Nunca
sospeché nada, simplemente pensé que me había equivocado
contratando aquella asistenta. Era más lenta que un caracol.
Se podía tirar una mañana haciendo un simple dormitorio. Fregar los
platos era un suplicio, dale que dale con el estropajo,
sin brío, como si estuviera cansada. Mi marido me decía que tuviera
paciencia, que la pobre seguramente no estaría acostumbrada a las
tareas domésticas y que en cuanto les cogiera el tranquillo sería
distinto. Distinto fue cuando de la noche a la mañana se largaron
los dos, dejándome la cuenta bancaria a cero. Me inundó la rabia y
maldije mil veces a la dichosa asistenta. Luego me enteré que lo
tenían todo planeado. También me enteré de que finalmente ella le
había chupado todos los cuartos a mi querido esposo y había
puesto pies en Polvorosa. Bueno, bien pensado, él era un estúpido,
un mujeriego, le olían mal los pies y no hablemos de follar… Sí,
creo que al final no me salió tan mala la criadita.
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