Heredé
de mi abuela un precioso juego de collar, pendientes y una pulsera
que solo me pongo en ocasiones especiales.
A
mi ahora marido se le puso cara de salmón cuando me vio, del brazo
de mi padre, vestida de verde esperanza luciendo esas joyas el día
de nuestra boda.
A
mi recién estrenada suegra casi le dio un soponcio al ver a una
lechuga del brazo de su hijísimo.
Confieso
que no fui capaz de aguantar la vista de su horroroso vestido de
novia, lleno de volantes blancos y mangas de farol.
-Serás
como una hija. Así que el vestido te corresponde lucirlo a ti.- me
dijo ilusionada mientras yo sufría picores por todo el cuerpo
mientras la tela atacaba mi sentido de la moda.
A
quince días de la boda no pude más. Y recorrí la sección de
ofertas de El Corte Inglés, buscando algo que no me produjera
urticaria a la vista.
En
ocasiones más vale ser lechuga salada que merengue dulzón.
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