El ascenso - Gloria Losada


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Era lo que estaba esperando, un buen jefe que creyera en mí, aunque lo mío me ha costado, que nadie se vaya a creer que todo me lo han dado gratis ni que me ha resultado sencillo llegar hasta aquí. Llevo mucho tiempo pasándolo mal, sobre todo en mis anteriores empleos, en los que siempre estuve minusvalorada. Ahora por fin ocupo el lugar que me merezco y gracias a él, a mi estupendo y guapísimo jefe. Muchos de mis compañeros opinan que soy una trepa y no les falta razón, pero a mí me da lo mismo. Es cierto, soy una persona bastante desorganizada, caótica, despistada....los puestos de responsabilidad me vienen grandes, pero esta vez lo he conseguido, ¿cómo? Muy fácil: dándole a mi jefe lo que más le gusta.
Hacía días que notaba su mirada lasciva sobre mí cuando entraba en su despacho para ofrecerle el cafecito de media mañana que nunca me había pedido pero que yo le servía con gusto, haciendo gala de un peloteo que exasperaba a más de uno. Pablo posaba sus ojos con descaro en mis pechos cuyo canalillo me empeñaba en mostrar con mis generosos escotes, o en mi trasero respingón perfilado por las ceñidas faldas que lo enmarcaban redondo y sugerente. Yo sabía lo que mi jefe deseaba, pero no estaba dispuesta ni a dárselo gratis ni a rogarle nada, así que me armé de paciencia esperando que fuera él el que diera el primer paso. No me cabía la menor duda de que no sería capaz de resistirse a mis encantos, y efectivamente, no tardó mucho en caer en mis redes
Cierta mañana me invitó a un café en el bar de la esquina. Yo sabía que empezaba la fiesta. Fue bastante directo, me dijo que yo me merecía un puesto mejor que ser una simple vendedora en aquel hipermercado de mala muerte y que si quería él podía hacer que me ascendieran a jefa de sección, por ejemplo. Le miré con todo mi descaro y le regalé mi mejor sonrisa. Antes de contestar le observé con detenimiento. Era un tipo tremendamente atractivo, el pelo corto y ligeramente revuelto, ojos verdes, barba bien recortada y un cuerpo que se adivinaba atlético debajo de sus impecables camisas de marca por las que seguramente pagaría poco menos que la mitad de mi sueldo mensual.
-¿Y qué quieres a cambio? - le pregunté – Supongo que.....sexo ¿me equivoco?
Me miró sorprendido. Seguramente no se esperaba mi pregunta y en un primer momento no supo cómo reaccionar, pero en seguida se repuso y tomó las riendas de la situación.
-Ya que lo dices ¿estarías dispuesta a dármelo?
-Con un contrato indefinido sobre mi mesa en el que conste mi ascenso y un suelo de...digamos dos mil quinientos euros al mes, tendrás todo el que quieras.
-Eres muy directa.
-¿Me valdría de algo no serlo? Mira tío, tú me gustas, el sexo me gusta y el dinero también. Me lo estás poniendo en bandeja, pero yo pongo mis condiciones.
-Y si mañana tienes el contrato en tu mesa ¿cómo sé que no te volverás atrás?
-¿Y si resulta que follamos primero y después no hay ascenso? Tendremos que confiar el uno en el otro, ¿no crees?
Al día siguiente el contrato estaba sobre mi mesa con las condiciones que yo misma había puesto, así que le envié un mensaje citándolo aquella tarde en un discreto hotel al que en otras ocasiones había acudido con algún que otro ligue de turno. Durante toda la mañana no pude dejar de pensar en él y en el encuentro que se avecinaba. Había cumplido su palabra y además me gustaba cada vez más, así que me propuse regalarle una tarde inolvidable. A la hora convenida y en el sitio acordado estaba esperándome.
-¿Dispuesto? - le pregunté.
Apenas hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
En cuanto entramos en la habitación lo acorralé contra la puerta y le besé. Primero con besos suaves, tenues, tiernos; luego busqué su boca y con mi lengua jugueteé con la suya. Sentí agitarse su respiración y en ese preciso instante me separé de él.
-Tranquilo – le dije – tenemos mucho tiempo. Descálzate y échate en la cama.
Me obedeció sin rechistar, mientras yo, de pie en medio de la estancia, me iba despojando de mis ropas poco a poco sin dejar de mirarle. La falda de raso gris cayó al suelo, las medias de seda negras la siguieron, la blusa de rayas rosa y gris continuó el mismo camino... hasta que mi cuerpo se quedó
embutido únicamente en un inocente conjuntito floreado de aire romántico. Me acerqué a la cama y me senté a horcajadas sobre él. Le besé de nuevo en los labios, mientras iba desabotonando poco a poco los botones de su camisa azul.
-Voy a recorrer cada centímetro de tu piel con mis labios – le susurré al oído.
Y comencé por el lóbulo de la oreja, por su cuello.... por su pecho limpio de vello y atlético, por su vientre plano... Desabroché su cinturón y con lentitud premeditada hice lo mismo con la bragueta de su pantalón vaquero. Pude sentir la esencia de su excitación y una oleada de placer recorrió mi cuerpo. Cuando conseguí despojarle de sus pantalones llevé mi mano al montículo que se apreciaba por debajo de su bóxer y lo acaricié. Vi como cerraba sus ojos en un gesto que denotaba el placer que estaba empezando a sentir. Quiso atraerme hacía sí y quitarme el sujetador pero yo no le dejé.
-Sólo cuando yo quiera – le dije -mientras déjame a mi.
