Era
lo que estaba esperando, un buen jefe que creyera en mí, aunque lo
mío me ha costado, que nadie se vaya a creer que todo me lo han dado
gratis ni que me ha resultado sencillo llegar hasta aquí. Llevo
mucho tiempo pasándolo mal, sobre todo en mis anteriores empleos, en
los que siempre estuve minusvalorada. Ahora por fin ocupo el lugar
que me merezco y gracias a él, a mi estupendo y guapísimo jefe.
Muchos de mis compañeros opinan que soy una trepa y no les falta
razón, pero a mí me da lo mismo. Es cierto, soy una persona
bastante desorganizada, caótica, despistada....los puestos de
responsabilidad me vienen grandes, pero esta vez lo he conseguido,
¿cómo? Muy fácil: dándole a mi jefe lo que más le gusta.
Hacía días que notaba su
mirada lasciva sobre mí cuando entraba en su despacho para ofrecerle
el cafecito de media mañana que nunca me había pedido pero que yo
le servía con gusto, haciendo gala de un peloteo que exasperaba a
más de uno. Pablo posaba sus ojos con descaro en mis pechos cuyo
canalillo me empeñaba en mostrar con mis generosos escotes, o en mi
trasero respingón perfilado por las ceñidas faldas que lo
enmarcaban redondo y sugerente. Yo sabía lo que mi jefe deseaba,
pero no estaba dispuesta ni a dárselo gratis ni a rogarle nada, así
que me armé de paciencia esperando que fuera él el que diera el
primer paso. No me cabía la menor duda de que no sería capaz de
resistirse a mis encantos, y efectivamente, no tardó mucho en caer
en mis redes
Cierta
mañana me invitó a un café en el bar de la esquina. Yo sabía que
empezaba la fiesta. Fue bastante directo, me dijo que yo me merecía
un puesto mejor que ser una simple vendedora en aquel hipermercado de
mala muerte y que si quería él podía hacer que me ascendieran a
jefa de sección, por ejemplo. Le miré con todo mi descaro y le
regalé mi mejor sonrisa. Antes de contestar le observé con
detenimiento. Era un tipo tremendamente atractivo, el pelo corto y
ligeramente revuelto, ojos verdes, barba bien recortada y un cuerpo
que se adivinaba atlético debajo de sus impecables camisas de marca
por las que seguramente pagaría poco menos que la mitad de mi sueldo
mensual.
-¿Y qué quieres a cambio? -
le pregunté – Supongo que.....sexo ¿me equivoco?
Me miró sorprendido.
Seguramente no se esperaba mi pregunta y en un primer momento no supo
cómo reaccionar, pero en seguida se repuso y tomó las riendas de la
situación.
-Ya que lo dices ¿estarías
dispuesta a dármelo?
-Con un contrato indefinido
sobre mi mesa en el que conste mi ascenso y un suelo de...digamos dos
mil quinientos euros al mes, tendrás todo el que quieras.
-Eres muy directa.
-¿Me valdría de algo no
serlo? Mira tío, tú me gustas, el sexo me gusta y el dinero
también. Me lo estás poniendo en bandeja, pero yo pongo mis
condiciones.
-Y si mañana tienes el
contrato en tu mesa ¿cómo sé que no te volverás atrás?
-¿Y si resulta que follamos
primero y después no hay ascenso? Tendremos que confiar el uno en el
otro, ¿no crees?
Al día siguiente el contrato
estaba sobre mi mesa con las condiciones que yo misma había puesto,
así que le envié un mensaje citándolo aquella tarde en un
discreto hotel al que en otras ocasiones había acudido con algún
que otro ligue de turno. Durante toda la mañana no pude dejar de
pensar en él y en el encuentro que se avecinaba. Había cumplido su
palabra y además me gustaba cada vez más, así que me propuse
regalarle una tarde inolvidable. A la hora convenida y en el sitio
acordado estaba esperándome.
