Se
despertó como cada día, dejando las sábanas de la cama hechas un
lío. Pero había algo en el ambiente que no era como todos los días.
¿Tal vez era la luz? ¿Tal vez el tamaño de su habitación? ¿O era
él que habría crecido durante la noche? No, el pijama seguía en su
sitio.
Daba
igual, tenía ganas de hacer pis y fue directo al baño. Le gustaba
cómo se iluminaban los azulejos al encender la luz del techo.
Parecía el reflejo de una nave espacial. La guerra de las galaxias
en su cuarto de baño. Molaba la idea.
Y
le gustaba hacer gorgoritos al tirar de la cisterna, como si alguien
se hundiera por un pozo sin fondo pidiendo socorro. Pero no se
escuchó nada. Tiró de nuevo. El agua salió pero no hubo grito.
Gritó él hasta que le dolió la garganta. Nada.
Bueno,
sí, algo. Alguien. Su madre entró como una exhalación con la cara
desencajada. Abrió la boca, mucho, muy rápido. Él no la entendió.
Se llevó las manos a los oídos y negó con la cabeza. Su madre se
quedó mirándole. Él la cogió de la mano y juntos entraron en su
habitación. Sacó un cuaderno del colegio y un rotulador rojo.
Escribió:
‘¿Qué
día es hoy?’
Su madre cogió un rotulador verde.
‘Hoy es Domingo’
Él asintió.
‘¿Es fiesta?’
Su madre escribió ‘Sí’
Él
se quedó pensativo.
‘Vale
¿Es
fiesta para todo el mundo?’
La respuesta de su madre ‘Sí’, de nuevo.
Él
cogió con fuerza su rotulador:
‘Entonces, las palabras en domingo también se van de fiesta
Por
eso las mías no me salen’
Su madre leyó con lágrimas en los ojos lo que había escrito su hijo. Cuando se calmó, abrazó a su hijo y escribió.
‘Desde ahora todos los domingos daremos fiesta a las palabras
A
las tuyas y a las mías
Y
hablaremos con colores’
La sonrisa de su hijo y el abrazo de su hijo le devolvieron la tranquilidad y cierta esperanza.
Sus
palabras sólo se habían tomado un pequeño descanso dominical.
Volverían a su pequeño ser. Mientras tanto ellos dos ya se
entenderían.
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