Se
oían los grillos al anochecer y Mauricio estaba a punto de salir de
casa con la escopeta para acabar con ellos. Para él en
realidad ni tan siquiera eran grillos. Hacía años que su mente no
distinguía muy bien la fantasía de la realidad y al igual que Don
quijote, Mauricio se había pasado horas y horas leyendo aunque no
eran novelas de caballeros. Mauricio era un hombre nacido a mediados
del siglo XX y lo que le había inquietado siempre eran los libros de
ciencia ficción. Historias de otras galaxias, otros mundos, otras
vidas inteligentes aunque sus cuerpos no fuesen como el de los
humanos.
Aficionado a ver programas que
tocasen estos temas o a leer revistas que llevasen este tipo de
investigaciones. Había seguido desde muy joven aquellos primeros
programas de Tve que conducía el Dr, Giménez del Oso y ahora era
muy fan del Cuarto Milenio.
Era tal su obsesión y su
imaginación que rallaba la locura. Veía Ovnis hasta en el reflejo
de la luna. Pero ésta vez había ido muy lejos, tal vez porque
llevaba tres meses sin dormir o tal vez porque las enfermedades
cuando no se tratan empeoran. El caso es que aquellos grillos para él
no estaban dando el típico concierto nocturno; para él era una
invasión de extraterrestres y sus sonidos era su forma de
comunicarse entre ellos. Esto último era lo más real, pero él se
imaginaba unos seres con mayor inteligencia que los humanos.
En su paranoia se fue al
desván donde guardaba la escopeta de caza ya en desuso. Olvidada y
abandonada 40 años atrás cuando decidió nunca más matar
animalitos indefensos. Pero ahora era distinto, se sentía
acorralado, observado. Creía que de un momento a otro vendrían y lo
abducirían, para hacer con él miles de experimentos. Sabía mucho
del tema, después de haber leído más de diez libros donde personas
reales contaban sus experiencias después de haber pasado por tal
percance.
La noche era verdaderamente
húmeda y la sensación de calor era insoportable. Mauricio bajaba
del desván, escopeta en mano mientras le rodaban por las sienes unas
gotitas de sudor. Se dirigió hacia la puerta de entrada y la abrió
apuntando hacia el exterior donde el porche de la casa era lo único
iluminado gracias a una vieja lámpara, pero a lo lejos sólo se
veía la más profunda oscuridad. Los grillos continuaban frotando
sus patas y Mauricio dio el primer disparo. Dio el segundo y no
funcionó, los extraterrestres seguían murmurando. Así que se metió
en casa, cerrando puertas y ventanas. Se estrujó su cabeza entre las
manos y empezó a llorar de miedo como un niño pequeño, hasta que
sonó el teléfono y escuchó la voz de Iker Giménez.
“Tranquilo, Mauricio, sé
por lo que estás pasando, pero lo tengo todo controlado. Ahora mismo
lo que estás oyendo es un grupo de investigadores que saben
comunicarse con ellos. Vienen pacíficamente. No temas”.
Mauricio se despertó al día
siguiente, como si nada hubiese pasado. Bajó a prepararse un buen
desayuno antes de irse a trabajar como funcionario de la seguridad
social.
No estaba seguro de haber
hecho bien en mudarse al campo una vez separado. No a un lugar donde
convive con extraterrestres. Es bastante duro para él disimular y
fingir que tan sólo son insectos. Debería armarse de valor y
mudarse de nuevo, dejar ese lugar donde habitan los grillos.
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