Sujetaba el sable con la
elegancia propia de quien está acostumbrado a ello. Al fondo, una
cortina adamascada en tonos verdes. Marcos, satisfecho, miró por última vez
la fotografía, la colocó en una caja y la envolvió en un papel
dorado y brillante. Después, utilizó la impresora para sacar los
billetes del viaje y los introdujo en un bonito sobre de regalo que
había comprado en la papelería. Nuria lo esperaba en el salón.
Estaba ocupada colocando en perfecto orden los platos, los vasos, las
copas, los cubiertos, las servilletas... Sus padres y la madre de
Marcos estaban al caer y quería que todo estuviera perfecto. Era el
día de reyes y esperaba ansiosa por “ese algo especial que
desarmará a tu padre para siempre”. Y ese algo especial no podía
ser otra cosa que el anillo de pedida. Su padre no podía estar dos
minutos seguidos con Marcos sin preguntarle cuándo pensaba casarse
con su hija, cuándo pensaba cambiar a un trabajo mejor y cuándo
dejaría de hacer deporte de riesgo. A Marcos le encantaba su
trabajo, al igual que los deportes de riesgo que siempre decía que
dejaría de practicar si le cortaban las dos piernas. Así que estaba
claro.
Marcos colocó sus dos
regalos sobre la mesa baja del salón. Nuria ya había puesto los
suyos y los que habían comprado para los padres. Marcos se acercó
a la ventana y vio aparcar el coche. Venían los tres juntos,
se habían hecho buenos amigos. Qué ganas tenía de que terminara el
día y se marcharan.
La mesa baja del salón se
llenó con más paquetes de regalos, esperando a que una mano ávida
de sorpresas los abriera. Pero antes iba la comida. Los regalos se
los darían mientras brindaban con el champán que había comprado
Nuria para la ocasión. Se sentaron a la mesa y degustaron unos
apetitosos aperitivos salados traídos por los padres. Después, el
besugo a la sal y el cabrito guisado que tan bien le salían a Nuria.
Ella iba y venía a la cocina sin dejar que nadie la ayudara. Estaba
tan nerviosa, esperando el ansiado momento, que prefería estar
moviéndose de un lado a otro para que nadie lo notara. Apenas pudo
probar bocado, mientras que los demás daban buena cuenta de la
sabrosa comida mientras hablaban del tema de actualidad con el
accidente que había desatado la radiación en una amplia zona de
Japón y cómo no, el padre de Nuria preguntó a Mario una vez más
para cuándo era la boda, cuándo iba a dejar ese trabajo tan
inadecuado para su categoría social y cuándo pensaba dejar los
deportes de riesgo. En el roscón de reyes, le salió el premio a
Nuria y eso le pareció un buen augurio. Fue por última vez a la
cocina y apareció con el champán. Su padre abrió la botella y
sirvió las copas. Brindaron y se desearon felicidad.
–Bueno, ha llegado la hora
de los regalos –dijo Nuria sin poder disimular su excitación.
–Nena, qué te pasa –dijo
su madre--, pareces una niña pequeña que no sabe aún quién son
los reyes.
–Toma –Nuria le acercó
su regalo para que no siguiera hablando.
Los obsequios se fueron
abriendo poco a poco. Nuria insistió en ser la última. Los padres
los recibieron con agradecimiento y aparente satisfacción. Al
parecer habían acertado en sus gustos.
–Estos son para ti –dijo
Nuria, acercándole a Marcos un par de paquetes.
Él los abrió. Uno era un
juego de dados. El otro, un juego de dardos.
–Para entretenerte cuando
estés solo y aburrido –dijo ella. ¿No te han gustado? –preguntó
notando su indiferencia.
–Sí, sí, claro –mintió.
Ahora te toca a ti.
En primer lugar Marcos le dio
el sobre. Nuria lo abrió y cuando vio que era un viaje, empezó a
dar pequeños saltos y gritos, llena de emoción, sabiendo ya que
después llegaría el anillo.
–Ya veo que te gustó –dijo
Marcos. A ver qué te parece éste –prosiguió mirando a su suegro
de reojo.
Nuria rasgó el papel con
impaciencia, abrió la caja y cuando vio la fotografía sintió que
su mundo se derrumbaba. Atónita, dirigió la mirada a su novio sin
entender nada.
–¿Sorprendida verdad?
–preguntó Marcos con una sonrisa de satisfacción.
–Sí –fue la respuesta
que salió de cuatro bocas.
–Mira por atrás.
Nuria dio la vuelta a la
fotografía y vio que había un nombre y una fecha. Al parecer el
hombre del sable era un alto cargo del gobierno con apellidos
ostentosos y uno de ellos coincidía con el de Marcos. Lo volvió a
mirar buscando una explicación. Sus padres hicieron lo mismo,
mientras la madre de Marcos permanecía muda.
–Es mi tatarabuelo –dijo
Marcos orgulloso.
–¿Tu tatarabuelo?
–preguntó su suegro incrédulo.
–Sí, eso he dicho
–respondió Marcos con un deje de soberbia. ¿Verdad mamá?
–preguntó dirigiéndose a su progenitora.
–Sí, sí, es mi bisabuelo,
y esa es una vieja foto de familia –respondió ella aparentando
aplomo. Bueno, y ahora ha llegado la hora de marcharnos ¿no?--dijo
dirigiéndose a sus consuegros. Nos esperan en el bingo.
–Sí, es la hora –dijo el
padre de Nuria. Pero, Pili, cómo no nos habías hablado nunca de ese
ascendiente. No es algo como para tenerlo tan callado.
–Bah,
tampoco tiene tanta importancia –dijo ella viendo que a su
consuegro le interesaba el tema, siempre tan pendiente de las
apariencias y de presentar a las personas por su titulación o sus
cargos, antes que por su nombre. Lo que nunca llegaría a saber, ni
su hijo tampoco, es que el hombre del sable no tenía
nada que ver con ellos. Solo fue una pequeña broma que su marido y
ella le habían gastado a su hijo siendo adolescente: decirle que el
hombre de la fotografía que habían encontrado en el rastro era un
ilustre ascendiente. Al fin y al cabo, con esa mentirijilla no hacían
daño a nadie y a ver quién se atrevía a demostrar lo contrario.
Desde ese día seguro que Manuel
dejaba
de martirizar a su hijo con la fecha de la boda, y
sobre todo con lo del trabajo.
Lo que más le extrañaba era
que a Nuria la había visto rara, como si se
hubiera disgustado por saber que su novio tenía un ascendiente de
postín y eso que ella era un poco como su padre. En fin, cosa de
jóvenes, a saber qué tendría en la cabeza
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario