La felicidad de mamá - Gloria Losada



No sé cómo ni cuándo me di cuenta de que las cosas ya no eran como siempre entre papá y mamá. Supongo que no fue de repente, estas cosas nunca lo son. Cierto es que sabía que desde hacía tiempo había problemas. Papá se había quedado sin trabajo y no hacía nada por encontrar otro, empeñado como estaba en conseguir una jubilación temprana en base a pequeños padecimientos que nadie apreciaba. A veces los había escuchado discutir. Cuando las puertas de las habitaciones se cerraban por las noches yo oía murmullos y adivinaba la voz airada de mamá a través de las paredes, a través de la oscuridad, como si fuera un fantasma que venía a perturbar un descanso que en aquella situación me era difícil encontrar. Sí, supongo que el amor se fue escapando, se coló traicionero entre las rendijas del desencanto, de las lágrimas a escondidas, de las discusiones secretas que no lo eran tanto.
Hasta entonces mamá y papá habían sido una pareja perfecta, o al menos esa era la impresión que daban al mundo. Siempre juntos a todos lados, siempre prodigando muestras de cariño, un beso, una caricia, un abrazo, un te quiero y muchas, muchas sonrisas de complicidad.
Algún día todo eso se rompió, no sé cuando, solo sé que en algún momento me di cuenta de que los ojos de mamá ya no brillaban y que su vida al lado de mi padre se estaba convirtiendo en un cúmulo de momentos resignados que se deslizaban uno tras otro con indiferencia, casi con hastío.
Mamá era bibliotecaria. Siempre le había gustado estar entre libros. Era un trabajo tranquilo y apacible, que le ocupaba las mañanas y le dejaba las tardes libres para dedicarse a sus cosas. Siempre estaba haciendo cosas. Bailes de salón, piscina, su club de lectura, sus clases de música... Papá siempre había tenido trabajos esporádicos y después de estar mucho tiempo sin ocupación, finalmente comenzó a trabajar en una asesoría, una oficina que le permitía desarrollar su actividad con cierta tranquilidad. Parecía que las cosas iban a volver a su cauce.
Un día mi madre llegó a casa diciendo que dentro de unas semanas tenía que viajar con el director de la biblioteca por cuestiones relacionadas con no se qué cosas. Era la primera vez que lo hacía, pero no nos pareció extraño. Así fue que una vez al mes, durante uno o dos días, mamá viajaba con su jefe a Valencia para enfrentar esas cuestiones de trabajo que ni a papá ni a mí nos interesaban mucho.
Había pasado más o menos un año desde que habían comenzado aquellos viajes. Era sábado y mamá acababa de llegar. Asomada a la ventana de la cocina, la llamé y no me hizo caso. Cuando por fin se dio cuenta de que yo estaba allí reclamando su atención se dio la vuelta y pude ver como, con gesto apresurado, se secaba una lágrima. No dije nada, pero desde aquel momento sospeché que mamá guardaba dentro de sí algo, no sé qué, tal vez algún secreto, y me propuse averiguar qué era. Comencé a observarla y me di cuenta de que se comunicaba con alguien a través de su móvil todos los días a las misma hora. Me di cuenta también de que marchaba a sus viajes con alegría y buen humor y regresaba triste y melancólica.¿Había alguien, ajeno a nuestras vidas, que provocaba en mi madre aquellos cambios de humor?
Una tarde mi madre salió a la calle y se olvidó su móvil en casa. A pesar de que ya me había olvidado un poco de mis sospechas, el ver su teléfono a mi alcancé hizo que renaciera en mí la curiosidad y, aún a sabiendas de que lo que iba a hacer no estaba bien, me dispuse a espiar. Lo tomé entre mis manos. Temblaba. Por unos segundos dudé. Sabía que podía encontrar cosas que no me agradarían, pero aún así me atreví a hacer lo que no debía. Me metí en sus mensajes y vi que alguien le decía “te quiero”. Me metí en sus fotos y la vi sonriente al lado de otro hombre que no era mi padre. Los dos se veían contentos, felices, al fondo una playa, el pelo de mi padre revuelto por el viento, el brazo de aquel hombre rodeándole los hombros.... No quise ver más. Aquello era la confirmación de mis sospechas y la evidencia de que, tarde o temprano, la vida apacible que parecía haberse asentado desde hacía un tiempo, era solo en espejismo que pronto se difuminaría en el aire. Pero me equivoqué.
Un día los viajes cesaron. Las comunicaciones a la misma hora a través del móvil también. Mamá estuvo triste una larga temporada y poco a poco recuperó su resignación habitual. Supuse que todo había terminado y con el tiempo yo también me olvidé de todo. Nunca me atreví a preguntarle nada e intenté convencerme a mi misma que mis pequeños descubrimientos seguramente tendrían una explicación muy distinta a la que yo suponía.
Hace apenas tres meses murió papá. Un infarto fulminante terminó con su vida en apenas unas horas. Los últimos años su salud había sido bastante delicada, pero jamás pensamos que se nos fuera tan de repente. Mi madre ha decidido que nos mudemos a un piso más pequeño. Hace apenas una semana, mientras metíamos en cajas las cosas de mi habitación, mi madre encontró entre las páginas de un libro la foto que yo había visto en su móvil con aquel hombre desconocido. Yo la había imprimido siguiendo un impulso estúpido y muchas veces la había mirado durante horas fantaseando con la vida paralela que llevaba mamá. Su cara se puso lívida al encontrarla y me miró desconcertada. Durante unos segundo nadie dijo nada. Luego preguntó.
-¿Qué significa esto Elena?
-Tal vez eso o debería preguntar yo ¿no? – le repliqué.
Se sentó en la cama con el mismo gesto resignado que la había acompañado durante aquellos años y comenzó a hablar mirando a la nada.
-Le conocí, no importa cómo, ni cuándo, ni dónde. Simplemente le conocí y me enamoré. Él también se enamoró de mí, y me inventé aquellos viajes a Valencia para estar con él. No sé si fue miedo, o cobardía, o tal vez responsabilidad... no lo sé. Él también tenía su mujer y ninguno dio el paso de romper con la vida anterior y empezar una nueva. Yo era feliz, creo que nunca lo fui tanto, pero tu padre me quería y me necesitaba, y no tuve el valor para dejarle, así que decidí seguir a su lado. No hay más que contar.
Mi madre rompió la foto en mil pedazos y la conversación sobre su infidelidad terminó en ese punto. Hace casi seis años de todo aquello. Hace casi seis años que los ojos de mamá tenían un brillo especial sin duda provocado por ese amor prohibido. Tal vez no sea demasiado tarde. Voy a encontrar a ese hombre, mamá se merece ser feliz.






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