Niños
ingresados en el hospital al resultar heridos accidentalmente en el
exterior de la cafetería Colón.
Así
de escueta era la noticia aparecida en el periódico local, como
reportera de uno nacional, me acerqué al centro sanitario a recabar
información, allí tengo contactos y no me resultó difícil saber
que los niños en cuestión eran dos, sólo uno de ellos con heridas
en un brazo, pero ambos con un nerviosismo tan grande que no podían
hablar para narrar lo ocurrido. Les sedaron ligeramente para que
pudieran descansar y recuperarse de la supuesta pesadilla vivida.
Ante
tan poca información visité la Comisaría, donde el teniente Gálvez
suele chivarme los acontecimientos más notables de su oficina. Me
recibió con una sonrisa al verme entrar.
-
Ya sé a por qué vienes.
-
Por eso eres policía, por tu agudeza de investigador.
-
En esta ocasión no hay nada interesante - me dijo-, de momento han prestado declaración una pareja de novios y dos números de la policía local que fueron los primeros en auxiliar a los pequeños y pudieron ver algo.
-
Vale suelta, suelta, que estoy ansiosa por escribir.
Una
pareja de novios doblaron la esquina del edifico al que todos
llamamos “el Colón” y bajo el soportal que forma la terraza del
primer piso del inmueble, pegados a una ventana de la cafetería
abandonada, había dos niños llorando y chillando muy alterados.
Uno de ellos tenía un brazo hasta el hombro metido por uno de los
cristales rotos del ventanal, la verja metálica que salvaguarda el
interior estaba parcialmente rota y a través de ese hueco el pequeño
había metido su brazo y no podía sacarlo. El otro niño tiraba de
él hacia el exterior, agarrándole por el brazo libre, y los dos en
una histeria colectiva no paraban de gritar ¡márchate, márchate!
El
hombre al ver la situación inmediatamente agarró al pequeño
atrapado para sacarle del interior, pero no pudo, y eso que no era
enclenque. Su novia intentó ayudar también agarrándole por la
cintura, pero tampoco pudo, estaba bien aprisionado y debido a la
negrura del interior no se apreciaba qué era lo que le tenía
atrapado. Intentaron un par de veces más y al no conseguirlo, ella
con su móvil llamó a emergencias, con la buena suerte que un coche
de la policía local haciendo su ronda pasó por allí. Al verlos se
bajaron e intentaron liberar al chaval, tampoco pudieron. Cogiendo
una manta del interior del vehículo rodearon con ella al niño e
hicieron fuerza alejándose del ventanal, pero el niño no se movía
un ápice del sitio, aunque al menos habían conseguido que asomara
el brazo hasta el codo, permaneciendo el resto en el oscuro interior.
El
amigo del atrapado se aferraba al brazo liberado como si le fuera la
vida en ello, y a pesar de la compañía y los esfuerzos de los tres
hombres, que ciertamente eran fornidos, los dos pequeños seguían
chillando ¡márchate, márchate! Al no conseguir su propósito, uno
de los policías llamó a los bomberos. Cuando llegaron vieron a
tres hombres y un niño que agarraban a otro pequeño intentando
soltarle de algo, como del codo para adentro no se veía nada,
encendieron un potente foco alumbrando aquella cavidad. Justo en ese
instante todos cayeron al suelo pues finalmente el brazo se había
liberado. Tenía profundas heridas como si alguien le hubiera
mordido y le faltaba un dedo de la mano por el que sangraba
abundantemente. Una ambulancia trasladó a ambos al hospital donde
los facultativos se hicieron cargo de ellos.
-
Eso es todo lo que te puedo contar, porque aún no sabemos más, el asunto se está investigando, pero los compañeros no paran de reírse a espaldas, de los dos municipales, al no ser más fuertes que un supuesto fantasma.
Sin
saber aún la verdad sobre dicho suceso, la noticia corrió como la
pólvora, una multitud de curiosos se acercaba a la abandonada
cafetería Colón para ver con sus propios ojos al susodicho
espectro. La policía tapió el ventanal y otros que también tenían
agujeros, acordonó la zona y dispuso vigilancia las veinticuatro
horas debido a la afluencia de público y poder ser peligroso para
alguien más.
Médicos,
familiares y psicólogos trabajaban con los niños para que pudieran
hablar y narrar lo ocurrido. Pero hasta llegado ese momento, el
Comisario Jefe debía resolver el enigma. Tras muchas llamadas de
teléfono consiguió dar con la persona que tenía las llaves de la
antigua cafetería, abandonada desde hacía veinte largos años,
debido al estado semiruinoso del edificio, nadie la quiso ocupar.
