Todavía
hoy me tiemblan las rodillas cuando pienso en él. Fue el beso más
alucinante que nunca me han dado y eso que ya había recibido muchos
y de hombres muy diferentes pero... como ése,
ninguno.
Fue con Pedro. Veo su cara con total nitidez: su frente recta,
blanca, despejada, enmarcada por dos cejas pobladas sobre unos ojos
verdes límpidos, profundos y risueños... que sólo miraban hacia
mi. Su pelo ondulado caía continuamente sobre su ojo izquierdo, era
negro y largo . El lo retiraaba con un soplido, torciendo la boca
como un excepcional popeye. Le daba un aire despreocupado que siempre
me había gustado. Su nariz pequeña, un poco aplastada tipo
boxeador, le otorgaba una dureza que nada tenía que ver con el.
Pedro era y es el hombre más tierno que nunca conocí.
Estábamos
en la cafetería de la facultad, como muchos otros días tomando un
café entre clases. Nos conocíamos desde siempre. Aquel día éramos
compañeros de trabajo pero antes lo habíamos sido de juegos, de
estudios y de pandilla... y...me miraba, sólo a mi, mientras tomaba
el café desde la barra. Ese día sus ojos tenían un brillo
especial... sonreían...Empecé a ver en él cosas que nunca antes
había visto y me embelesé en su mirada, sorprendida, sin moverme de
la mesa. Sin que hiciésemos nada la cafetería desapareció, lo
mismo que las personas que estaban en ella...sólo quedábamos Pedro,
mirándome, y yo, en una nube de silencio sin poder dejar de
corresponderle. Con las miradas enredadas caminó la distancia que
nos separaba, se puso a mi altura, me acarició las mejillas con sus
cálidas manos y me besó...¡¡Uffff !! todavía siento sus labios
ardiendo sobre los mios. Vibramos en un punto rojo pasión en el que
todo era cuerpo... Todavía lo siento. Fue el mejor beso que nunca me
dieron... Tan bueno, que hizo que despertase de golpe y quedase
sentada en la cama, sin creérmelo. Tuve que encender la luz para
caer en la cuenta de que estaba en mi cama, al lado de Ramón, mi
marido y que todo había sido un sueño. Un sueño maravilloso...
Ramón
y yo llevábamos quince años casados cuando ésto sucedió. Antes de
esa noche afirmaba de manera rotunda que la nuestra era una
convivencia feliz...después...no me atrevía a afirmar nada... mi
mundo se había trastocado por completo. Si Ramón se me acercaba,
veía a Pedro. Si me tocaba, veía a Pedro. Si me miraba, veía los
ojos de Pedro... Ramón dejó de existir para mi. Creí que sería
algo pasajero, que me olvidaría del beso y podría retomar la
relación plácida y tranquila que teníamos. Nos fuimos de viaje
para celebrar nuestro aniversario de boda, a Egipto, dónde habíamos
querido ir de Luna de miel y entonces no pudimos . El embarazo me
había sentado fatal, no dejaba de vomitar y lo pospusimos para mejor
ocasión...pero no surgió. Creimos que celebrar en Egipto nuestros
quince años juntos sería una buena idea , pero nos equivocábamos.
Todo me molestaba: el calor, el frío, la arena, las comidas, los
viajes, la almohada...hasta la gargantilla que Ramón me regaló. Me
eché a llorar cuando sacó el paquete al terminar la cena de
celebración. Una cena super romántica. Me tenía saturada con tanta
velita, copa de champagne y violinista dándonos la turra. El regalo
fue la gota que colmó el vaso, no podía más. Ramón creyó que era
de emoción y llamó alborozado a los camareros para inmortalizar el
momento entre el personal que nos atendía. Salí corriendo al baño
deseando ser tragada por el sumidero ...al día siguiente volví a
casa e inicié los trámites de separación.
Nos
divorciamos sin que el entendiese nada porque nada le expliqué. Sólo
le dije que se había acabado, que no lo quería. Yo siempre había
creído que lo opuesto al amor era el odio, pero después del beso
supe que no era así, que lo opuesto al amor es la apatía y, éso,
era lo que sentía por Ramón. Lo pasó fatal...y yo también: Nunca
había contemplado la posibilidad de pasar sola el resto de mis días.
Pero
mi vida enseguida discurrió como si nunca hubiese estado casada. Al
principio más insegura por la falta de práctica, me imagino,
pero... encontré enseguida la seguridad en el trabajo. Cada día
acudía más contenta al Instituto de Belleza donde era esteticista .
Los días pasaban sin enterarme entre tratamientos, depilaciones ,
cremas y clientas que volcaban sus confidencias en mi. Viví muchos
meses tranquila hasta que mi hermana, que vivía con su marido en
Australia, me llamó para decirme que en un mes vendrían a pasar el
verano.
Mi
casa no era gran cosa pero podía prepararles mi habitación para que
estuvieran más cómodos. Aprovecharía para hacer limpieza de mil
cosas que se habían acumulado y darle otro aire más actual. Se
encontrarían más a gusto. No quería que echasen en falta nada a
lo que estuviesen acostumbrados. Vivían muy bien en Australia y yo
lo sabía.
El
tiempo pasó sin tan si quiera enterarme. Entre unas cosas y otras
llegó el día de ir a recogerlos al aeropuerto. Estaba nerviosa,
tengo que reconocerlo, hacía un año que no los veía y... ¡había
cambiado tanto todo!... Llegué con tiempo suficiente para recuperar
la tranquilidad que me faltaba. Paseé pasillo alante y pasillo atrás
recordando el último verano juntos, repasando los últimos meses
sola... Ya se abría la puerta. Por ella pasaban muchos cargando con
bolsas, maletas y el cansancio del largo viaje reflejado en la
mirada. Marieta era mi única hermana y siempre habíamos estado muy
unidas. Desde que se fué al otro lado del mundo la echaba mucho en
falta. Las nuevas tecnologías no funcionaron entre nosotras y el
watsapp ¡es tan frío!...necesitaba abrazarla.
Entre
tanto barullo de gente los vi, a lo lejos, se encaminaban a la
salida... Enseguida me fundí con Marieta en un abrazo largo. Un
largo y apretado abrazo cargado de emociones compartidas de la
infancia y otras que nunca compartiría con ella. Un abrazo que no
quería deshacer para no enfrentarme a mi cuñado, pero... Pedro,
reclamó su espacio. Me agarró por los hombros y no me quedó más
remedio que mirar sus ojos verdes, límpidos, profundos y risueños.
Sin proponérmelo volví a vibrar entre sus brazos recordando aquel
beso. No lo pude evitar. No sé cómo me las apañé aquel verano
para que no se dieran cuenta, porque, desde ese momento, no me quedó
más remedio que reconocer que me había enamorado.
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