Los señores Escorxador
se acababan de mudar de la bulliciosa Barcelona a una aldea perdida
con 4 habitantes en un lugar de montaña de Asturias. A 20 minutos de
la costa pero con una carretera tan llena de curvas que mejor no
salir de la placentera vida de campo.
Allá
dejaron a sus amigos y familiares si es que los tenían, porque eran
bien extraños. En el día diario de aldea a penas se les veía por
la calle; sólo su perrito buen guardián se podía ver hacer acto de
presencia cuando una visita inesperada hacía acto de presencia; que
solia ser alguien que se había perdido por aquellas caleyes
olvidadas de la mano de Dios. Y así como llegaban, sin ver más que
al perro, se iban de igual modo, sin ver a nadie. Esto sabemos de los
que lo podían contar.
Los
escorxador eran tan raros como su apellido catalán, que como casi
todo apellido español hace alusión a algún oficio de el primer
antepasado al que se lo adjudicaron.
Pasaron
los años, el perro pasó a ser otro y el señor Escorxador pasó a
ser él solo. Con todo su misterio se fue su señora, y tal vez algún
día de igual modo se iría él. No sabemos si se amaban mucho, si
les gustaba ver la tv, leer libros… No sabemos si las personas
solitarias aficionadas a hacer senderismo y que desaparecían por
parajes cercanos a la casa de éstos señores catalanes. No sabemos
que fue de su suerte. Lo que nos llena de curiosidad y nos lleva a
una pregunta en nuestro interior y es que si el apellido hace a la
persona, tendríamos un matarife de montaña.
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