agua.
Los
colores del paisaje iban cambiando gradualmente, amarillos de varias
tonalidades, anaranjados preciosos... Mucho calor, pero merecía la
pena.
Pasarían
la noche bajo las estrellas. Los dos guías montaron una especie de
jaima, buscaron palos, (que aunque parezca increíble, había rocas y
arbustos) hicieron una fogata, porque por la noche bajó muchísimo
la temperatura, debido a la escasa humedad.
Los
camellos a un lado, los turistas a otro, cerquita de la Jaima.
Tomaron
mucho té con menta y hablaron largo rato. Elvira eligió una
estrella de las miles que se podían ver con toda claridad y habló
con ella. El manto de estrellas la hacía sentir de un modo especial,
como lejos de sí misma, recordando otros tiempos, otras
conversaciones, y aquellas lecturas de niña y de jovencita donde la
persona que más le había influido en su amor a la lectura cobraba
protagonismo. Ya no estaba, era cierto, pero siempre lo llevaría en
su corazón. A él le habría encantado ver esos paisajes desérticos
tan hermosos, tan aficionado como era a la fotografía.
Hay
gente que se duerme contando ovejas. Elvira tenía suficiente con sus
pensamientos, sus recuerdos y contando estrellas.
Al
llegar las siete de la mañana los despertaron a todos. Ya había a
esas horas por lo menos 30ºC de temperatura y en aumento. Nuevamente
subirse al camello y regresar todos en fila hasta el punto donde les
esperaba el autobús para volver a Ouarzazate. La ciudad desde donde
partieron, situada a siete horas de Marrakech.
Elvira
no había encontrado ningún príncipe, ni sultán, ni princesa, ni a
Simbad el marino, ni a ningún genio dentro de una lampara. Se
encontró a sí misma y de ese modo al regresar a su casa el dolor de
no volver a ver más a su tío se transformó en tenerlo presente en
cada foto, en cada viaje, en cada libro, sobre todo en el libro que
su madre le acababa de entregar "Las mil y una noches". Era
su herencia y tenía una dedicatoria que rezaba así: "Cada
cosa, cada persona, cada libro tiene su momento. Encuentra el tuyo"
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