Hace poco me
encontré con Anita, mi amiga del pueblo. Hacía tiempo que no nos
veíamos, y al ponernos al día de nuestras vidas, en un momento,
tuve que esforzarme en resumir todo lo que he vivido.
-- ¿Te
acuerdas de mi novio Xuaco, el alemán que un día te quisiste
tirar?
Bueno, pues
al fin decidimos casarnos, en la fiesta de Nochevieja se declaró y
estaba tan contenta que no pude decir que no.
Deseaba
largarme de casa de mis padres y vivir a mi aire. Él ya tenía un
pequeño trabajo, con eso y algo de la huerta nos bastaría para
independizarnos.
Pero claro,
mi madre con sus aires de grandeza, se negaba a verme casada con un
extranjero de malas pintas, sólo porque tenía coleta y pendiente ya
lo rechazaba, a pesar de decirle que en cuanto lo conociera le
querría, no había manera de hacérselo entender.
Cuando acudí
a mi padre para que me defendiera, me dijo “lo que diga tu madre”.
Mi abuela se metió por medio y en vez de apoyarme se quejó a su
nuera que la culpa era de ella por haberme criado de mala manera.
Pues yo
estaba decidida a casarme y abandonar aquella casa. Desde Enero
hasta Mayo todos los días presentaba batalla. Quería
independizarme ese mismo año.
Por fin un
día mi madre cedió y me dijo: está bien, si
tan decidida estas y así lo quieres, te casarás. Pero antes de
hacerlo has de pasar el verano con tía Pilar, para que te enseñe a
cocinar y no te mueras de hambre con ese holgazán.
No salía de
mi asombro, estaba tan contenta, por fin habría fiesta, total pasar
un verano en casa de tía Pilar, no era tan malo, es una buena mujer
y aunque sólo la había visto tres veces en mi vida (mi Primera
Comunión, el entierro del abuelo y las bodas de plata de mis padres)
me agradaba su semblante, siempre sonriente y amable, así que decidí
aceptar, seguro que algo bueno me podría enseñar.
Tía mía no
era, sino hermana de mi abuela o lo que es lo mismo tía abuela.
Vivía en
una casa de un bonito lugar, pegadito a un lago y cerca del mar,
enviudó siendo muy joven y no se volvió a casar, trabajó de
maestra y cuando se jubiló a esa casita se retiró.
Tenía un
huerto muy bien cuidado, perros, gallinas y hasta un caballo
pululando libremente por el interior del cercado.
Cuando
llegué, alegremente me recibió, pero enseguida tarea me encomendó:
atender las gallinas, regar las coles, recoger leñas del bosque
cercano, el resto del tiempo lo podía dedicar a aprender de cocina y
amasar el pan.
Así pasaron
los primeros días, la tía Pilar se afanaba en enseñarme a cocinar,
yo anotaba en mi libreta las recetas, y las puntuaba según más me
gustaran para luego acordarme y prepararlas para mi adorado Xuaco.
En mis ratos
libres me ensimismaba pensando en los preparativos de la boda, el
traje (no lo quería de raso sino de seda), el banquete (al aire
libre en el campo del molino), y el viaje de novios (mis amigas
habían ido a Canarias, Mallorca o Benidorm, no, yo iría a Nueva
York).
Después de
dos semanas en aquella casa, descubrí una puerta siempre cerrada,
pero un día al verla abierta, mi curiosidad me llevó a traspasarla.
¡Oh cielos¡ en esa habitación había una biblioteca, fabulosa en
apariencia, con chimenea de piedra y un sofá orejero para sentarte a
leer, es justo lo que yo quiero.
Tía Pilar
me pilló admirando aquellos libros, apiadándose de mí me permitió
quedar.
En sus
estanterías estaban las recetas más divinas, Rusas, Polacas,
Danesas y hasta del Perú y China.
El más
llamativo era uno italiano, un libro de pasta con mucho colorido,
atrajo mi atención y lo pedí prestado para aprender a cocinar.
Fíjate
Anita, de eso hace treinta años, dos restaurantes y tres estrellas
Michelin. De Xuaco ya no hay rastro, tanto me entusiasmó la
creación culinaria, que cuando volví a casa rompí con él, me di
cuenta que mi vocación era ser chef, una buena chef, mi madre ya lo
intuía pues al parecer viene de familia y tía Pilar era quien
atesoraba las recetas que generación tras generación se iban
guardando para quien se entusiasmara con ellas, y casualidades de la
vida, esa fui yo.
Por eso
ahora desde la distancia todo mereció la pena.
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