Continué con mi tarea. Mis labios cubrieron de nuevo su cuerpo de besos, hasta que se encontraron con la dulce ambrosía que esperaba expectante el turno de sus caricias y se detuvieron allí, premiándola con la cálida humedad de mi saliva. Pablo se retorcía de placer y de vez en cuando soltaba algún gemido tenue. Supe que debía detenerme y así lo hice. De nuevo me senté sobre él y sin separar mis ojos de los suyos liberé mis pechos del sujetador y guié su mano hacia ellos. Mis pezones respondieron con gratitud a sus caricias, endureciéndose con premura mientras mi sexo se humedecía cada vez más. Cerré mis ojos y eché mi cabeza hacía atrás. Necesitaba sentirlo dentro de mí, pero tenía que esperar un poco más. Quería que me deseara hasta morir, porque me gustaba, y porque con cada segundo que pasaba me iba convenciendo de que aquello no podía terminar allí. Deslicé mi mano por dentro de mis braguitas y yo misma comprobé la intensa excitación que me embriagaba, mientras él me miraba suplicante.
-No aguanto más – dijo, y con un movimiento ágil y rápido me tumbó sobre la cama y se echó sobre mí.
No me resistí, al contrario, me gustó su impaciencia y con sumo gusto pude comprobar que el sexo puro y duro no está reñido con la ternura. Ahora era él quien me besaba con delicadeza, con suavidad, deteniéndose en cada rincón de mi cuello, como si supiera desde siempre que aquel gesto aumentaba mis ganas de sentir. Sus manos recorrieron mi cuerpo, cual si intentaran despertar en mi piel una melodía de sensualidad sin límites, encendiendo mi pasión de tal manera que de nuevo
quise que entrara en mí. Pero todavía no era hora.
Lentamente fue bajando, recorriendo mi pecho, mi abdomen, mi vientre con sus labios, hasta prender mis bragas con sus dientes y despojarme de ellas con maestría. Cuando lo hubo hecho se detuvo allí, entre mis piernas, jugueteando en mi oquedad hasta que mi cuerpo estalló en un intenso orgasmo que liberó la excitación contenida.
Entre jadeos y suspiros sentí de nuevo sus besos en mi boca, traspasándome el sabor dulzón de mi propio interior, y sus caricias volvieron a excitarme. Y entonces le sentí deslizarse en mi vientre con suavidad, con lentitud al principio, empujando después hasta lo más profundo, mientras su mirada esmeralda se posaba en mi mirada.
-Me gusta sentir contigo – susurró a mi oído – me encanta lo apasionada que eres.
Sus palabras tenían el poder de levantar oleadas de placer que recorrían mi cuerpo al compás de sus embestidas. Y sentí de nuevo la lengua de fuego de comenzaba en mi bajo vientre y me agitaba todo el ser en un frenesí sin límites.
No sé cuánto tiempo permanecimos atrapados en aquella espiral de amor carnal, pero entre momentos de pasión ilimitada y de sosiegos necesarios se nos pasó la tarde y de pronto fue necesario regresar al mundo real que nos esperaba más allá de las cuatro paredes de aquel cuarto impersonal.
-¿Volveremos a repetirlo? - le dije esperando ansiosa que me diera el sí, mientras recogía mis prendas del suelo y me las iba poniendo de nuevo.
Me miró con una media sonrisa que me encandiló una vez más.
-¿Te gustaría? -me preguntó.
-Es evidente. En caso contrario ni se me hubiera ocurrido insinuar la posibilidad de un nuevo encuentro.
-¿Me vas a pedir algo a cambio?
Sonreí. Me senté a su lado y rodeé su cuello con mis brazos. Le besé.
-Creo que no – respondí por fin – creo que la próxima vez lo haré por puro placer. Claro que... si quieres iniciar una nueva conquista, algún ascenso más que tengas que ofrecer, yo te dejo el camino libre. No pienso entrometerme en tu carrera de conquistador.
Soltó una risa condescendiente y me miró por el rabillo del ojo.
-Me gustas demasiado – me dijo – fíjate que hasta quiero conocerte mejor. ¿Qué te parece? ¿Sería posible?
-Me encantaría.
*
-¿Qué estás haciendo aquí? ¿No es la hora ya de empezar tu turno?
La voz atronadora de Pablo, mi jefe, me asustó y me hizo cerrar la libreta de repente.
-Faltan todavía diez minutos – le contesté.
-Pues podías emplearlos en algo útil. Si en lugar de estar aquí escribiendo no sé qué tonterías en esa libreta te dedicaras a adelantar tu trabajo, te sería mucho mejor.
Le vi alejarse con su habitual cara de pocos amigos sin contestarle. Me hubiera gustado preguntarle que para quién sería mejor, si aquellas horas regaladas a la empresa me valdrían para algo, por ejemplo para ganar algo más de los cochinos ochocientos euros que me pagaba, para ascender y ocupar un puesto acorde con mi titulación. Me hubiera gustado ser como la protagonista de la historia que estaba escribiendo, una chica decidida, descarada y liberada de prejuicios tontos, una mujer que se ponía el mundo por montera y conseguía lo que quería costase lo que costase. Pero yo soy la antítesis de todo eso, tal vez por ello me guste inventar historias en las que sus protagonistas hacen lo que yo jamás sería capaz de hacer, es mi manera de vivir las vidas que querría para mí. Mientras tanto seguiré aquí, trabajando como una esclava, cobrando un sueldo irrisorio y aguantando las brocas injustas de un jefe que ni me valora ni lo hará jamás, ni aún regalándole una tarde de sexo desenfrenado





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