Buscando inspiración - Marga Pérez



Madrid regresa a su actividad cotidiana tras los rigores de la canícula veraniega. El descenso de las temperaturas hace que la ciudad se vuelva a llenar de vida en las horas más cálidas y que la costumbre del aperitivo llene terrazas y locales de restauración del centro como si no hubiera un mañana. En uno de ellos Cecilia se acomoda después de saludar al dueño. Es de costumbres arraigadas, hace ya siete años, que, entre las doce y las tres de la tarde, se sienta en la misma cafetería. En la mesa del fondo, como siempre, dispuesta a escribir lo que las musas tengan a bien inspirarle. Frente a ella una Sandy que ya le ponen nada más verla y una cajetilla de rubio. Los cigarrillos sobre la mesa le hacen recordar otros tiempos, ya superados, en los que escribía a lo loco entre humo y euforia etílica . Todo a partes iguales. No sabe por qué Angelín sigue poniéndole delante el cenicero pero reconoce que tener un cigarrillo apagado entre los dedos y posarlo de vez en cuando en él le ayuda a concentrarse.
Desde su atalaya Cecilia observa el ir y venir de clientes a la hora de la caña y la tapa mañanera.La actividad frenética del aperitivo es preámbulo del reencuentro familiar y tiempo de descanso, seguro que muy merecido de los parroquianos. Cecilia no tiene prisa y observa lo que le rodea sin forzar historias que puedan ilustrar este mediodia otoñal.¡ Eso si! con el bolígrafo preparado y las cuartillas siempre dispuestas.
Ahora mira indiferente al repartidor de leche cómo entra hasta el almacén con la carretilla cargada de cajas. Tiene siempre una palabra amable para Angelín y el chico que le ayuda en la barra a pesar de lo cansado que debe de ser su trabajo. Los rodetes de sudor en la camisa y la velocidad que le imprime al transporte delatan lo que su gesto dulce trata de disimular. Al salir se cruza con Pepi. Es administrativa en la inmobiliaria de la esquina. Cecilia sabe hace tiempo lo que otros muchos desconocen: que Pepi es la amante de su jefe. Los ve llegar, siempre por separado, ella primero. Se sienta siempre en el recodo que hace la barra yendo hacia los lavabos. Es el sitio de la barra menos visible desde la puerta. Desde su taburete otea la entrada de manera impaciente hasta que el llega. Después se relaja y hace como que no lo ve enfrascándose en las páginas de un periódico. El entra sin prisas, mirando a las mesas, salundo a unos y otros, como si no supiera que Pepi le está esperando. Después de tomarse una caña con algún conocido recuerda que tiene que hablar con su secretaria de algo importante, la llama y descubre que están en el mismo sitio. El barullo de gente que hay siempre en la barra facilita la operación despiste y que el acabe al lado de Pepi en algún momento del aperitivo. Sus ojos los delatan. Se miran con una mezcla de amor, pasión reprimida y culpa que dice a las claras lo que hay entre ellos, no lo pueden evitar. Cecilia que los ha observado con detenimiento muchos mediodías, vió caricias disimuladas entre papeles que caen, sillas que tropiezan y motas que hacen que el ojo lagrimee...nunca oyó un comentario sobre ellos, se ve que son discretos. De los que si oye comentarios a diario es de Lola y Javier. Trabajan en el DIA que está en la paralela. Varios compañeros se juntan aquí a diario antes de empezar el turno y los critican abiertamente. El es el encargado y ella la responsable de frutería . Están liados. El está casado y parece que le importa muy poco que todos sepan de sus andanzas porque se morrean sin ningún recato en público. Alguna vez Cecilia coincidió con ellos y pasó vergüenza ajena . Al contrario de lo que ve en Pepi y su jefe en ellos no ve nada más que ganas de divertirse pasando de todo.
Entre muchos clientes habituales hoy Cecilia descubre a tres desconocidos con la cerveza en la mano. Cree que están hablando de ella porque cuchichean mientras la miran de reojo. Cecilia los observa con detenimiento buscando algo en ellos que le inspire una historia digna de ser escrita pero sólo ve a tres cuarentones que la miran con muy poco disimulo. -¿Será que me conocen? -piensa repasando con detenimiento sus facciones.-Yo a ellos de nada -se dice perdiendo todo interés en el grupo y centrándose en Angelín, el dueño, que se dispone a cortarle el filete a Paco.Este llega cada día a la una y media en punto, en su silla de ruedas, dispuesto a comer. Vende el cupón en un quiosco que está en la plaza. Además de las piernas tiene una mano echa papilla. Un camión chocó contra su coche y se salvó de milagro pero le dejó secuelas que le impiden hacer muchas cosas. Vive solo y las comidas las hace en Angelín porque le trata muy bien. Es un santo. Le prepara todo cortado para que sólo tenga que utilizar una mano y está pendiente de el por si necesitase su ayuda. No es de extrañar que tenga el negocio siempre a tope, se lo merece, hasta el chico que le está ayudando en la barra debería besar por donde el pisa. Lo contrató para evitarle la cárcel. Con diecisiete años andaba en malas pasos y se ofreció al juez de menores, que era cliente, ¡no sabía como ayudar al chaval !. Desde entonces anda como una vela. Hace ya dos años, cree que pronto le hará fijo. Cecilia piensa que no hace falta montar una ONG para ayudar a otros, Angelín es un claro ejemplo de éllo.
Tan concentrada está Cecilia con estos pensamientos que no ve a uno de los desconocidos separarse del grupo. Cuando se da cuenta de el ya está frente a su mesa y le habla:
- Señorita, está usted invitada . Y deja bajo el cenicero un papel doblado
Cecilia que no está acostumbrada a entablar conversación con posibles personajes de sus relatos, mira al joven con extrañeza, y en silencio ve cómo desanda lo recorrido y se une al grupo de la barra. No dejan de mirarla.
Ya no quiere saber más. Lo que se imagina supera con creces la realidad del momento. Es la señal que necesita para empezar su historia.
Coge un cigarrillo entre sus dedos, da un sorbo a la cerveza y se zambulle en la inmesidad del blanco cuartilla. Otro día que la fantasía vuelve a llenar la anodina realidad de Cecilia.
Tras varias horas enfrascada en el relato regresa a la cafetería. Ha cambiado el decorado. Tras el ajetreo del aperitivo llega el sosegado café pos almuerzo.El público es diferente, no hacen ruido.O son personas solas frente a su café o charlan apagados mientras la digestión les invita a una cabezada ... Cecilia termina la cerveza que Angelín repuso sin que ella lo solicitase y, ya de pie para irse, recoge el tabaco y las cuartillas desplegadas por la mesa. Tropieza sin proponérselo con el papel que sobresale del cenicero. Los tres cuarentones mirándola reaparecen nítidos en su cabeza e intrigada lo abre. Hay un nombre y un número de móvil...Cecilia sonríe . No recuerda cuando fue la última vez que un hombre le hizo una proposición tan directa... y, guardando el papel en el bolsillo trasero del vaquero, se cuelga el bolso al hombro, sale de su zona irreal de confort y se difumina en el bullicio ciudadano de la tarde madrileña.

Relato inspirado en la siguiente foto





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