Accedieron al local por la puerta de la cocina que da a la plaza de
abastos. Un equipo de la científica, bomberos e inspectores de
policía, ataviados con ropa, mascarillas y gafas protectoras,
accedieron a su interior. La cantidad de polvo y suciedad no era lo
llamativo, sino que sobre las encimeras, los fogones y las alacenas
permanecían objetos cotidianos de cocina, como si sus antiguos
moradores hubieran tenido que escapar repentinamente.
Una
puerta daba acceso al interior de la barra de servicio. Mesas,
sillas, lámparas, todo estaba igual que antaño, tapado bajo una
mugre de polvo, polución y basura, permanecían estáticos a pesar
del tiempo. Los ventanales al ser recientemente tapiados no
permitían entrar luz por lo que encendieron las linternas,
observando con asombro como aún refulgían los dorados metálicos
del exterior de la barra y los grifos que en su día manaban cerveza.
Menos mal que llevaban mascarillas porque cada paso que daban
levantaba una ingente cantidad de polvo que resultaría imposible
respirar sin ellas. Bajo la ventana por la que el niño había
estado prisionero, había manchas de sangre, pero del dedo arrancado
no había rastro y tampoco del objeto que le pudo atrapar. Nadie
habitaba aquellas paredes, pero al estar todo tan intacto afloraba
una sensación de malestar y miedo, que racionalmente no podían
explicar.
Los
análisis realizados a las muestras tomadas en la desértica
cafetería corroboraron que aquella sangre era sólo la del niño,
pero lo ocurrido en su interior seguía siendo un misterio. Al
terminar la semana el chiquillo ileso comenzó a relatar lo ocurrido.
-
Cruzamos la calle de la Muralla en dirección a Sabugo, al kiosco de golosinas donde solemos comprar las gominolas, al pasar al lado del Colón, vimos un destello en el interior de una de las ventanas, el cristal estaba roto y la verja también, por más que intentábamos fisgar en su interior no veíamos nada. Como tenía miedo no me acerqué, pero Tino que es más valiente dijo que allí dentro había mesas bajitas, que debían ser para niños, con unas patas torneadas como las del recibidor de su abuela, y sobre una de ellas, al alcance de la mano había una figura parecida a un soldadito. Dijo que si alargaba la mano la podría coger, se arrimó al ventanal para hacerlo, y un remolino de polvo con forma de cara le atrapó, tenía los ojos muy negros, la boca gris y se parecía a un trol. Tino comenzó a gritar y a llorar, yo tiraba de él para sacarle de allí pero no podía, casi estaba dentro hasta la cabeza pero tiré fuerte y le saqué un poco, más el brazo permanecía dentro. Luego llegaron un hombre y una mujer que intentaron ayudarnos, unos policías también. Después de un rayo de luz, Tino se liberó y nos trajeron en ambulancia hasta aquí.
El
Comisario Jefe no daba crédito a la historia del pequeño, pero
desde luego era congruente lo que contaba. Siempre que tenía entre
manos una investigación difícil lo comentaba en casa con su mujer,
ella siempre tenía una perspectiva diferente que solía ayudarle a
resolver los casos. Esta vez la respuesta fue ingenua e
increíblemente fácil a la vez.
-
Si es cierto que el monstruo de polvo se estaba comiendo al niño, con llevar al local una gran aspiradora y limpiar todo el polvo y la mugre del local, solucionarás el problema.
Al
día siguiente contactó con una empresa de limpiezas para conseguir
la aspiradora más potente que hubiera en el mercado, entraron en la
vieja cafetería el operario que manejaba el aparato y dos policías
armados por si fuera peligroso. Tras dos horas de intensa limpieza
en el interior abandonado, salieron agotados y con matas de canas en
sus sienes, según describieron en el atestado, mientras el aparato
aspirador iba eliminando el polvo a su paso, un rugido fuerte como el
de un león no paró de escucharse hasta que todo estuvo bien limpio.
Mi
información enviada al periódico nacional nunca llegó a
publicarse. Hoy hace diez años de aquel suceso, los niños ya son
adultos que siguen teniendo pesadillas, los policías involucrados
fueron relevados a tareas administrativas por tener fobia a los
interiores oscuros y la población se olvidó por completo de lo
acaecido en el Colón, bueno, olvidado no del todo, porque nadie ha
intentado hacerse cargo de reabrir la tan famosa cafetería, por si
en su interior sigue aún el monstruo del polvo.
P.D.
Sugiero os acerquéis a la cafetería y vislumbréis desde el
exterior la maravillosa y lujosa decoración que tuvo aquel local tan
concurrido en su época, pero ni se os ocurra meter el brazo en su
interior.
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