El fantasma del Colón - Marian Muñoz


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Niños ingresados en el hospital al resultar heridos accidentalmente en el exterior de la cafetería Colón.
Así de escueta era la noticia aparecida en el periódico local, como reportera de uno nacional, me acerqué al centro sanitario a recabar información, allí tengo contactos y no me resultó difícil saber que los niños en cuestión eran dos, sólo uno de ellos con heridas en un brazo, pero ambos con un nerviosismo tan grande que no podían hablar para narrar lo ocurrido. Les sedaron ligeramente para que pudieran descansar y recuperarse de la supuesta pesadilla vivida.
Ante tan poca información visité la Comisaría, donde el teniente Gálvez suele chivarme los acontecimientos más notables de su oficina. Me recibió con una sonrisa al verme entrar.
  • Ya sé a por qué vienes.
  • Por eso eres policía, por tu agudeza de investigador.
  • En esta ocasión no hay nada interesante - me dijo-, de momento han prestado declaración una pareja de novios y dos números de la policía local que fueron los primeros en auxiliar a los pequeños y pudieron ver algo.
  • Vale suelta, suelta, que estoy ansiosa por escribir.
Una pareja de novios doblaron la esquina del edifico al que todos llamamos “el Colón” y bajo el soportal que forma la terraza del primer piso del inmueble, pegados a una ventana de la cafetería abandonada, había dos niños llorando y chillando muy alterados. Uno de ellos tenía un brazo hasta el hombro metido por uno de los cristales rotos del ventanal, la verja metálica que salvaguarda el interior estaba parcialmente rota y a través de ese hueco el pequeño había metido su brazo y no podía sacarlo. El otro niño tiraba de él hacia el exterior, agarrándole por el brazo libre, y los dos en una histeria colectiva no paraban de gritar ¡márchate, márchate!
El hombre al ver la situación inmediatamente agarró al pequeño atrapado para sacarle del interior, pero no pudo, y eso que no era enclenque. Su novia intentó ayudar también agarrándole por la cintura, pero tampoco pudo, estaba bien aprisionado y debido a la negrura del interior no se apreciaba qué era lo que le tenía atrapado. Intentaron un par de veces más y al no conseguirlo, ella con su móvil llamó a emergencias, con la buena suerte que un coche de la policía local haciendo su ronda pasó por allí. Al verlos se bajaron e intentaron liberar al chaval, tampoco pudieron. Cogiendo una manta del interior del vehículo rodearon con ella al niño e hicieron fuerza alejándose del ventanal, pero el niño no se movía un ápice del sitio, aunque al menos habían conseguido que asomara el brazo hasta el codo, permaneciendo el resto en el oscuro interior.
El amigo del atrapado se aferraba al brazo liberado como si le fuera la vida en ello, y a pesar de la compañía y los esfuerzos de los tres hombres, que ciertamente eran fornidos, los dos pequeños seguían chillando ¡márchate, márchate! Al no conseguir su propósito, uno de los policías llamó a los bomberos. Cuando llegaron vieron a tres hombres y un niño que agarraban a otro pequeño intentando soltarle de algo, como del codo para adentro no se veía nada, encendieron un potente foco alumbrando aquella cavidad. Justo en ese instante todos cayeron al suelo pues finalmente el brazo se había liberado. Tenía profundas heridas como si alguien le hubiera mordido y le faltaba un dedo de la mano por el que sangraba abundantemente. Una ambulancia trasladó a ambos al hospital donde los facultativos se hicieron cargo de ellos.
  • Eso es todo lo que te puedo contar, porque aún no sabemos más, el asunto se está investigando, pero los compañeros no paran de reírse a espaldas, de los dos municipales, al no ser más fuertes que un supuesto fantasma.
Sin saber aún la verdad sobre dicho suceso, la noticia corrió como la pólvora, una multitud de curiosos se acercaba a la abandonada cafetería Colón para ver con sus propios ojos al susodicho espectro. La policía tapió el ventanal y otros que también tenían agujeros, acordonó la zona y dispuso vigilancia las veinticuatro horas debido a la afluencia de público y poder ser peligroso para alguien más.
Médicos, familiares y psicólogos trabajaban con los niños para que pudieran hablar y narrar lo ocurrido. Pero hasta llegado ese momento, el Comisario Jefe debía resolver el enigma. Tras muchas llamadas de teléfono consiguió dar con la persona que tenía las llaves de la antigua cafetería, abandonada desde hacía veinte largos años, debido al estado semiruinoso del edificio, nadie la quiso ocupar. Accedieron al local por la puerta de la cocina que da a la plaza de abastos. Un equipo de la científica, bomberos e inspectores de policía, ataviados con ropa, mascarillas y gafas protectoras, accedieron a su interior. La cantidad de polvo y suciedad no era lo llamativo, sino que sobre las encimeras, los fogones y las alacenas permanecían objetos cotidianos de cocina, como si sus antiguos moradores hubieran tenido que escapar repentinamente.