-¿Dispuesto? - le pregunté.
Apenas hizo un gesto de
asentimiento con la cabeza.
En cuanto entramos en la
habitación lo acorralé contra la puerta y le besé. Primero con
besos suaves, tenues, tiernos; luego busqué su boca y con mi lengua
jugueteé con la suya. Sentí agitarse su respiración y en ese
preciso instante me separé de él.
-Tranquilo – le dije –
tenemos mucho tiempo. Descálzate y échate en la cama.
Me obedeció sin rechistar,
mientras yo, de pie en medio de la estancia, me iba despojando de mis
ropas poco a poco sin dejar de mirarle. La falda de raso gris cayó
al suelo, las medias de seda negras la siguieron, la blusa de rayas
rosa y gris continuó el mismo camino... hasta que mi cuerpo se quedó
embutido
únicamente en un inocente conjuntito floreado de aire romántico. Me
acerqué a la cama y me senté a horcajadas sobre él. Le besé de
nuevo en los labios, mientras iba desabotonando poco a poco los
botones de su camisa azul.
-Voy a recorrer cada
centímetro de tu piel con mis labios – le susurré al oído.
Y comencé por el lóbulo de
la oreja, por su cuello.... por su pecho limpio de vello y atlético,
por su vientre plano... Desabroché su cinturón y con lentitud
premeditada hice lo mismo con la bragueta de su pantalón vaquero.
Pude sentir la esencia de su excitación y una oleada de placer
recorrió mi cuerpo. Cuando conseguí despojarle de sus pantalones
llevé mi mano al montículo que se apreciaba por debajo de su bóxer
y lo acaricié. Vi como cerraba sus ojos en un gesto que denotaba el
placer que estaba empezando a sentir. Quiso atraerme hacía sí y
quitarme el sujetador pero yo no le dejé.
-Sólo cuando yo quiera – le
dije -mientras déjame a mi.
Continué con mi tarea. Mis
labios cubrieron de nuevo su cuerpo de besos, hasta que se
encontraron con la dulce ambrosía que esperaba expectante el turno
de sus caricias y se detuvieron allí, premiándola con la cálida
humedad de mi saliva. Pablo se retorcía de placer y de vez en cuando
soltaba algún gemido tenue. Supe que debía detenerme y así lo
hice. De nuevo me senté sobre él y sin separar mis ojos de los
suyos liberé mis pechos del sujetador y guié su mano hacia ellos.
Mis pezones respondieron con gratitud a sus caricias, endureciéndose
con premura mientras mi sexo se humedecía cada vez más. Cerré mis
ojos y eché mi cabeza hacía atrás. Necesitaba sentirlo dentro de
mí, pero tenía que esperar un poco más. Quería que me deseara
hasta morir, porque me gustaba, y porque con cada segundo que pasaba
me iba convenciendo de que aquello no podía terminar allí. Deslicé
mi mano por dentro de mis braguitas y yo misma comprobé la intensa
excitación que me embriagaba, mientras él me miraba suplicante.
-No aguanto más – dijo, y
con un movimiento ágil y rápido me tumbó sobre la cama y se echó
sobre mí.
No me resistí, al contrario,
me gustó su impaciencia y con sumo gusto pude comprobar que el sexo
puro y duro no está reñido con la ternura. Ahora era él quien me
besaba con delicadeza, con suavidad, deteniéndose en cada rincón de
mi cuello, como si supiera desde siempre que aquel gesto aumentaba
mis ganas de sentir. Sus manos recorrieron mi cuerpo, cual si
intentaran despertar en mi piel una melodía de sensualidad sin
límites, encendiendo mi pasión de tal manera que de nuevo
quise
que entrara en mí. Pero todavía no era hora.
