No
llegaron a celebrar su primer aniversario
en aquella santa casa. Los crueles datos de audiencia los barrieron
de la parrilla. Un equipo de casi cien personas ingresaba en las
listas del paro de forma indefinida.
Pero
ellos no aparecían delante de las pantallas, solo en los títulos de
crédito que nadie leía; porque pasaban demasiado deprisa, como las
condiciones de pago de las entidades de préstamos hipotecarios.
A
las puertas del siguiente estreno miles de fans se abalanzaban hacia
los que sí aparecían en pantalla; buscando sus sonrisas, sus poses,
sus fotos, sus autógrafos, hasta sus besos.
No
sus palabras, que se habían quedado mudas, guardadas en la Biblia,
el libro
de estilo que tanto había costado redactar a los guionistas de la
serie. La apuesta estrella de la cadena esa temporada.
Tampoco
nadie preguntó a los de atrezzo
en qué anticuario habían conseguido la maleta de viaje con
sombrerera que aún conservaba su forro original. Ni dónde
adquirieron el maravilloso despacho, estilo inglés con sillón y
sofá tipo chaise-longue
acolchado, que era donde los protagonistas daban rienda suelta a su
tórrida historia de amor. Ni con qué tipo de cámara habían
conseguido obtener el equipo de fotografía e iluminación ese
ambiente decadente y a la vez hipnótico de los ambientes de clubs y
antros londinenses de principios del siglo XX.
Pero
a nadie le importaban esos pequeños detalles.
Llegar
a casa con un selfie
besando a la estrella del momento sí.
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