Un globo, dos globos, tres globos -- Esperanza Tirado


                                          Resultado de imagen de tres globos

Ella pinchó un globo amarillo de la fiesta, que hacía ya un buen rato que languidecía. Las copas, vasos y platos medio vacíos y abandonados en mesas y rincones daban fe de que aquello no daba para más. Alguien, no distinguió si hombre o mujer, arrastrando las eses con gran dificultad, intentó hacer un brindis. Pero el alcohol los había dejado a todos como sordomudos, encerrados en una burbuja invisible previa a la pesadez de la resaca. Nadie respondió.
Alguien había perdido un zapato de tacón en las escalerillas de la piscina. Afortunadamente nadie se atrevió a tirarse desde el trampolín. Que no estuviera llena del todo resultó una bendición. Está comprobado que los comerciales, tanto ellos como ellas, se convierten en saltadores olímpicos si beben más de tres cubatas. Con las cervezas el valor se redobla hasta el infinito.
En la isleta de la fabulosa cocina de diseño encontró un globo blanco lleno de carmín, anudado a modo de corbata. Por su cabeza pasaron imágenes de forajidos ahorcados en el lejano oeste, Audrey la de Twin Peaks jugueteando sensualmente con una cereza roja dentro de su boca y sacando un nudo perfecto, y el nombre de algún famoso cuya muerte trágica involucraba la asfixia erótica.
La idea de la fiesta sin límites al principio resultaba divertida pero con la repetición se acababa perdiendo el interés. Por eso últimamente ella buscaba el sitio para la celebración y organizaba la logística de antes y después. Ya no participaba en la fiesta en sí. Prefería tomarse una ginebra a solas mirando a los operarios limpiar el desastre mientras su jefe iba dando ánimos a quien quisiera escucharle. Nadie, a esas alturas. Ella admirada su entusiasmo y su energía. Este hombre nunca se rendía.
Un taxi hizo sonar el claxon en el jardín mientras con sus neumáticos pinchaba algún globo extraviado. Hasta que el cliente se daba por aludido el taxista salía a admirar el Apocalipsis en el que el chalet de lujo se había convertido tras la fiesta de empresa que la inmobiliaria celebraba tras cuadrar cuentas.
Habrá que limpiar hasta el último rincón si queremos venderlo bien después. Va a costar más el equipo de higienización que la comisión del vendedor. Ese pensamiento era recurrente después de cada fiesta.
Hubiera sido muy mala idea contratar un castillo hinchable. Le parecía un exceso de empresas cutres. Afortunadamente a su jefe se le abrieron los ojos a tiempo cuando una empresa rival hizo lo mismo y tres meses después quebró. Casualidades...
De los globos en las esquinas de la piscina semivacía con mensajes emulando las galletas de la suerte chinas ya no dijo nada. La mirada entusiasmada y brillante de su jefe mientras le contaba la ‘gran idea’ le hizo cerrar la boca y sonreír ante la ocurrencia. A veces era como un adolescente. No hay manera de pararlo. Esta vez lo dejaremos que sueñe.
Y soñando en el séptimo cielo encontró a la de Gerencia en una de las habitaciones a la que entró sin querer, buscando no recordaba qué. Quiso cerrar los ojos pero en su mente se clavó la imagen de una hembra entrada en carnes y en años a la que el nuevo técnico informático, un tirillas recién licenciado, le estaba haciendo una revisión más que general.
Cerró despacio, dudaba que se hubieran dado cuenta de su presencia. Estaban muy ocupados. Ella era imprescindible pero invisible a la vez en la empresa. Ya lo había asumido.
Otro taxi hizo sonar su claxon. ¿Era para ella? No, recordaría haberlo pedido. A pesar de todo el alcohol y la noche empezaban a confundirla a ella también. Pero tenía que buscar las llaves del chalet para cerrar la verja. Ella era siempre la primera en entrar y la última en salir.

Le dolían los pies y ya estaba harta del zumbido de la música y del olor a ceniza y alcohol mezclado con sudor y colonias de anuncio.
Entró en otra de las habitaciones que parecía vacía. Allí estaban su abrigo y su bolso, con unas sandalias de esparto dentro que le iban a venir como agua de mayo. Sus pies llevaban diciendo ‘Basta’ hacía horas. Al lado del bolso se encontró un gran globo verde que aún sobrevivía a los estragos de la noche.

Lo recogió y quiso llevarlo a la bolsa negra de los desperdicios. Está en el cobertizo, recordó, en una esquina de la piscina. Con toda la basura. Al notar que pesaba más que un globo de aire normal, se dio cuenta de que tenía algo dentro. Lo desinfló con cuidado de no pincharlo y sacó el papel.
Leyó la nota:
Ámame con mis manías, mis aciertos y desaciertos que yo te amo aun cuando pones de cabeza mis días...’
Ella volvió los ojos al frente, cruzándose con los de su jefe. Se le cayó el globo al suelo. Y entonces, él cerró la puerta.






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