Sentado
frente al espejo Ramón se pintó la cara de blanco . Alrededor de
los ojos el lápiz negro delimitó los espacios que irían en rojo y
verde. Esa tarde se estrenaba como payaso terapéutico en la planta
de oncología infantil y su papel era de semáforo. Fernando sería
el intermitente y los llevaría pintados en naranja. Estaba nervioso
a pesar de haber ensayado varios días y observando aquella máscara
tras el espejo siguió preguntándose cómo pudo dejarse convencer.
Fernando es muy convincente cuando le interesa algo y estaba muy
interesado en que Ramón se involucrase en este proyecto. Trabajaban
juntos desde hacía un par de años, en la misma delegación, donde
las relaciones no siempre eran amistosas... pero con Fernando siempre
fue diferente. Todos eran amigos suyos. Hasta Ramón, que no tenía
muy buen cartel. Decían que le cantaban los pies y además que era
rarito, o que era rarito y le cantaban los pies, había para todos
los gustos. El hecho es que Ramón era el marginado de la oficina.
Que fuese tímido, calvo, barrigón, bajito, patoso , con pies como
lanchas y además fétidos no facilitaba el acercamiento de sus
compañeros y menos de ellas, en una delegación donde las mujeres
eran mayoría.
Una
vez maquillado ajustó en su calva una peluca voluminosa, blanca,
rizada, que le tuvo anonadado un buen rato. La peluca lo transformó.
No sólo no se reconocía como el Ramón que se ponía cada mañana
frente al espejo para afeitarse sino que se sentía otro: abierto,
ágil, optimista, dicharachero, feliz ¡¡ Era otro!! Siiiiii.
Quitaba la peluca y volvía a ponerla para comprobar una y otra vez
lo que producía en su estado de ánimo. No fallaba, la peluca era
mágica.
La
actuación de Ramón en el hospital fue gloriosa. Fernando hasta dudó
de que fuese Ramón el que estaba dentro de aquel disfraz. Hablaba
con todos. Cambiaba de voz con cada uno: ahora atiplada dirigiéndose
a una abuela, luego gangosa con un niño con los ojos como platos,
tartamudeaba cuando se dirigía al médico, se reía a carcajadas
cuando Fernando entraba en escena contagiando a todos, y caía con
mucha parafernalia provocando los aplausos de los peques. Fernando lo
dejaba hacer y pasó a segundo plano maravillado del éxito de su
amigo. Los niños sólo tenían ojos para Ramón.
Salieron
del hospital eufóricos entre aplausos, traspiés y promesas de
volver
-Tio,
que callado te lo tenías - le dijo Fernando ya en el coche - dime
que siempre has hecho ésto porque no me puedo creer que sea tu
primer día.
-
Yo tampoco me lo puedo creer ¿sabes? esta peluca es mágica, cuando
me la pongo me convierto en otro tio- dijo Ramón colorado hasta las
orejas dándole vueltas a la peluca entre las manos. -Verás. Y
poniéndose la peluca empezó a hablar con un aplomo tal que el mismo
Fernando tuvo que mirarlo para comprobar que no era otro.
-
Tio, la magia no está en la peluca sino en cómo tu te sientes con
pelo ¿por qué no te pones un peluquín? Sería genial.
-¿Tu
crees? No me atrevo
-
Mañana lo hablamos , déjalo en mis manos. ¡Hasta mañana!
Habían
llegado a casa de Ramón y allí se despidieron.
Al
día siguiente Fernando ya había pedido cita a un centro capilar que
ofertaba todas las soluciones a un problema como el que tenía Ramón
. Fernando le acompañó para que no se echase atrás pero en el
centro capilar muy discreto esperó fuera.
-Fernando,
ven, a ver qué te parece -oyó a Ramón desde la puerta en la que
había desaparecido hacía ya más de una hora
Sobre
la mesa estaban desplegados peluquines de mil formas y colores. Ramón
los miraba con agobio sin saber qué hacer. Uno tras otro fueron
pasando por su cabeza sin que sintiese nada especial con ellos.
Bueno, si sintió... ganas de salir corriendo.¡¡ Eran horribles!!
Fernando
tuvo que contener la risa en más de una ocasión, con aquello en la
cabeza estaba mucho peor que con la peluca de payaso ¡eran
ridículos! Cuando acabó con todos y viendo el resultado el vendedor
intervino.
-
Ya... ya veo que no hay ninguno que se ajuste a sus necesidades. Hay
otra solución, mucho más cara pero seguro que con ella se encuentra
mejor. Es una prótesis que se adapta perfectamente a su cabeza. Es
de una sustancia muy parecida a la piel, transpirable y puede hacer
cualquier actividad con ella sin que se le caiga. Es más, puede
lavarse la cabeza con ella como si fuera su pelo. Se le haría a
medida, con el pelo que mejor se adapte a su físico, natural, por su
puesto. El color si no lo tenemos siempre se puede teñir al que
usted desee .
-
Ya... y ¿como sé si me va a quedar bien si hay que hacerla antes?
¿Y si después de hecha no me gusta?
-
Mire, hoy tego una de un señor que pasará luego a recogerla.
¡Pruébela!
Ante
el espejo puso aquello que quedaba sobre su cabeza como una segunda
piel y aunque el estilo del peinado no le gustaba volvió a sentir lo
mismo que vestido de payaso.
A
pesar de ser carísima se decidió a hacerla y salieron de allí con
otra cara. En una semana tenía que volver, estaría lista, sólo
tendrían que adaptarle el peinado.
El
día que apareció en la oficina con pelo sólo lo reconoció
Fernando y en pocos días dejó de ser el marginado. Todos se sentían
bien a su lado, a pesar de seguir oliéndole los pies.
Tras
varias semanas consolidando su nueva personalidad decidió, por fín,
que había llegado el momento de dirigirse a Maite.
Y
os preguntaréis que quien es Maite, ¡claro! nunca antes había
hablado de ella con nadie. Pues era la hija de una vecina con la que
se cruzaba muy de tarde en tarde. La que motivaba un fuerte
desasosiego, que sufría en silencio, desde la primera vez que la
vio, iba ya para cuatro años y ahora estaba dispuesto a superarlo.
El viernes sabe que irá a pasar la tarde con su madre y Ramón
subirá a devolverle un kilo de sal que le pidió la semana pasada
para preparar su plan.
Desde
que terminó de comer estuvo pendiente del movimiento de la escalera
y el ascensor. Cuando comprobó que había llegado, le dió media
hora para no cogerla con la maleta en la mano y subió hecho un
pincel con la disculpa de la sal . Maite abrió enseguida y no le
reconoció. Cuando descubrió que era el vecino de su madre, casi le
da algo. Estaba frente al hombre con el que ella soñaba despierta
desde hacía mucho pero no tenía nada que ver con el y para colmo
le había salido pelo. Ya no era su peloncito querido. Recogió el
paquete sin prestar atención a nada de lo que le dijo y cerró la
puerta casi sin despedirse. Ramón , pensativo, bajó despacio las
escaleras. No dejaba de repetirse ¡qué tía más rara! ¿Qué había
visto yo en ella?
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