La desaparición de la violonchelista - Gloria Losada




La violonchelista acudía todos los días puntual a los ensayos. Estaba programado un gran concierto para dentro de dos meses y no se podía perder el tiempo. A la entrada de la sala de ensayo, un local antiquísimo, por lo menos del siglo XII o así, había una armadura que presidía la puerta, estática, solemne, tan estática y tan solemne que a la violonchelista le provocaba una inquietud espantosa. Un día se la quedó mirando fijamente y le dio la impresión de que alguien desde dentro de aquella armazón de metal le guiñaba un ojo. Salió de allí pitando. Otro día se atrevió a abrir un poco el caparazón que hacía de cabeza y comprobó que dentro no había nada. Suspiró aliviada, pero a pesar de todo no cesaron los recelos.
    Una tarde la violonchelista llegó muy cargada. Entre el chelo que casi era más grande que ella, maletín y carpetas casi no se podía mover. Al pasar al lado de la armadura escuchó: “¿Te ayudo?” Tiró todo al suelo y huyó despavorida. Nunca más se supo de ella. Hace años que se dedica hacer jabones en Zalzivar de forma anónima.





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