Aquel día Laura
estaba de un humor de perros. Últimamente le ocurría con demasiada
frecuencia y tampoco resultaba tan extraño, al fin y al cabo conocía
perfectamente el motivo: los problemas, los malditos problemas que
aparecían como por arte de magia, uno tras otro, sin parar. No eran
grandes problemas, ni eran tampoco de los que no tenían solución,
pero todos se le echaban encima a ella, todos; y aquella mañana de
sábado, mientras regresaba a casa cargada con bolsas después de
hacer la compra, cual si fuera una mula de carga, todo se le venía a
la cabeza.
Entró en su casa y
de camino a la cocina pasó delante de la puerta del salón. Allí
estaba él, su marido, cómodamente sentado en su sillón orejero
leyendo la prensa escrita. Muy bonito, perfecto, él vivía así,
tranquilo y relajado, nada le preocupaba, nada le inquietaba, claro
como no se enteraba de una... Pero bueno, si era por eso, allí
estaba ella para ponerlo al día. Mientras sacaba las cosas de las
bolsas y las iba colocando en la nevera y en las distintas alacenas,
comenzó a hablar a voz en grito para que su amado esposo la oyera
con la suficiente claridad.
-¿Has ido a hablar
con Manolo, el presidente de la comunidad? Te dije el otro día que
te acercaras a hablar con él, por lo del recibo del agua. No estoy
dispuesta a pagar esa cantidad desorbitada, vamos, ni que gastáramos
agua como para llenar una piscina todos los días. Vale que somos
cuatro personas, nos duchamos todos los días, ponemos lavadoras y
tal y cual, pero como siempre, no hemos hecho nada extraordinario. Ya
le dije que había venido el fontanero, que había hecho una revisión
y que según él todo está normal. Y debe de estar, porque se pasó
toda la tarde mirando esto y lo otro y cien euros que me cobró el
tío. Así que si hay algún error, o alguna fuga en el edificio, que
lo arreglen, yo no estoy dispuesta a pagar el agua de todo el
vecindario, era lo que me faltaba, como si no tuviéramos gastos de
sobra.
Porque ya sabrás lo
que excursión de tu hijo. No, tú qué vas a saber. Pues el otro día
vino con una papelito del instituto diciendo que el presupuesto que
habían comunicado a principio de curso para la excursión, pues que
ya no vale, porque se ha apuntado poca gente y que sube doscientos
euros nada más y nada menos, como si fueran poco los ochocientos del
principio, hala ahora mil, por todo el morro, para que el niñito se
vaya una semana a Italia y nosotros de vacaciones al pueblo de los
abuelos, ¿no te jode? Cuando yo iba al instituto las excursiones
eran a la playa de San Lorenzo o a Covadonga, pero ahora no, ahora a
Italia, a lo grande. Que Italia es cultura, dice el chiquillo;
cultura se la voy a dar yo a él como deje alguna asignatura, ya
verás tú, le voy a sacar los mil euros de encima cagando leches,
que lo pongo en trabajar de repartidor en un burguer, bien explotado,
que sepa lo que es ganar cuatro duros. O mejor, lo mando todo el
verano, pero todo, con tus padres para que se rompa la espalda
trabajando con ellos en la granja, ordeñando cabras y limpiando
cerdos todo el santo día, ya verás.
Pero nada, tú no
digas nada, tú sigue a lo tuyo, a ver si Pedro Sánchez y su elenco
de ministras te arreglan la vida, que eso sí que es una noticia
importante dónde las haya y no los problemas de casa, que con esos
ya lidio yo solita, que para eso ya soy la super mujer. ¡Ay, el día
que yo me canse! El día que yo me canse va a arder Troya como dice
el otro.
Ah, por cierto, el
otro día llamó Severino, ese compañero de trabajo tuyo que te cae
tan bien y a mí me parece más tonto que Abundio, pues eso, que
llamo y me encargó que te dijera que muchas gracias por el cambio
que le habías hecho para el día ocho, que te debía un favor muy
grande que si no no podría ir de excursión a no sé dónde con no
sé quién. No quise preguntarle nada más, porque no bien colgué el
teléfono me puse de una mala hostia impresionante. Porque supongo
que ese cambio de turno tan generoso no será para el día ocho del
próximo mes. Te recuerdo que ese día se casa mi hermana y que la
pobre fijó el día de la boda pensando en tus turnos de trabajo y
ese sábado librabas, o mejor dicho libras, libras, has oído. No me
vengas con que es un viaje cortito y que llegarás a tiempo que lo
mismo me dijiste el día que mis padres celebraron las bodas de oro y
apareciste en la cena a los postres y encima yo toda preocupada
porque no contestabas al móvil y no sabía dónde te habías metido.
Así que si el día ocho es el que yo pienso ya le puedes ir diciendo
al bobo ese que se apañe, que aquí todos tenemos nuestras
ocupaciones y si no puede ir de excursión ese día, pues que vaya al
siguiente. Y si no se lo quieres decir tú, se lo digo yo eh, que no
tengo pelos en la lengua y como tú eres tonto, si me descuido tan
tonto como él, pues eso.
Antes de que se me
olvide, esta misma tarde haces el favor de llevar el coche al taller
a cambiarle las pastillas de freno, que esta mañana cuando fui a
llevar a la niña a la piscina empezó a sonar como a hierro oxidado,
así que ya puedes ir espabilando, que como lo dejes después en vez
de cien euros son doscientos, como la puta excursión, que a todo el
mundo le debe de parecer que los cuartos nacen en los árboles.
Y otra cosa, el
próximo domingo la niña tiene competición en Gijón, así que no
hagas planes que te toca llevarla, que yo vuelvo a trabajar de
mañana, otra vez. Estoy hasta el gorro de los turnos en ese maldito
hospital. Desde que nombraron a la nueva jefa la tía me endilga
todos los domingos por la mañana con la excusa de que claro, como
soy la última que llegué.... a tomar por culo. Antes de que la
nombraran a ella, también era la última y la otra chica repartía
los turnos de otra manera. Pero ésta no, ésta hace lo que le sale
del coño. Si lo llego a saber ni pido traslado ni narices, que en el
otro hospital incluso libraba algún que otro fin de semana y ahora
¡ja! Ahora un domingo sí y otro también.
Pedro, ¿me estás
escuchando?
Del salón no llegó
contestación alguna. Laura guardó el último paquete de arroz y se
dirigió al salón. Se encontró a su marido al lado de la puerta.
-Es ques estoy
escuchando un concierto de los Rolling buenísimo y me pareció oír
voces de la calle. Deben de entrar por la ventana de la cocina.
Y entonces él
cerró la puerta.
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