Una puerta daba acceso al interior de la barra de servicio. Mesas, sillas, lámparas, todo estaba igual que antaño, tapado bajo una mugre de polvo, polución y basura, permanecían estáticos a pesar del tiempo. Los ventanales al ser recientemente tapiados no permitían entrar luz por lo que encendieron las linternas, observando con asombro como aún refulgían los dorados metálicos del exterior de la barra y los grifos que en su día manaban cerveza. Menos mal que llevaban mascarillas porque cada paso que daban levantaba una ingente cantidad de polvo que resultaría imposible respirar sin ellas. Bajo la ventana por la que el niño había estado prisionero, había manchas de sangre, pero del dedo arrancado no había rastro y tampoco del objeto que le pudo atrapar. Nadie habitaba aquellas paredes, pero al estar todo tan intacto afloraba una sensación de malestar y miedo, que racionalmente no podían explicar.
Los análisis realizados a las muestras tomadas en la desértica cafetería corroboraron que aquella sangre era sólo la del niño, pero lo ocurrido en su interior seguía siendo un misterio. Al terminar la semana el chiquillo ileso comenzó a relatar lo ocurrido.
  • Cruzamos la calle de la Muralla en dirección a Sabugo, al kiosco de golosinas donde solemos comprar las gominolas, al pasar al lado del Colón, vimos un destello en el interior de una de las ventanas, el cristal estaba roto y la verja también, por más que intentábamos fisgar en su interior no veíamos nada. Como tenía miedo no me acerqué, pero Tino que es más valiente dijo que allí dentro había mesas bajitas, que debían ser para niños, con unas patas torneadas como las del recibidor de su abuela, y sobre una de ellas, al alcance de la mano había una figura parecida a un soldadito. Dijo que si alargaba la mano la podría coger, se arrimó al ventanal para hacerlo, y un remolino de polvo con forma de cara le atrapó, tenía los ojos muy negros, la boca gris y se parecía a un trol. Tino comenzó a gritar y a llorar, yo tiraba de él para sacarle de allí pero no podía, casi estaba dentro hasta la cabeza pero tiré fuerte y le saqué un poco, más el brazo permanecía dentro. Luego llegaron un hombre y una mujer que intentaron ayudarnos, unos policías también. Después de un rayo de luz, Tino se liberó y nos trajeron en ambulancia hasta aquí.
El Comisario Jefe no daba crédito a la historia del pequeño, pero desde luego era congruente lo que contaba. Siempre que tenía entre manos una investigación difícil lo comentaba en casa con su mujer, ella siempre tenía una perspectiva diferente que solía ayudarle a resolver los casos. Esta vez la respuesta fue ingenua e increíblemente fácil a la vez.
  • Si es cierto que el monstruo de polvo se estaba comiendo al niño, con llevar al local una gran aspiradora y limpiar todo el polvo y la mugre del local, solucionarás el problema.
Al día siguiente contactó con una empresa de limpiezas para conseguir la aspiradora más potente que hubiera en el mercado, entraron en la vieja cafetería el operario que manejaba el aparato y dos policías armados por si fuera peligroso. Tras dos horas de intensa limpieza en el interior abandonado, salieron agotados y con matas de canas en sus sienes, según describieron en el atestado, mientras el aparato aspirador iba eliminando el polvo a su paso, un rugido fuerte como el de un león no paró de escucharse hasta que todo estuvo bien limpio.
Mi información enviada al periódico nacional nunca llegó a publicarse. Hoy hace diez años de aquel suceso, los niños ya son adultos que siguen teniendo pesadillas, los policías involucrados fueron relevados a tareas administrativas por tener fobia a los interiores oscuros y la población se olvidó por completo de lo acaecido en el Colón, bueno, olvidado no del todo, porque nadie ha intentado hacerse cargo de reabrir la tan famosa cafetería, por si en su interior sigue aún el monstruo del polvo.


P.D. Sugiero os acerquéis a la cafetería y vislumbréis desde el exterior la maravillosa y lujosa decoración que tuvo aquel local tan concurrido en su época, pero ni se os ocurra meter el brazo en su interior.







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