Lentamente fue bajando,
recorriendo mi pecho, mi abdomen, mi vientre con sus labios, hasta
prender mis bragas con sus dientes y despojarme de ellas con
maestría. Cuando lo hubo hecho se detuvo allí, entre mis piernas,
jugueteando en mi oquedad hasta que mi cuerpo estalló en un intenso
orgasmo que liberó la excitación contenida.
Entre
jadeos y suspiros sentí de nuevo sus besos en mi boca, traspasándome
el sabor dulzón de mi propio interior, y sus caricias volvieron a
excitarme. Y entonces le sentí deslizarse en mi vientre con
suavidad, con lentitud al principio, empujando después hasta lo más
profundo, mientras su mirada esmeralda se posaba en mi mirada.
-Me gusta sentir contigo –
susurró a mi oído – me encanta lo apasionada que eres.
Sus palabras tenían el poder
de levantar oleadas de placer que recorrían mi cuerpo al compás de
sus embestidas. Y sentí de nuevo la lengua de fuego de comenzaba en
mi bajo vientre y me agitaba todo el ser en un frenesí sin límites.
No sé cuánto tiempo
permanecimos atrapados en aquella espiral de amor carnal, pero entre
momentos de pasión ilimitada y de sosiegos necesarios se nos pasó
la tarde y de pronto fue necesario regresar al mundo real que nos
esperaba más allá de las cuatro paredes de aquel cuarto impersonal.
-¿Volveremos a repetirlo? -
le dije esperando ansiosa que me diera el sí, mientras recogía mis
prendas del suelo y me las iba poniendo de nuevo.
Me miró con una media sonrisa
que me encandiló una vez más.
-¿Te gustaría? -me preguntó.
-Es evidente. En caso
contrario ni se me hubiera ocurrido insinuar la posibilidad de un
nuevo encuentro.
-¿Me vas a pedir algo a
cambio?
Sonreí. Me senté a su lado y
rodeé su cuello con mis brazos. Le besé.
-Creo que no – respondí por
fin – creo que la próxima vez lo haré por puro placer. Claro
que... si quieres iniciar una nueva conquista, algún ascenso más
que tengas que ofrecer, yo te dejo el camino libre. No pienso
entrometerme en tu carrera de conquistador.
Soltó una risa
condescendiente y me miró por el rabillo del ojo.
-Me gustas demasiado – me
dijo – fíjate que hasta quiero conocerte mejor. ¿Qué te parece?
¿Sería posible?
-Me encantaría.
*
-¿Qué estás haciendo aquí?
¿No es la hora ya de empezar tu turno?
La voz atronadora de Pablo, mi
jefe, me asustó y me hizo cerrar la libreta de repente.
-Faltan todavía diez minutos
– le contesté.
-Pues podías emplearlos en
algo útil. Si en lugar de estar aquí escribiendo no sé qué
tonterías en esa libreta te dedicaras a adelantar tu trabajo, te
sería mucho mejor.
Le vi alejarse con su habitual
cara de pocos amigos sin contestarle. Me hubiera gustado preguntarle
que para quién sería mejor, si aquellas horas regaladas a la
empresa me valdrían para algo, por ejemplo para ganar algo más de
los cochinos ochocientos euros que me pagaba, para ascender y ocupar
un puesto acorde con mi titulación. Me hubiera gustado ser como la
protagonista de la historia que estaba escribiendo, una chica
decidida, descarada y liberada de prejuicios tontos, una mujer que se
ponía el mundo por montera y conseguía lo que quería costase lo
que costase. Pero yo soy la antítesis de todo eso, tal vez por ello
me guste inventar historias en las que sus protagonistas hacen lo que
yo jamás sería capaz de hacer, es mi manera de vivir las vidas que
querría para mí. Mientras tanto seguiré aquí, trabajando como una
esclava, cobrando un sueldo irrisorio y aguantando las brocas
injustas de un jefe que ni me valora ni lo hará jamás, ni aún
regalándole una tarde de sexo desenfrenado
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