El sabio y la flor - Borja Martínez


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Había una vez un hombre sabio que vivía en una cueva en la región de China. Solo se alimentaba de insectos y frutos salvajes que la naturaleza le proporcionaba. El habitante de aquella cueva había nacido ciego a causa de una enfermedad, como sus padres eran unos humildes campesinos no tenían los medios necesarios para poder mandar a su apreciado hijo a un hospital y curarlos de la dolencia. Un fatídico día el emperador que gobernaba por aquel tiempo obligó a todos los ciudadanos de las aldeas colindantes a pagar un arriendo y todo aquel que no lo hiciera los mataría y junto a ellos a todos sus progenitores, pues este emperador era muy avaricioso y cruel. Los padres del anciano sufrieron las consecuencias pero antes que pudieran matar a su hijo el padre corrió a las montañas más lejanas de la zona y entre mantas lo escondió en un recoveco de aquel lugar. El niño creció con la ayuda de un oso que le había acogido como si fuera su cría. A medida que iba creciendo sus sentidos se iban afinando sin darse cuenta del más importante. Cuando cumplió la edad cercana a la madurez un día salió de la cueva y empezó a sentir una sensación extraña pero a la vez placentera. El chico no podía ver, sin embargo podía sentir la energía de la naturaleza. Empezó a ejercitar esa fuerza poderosa que el propio ser creador le había dado, se decía a el mismo “Estoy ciego pues el Señor creador de todo mundo lo ha decidido así pero su benevolencia me ha concedido la visión de un ojo interior que me permite ver más allá que cualquier ser”. Sentía la energía de las planta, de los árboles que le hablaban a través del sonido y de la energía natural que emanaban, de los animales con su tacto sentía su protección y cariño. Cierto percibió una visión desconocía para él. Pues veía en su interior un flor preciosa que había crecido en el interior de la cueva, cuando se conectó con ella la misma flor le había dicho que había crecido junto a él todo el tiempo, cuando su tiempo se acabase ella también se iría con él. Cuando el sabio concluyo su tiempo en la tierra su energía trascendió junto con la de aquella flor tan hermosa. Y es todavía cuando la gente de la región miran al cielo ven siempre dos estrellas brillan en el firmamento y les cuentas a sus hijos que esas dos estrellas son el viejo sabio y la flor hermosa que siempre velan desde el firmamento.





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