La multitud se apiñaba en torno al patíbulo. El hombre luchaba por
escapar de los dos verdugos que lo sujetaban mientras una mujer
vestida con sus mejores galas lo acusaba.
-Estábamos en el baile y apareció el diablo. Es él, ese hombre es
el diablo. Viene directamente del infierno. Lo vi pasar a mi lado y
llevaba un aparato cerca de su oído del que salían palabras, sin
duda alguna procedentes del mismísimo infierno. ¡Tiene que morir!
Evaristo Cantero, que había inventado la máquina del tiempo, se
preguntaba una vez más para qué coño había llevado el móvil al
medievo, si allí no había cobertura. A ver cómo salía ahora de
semejante embrollo.
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