Siempre
me había llamado la atención aquella edificación antigua y
señorial, de grandes ventanales verdes y fachada con la pintura
medio desconchada. Rodeada de una enorme extensión ajardinada, con
frondosos árboles que proyectaban sus sombras sobre el recinto,
aquella enorme casa aparecía, a mis ojos de adolescente soñadora,
enigmática y misteriosa. Pasaba por delante del extenso muro que la
rodeaba en mi ruta diaria hacia el instituto y al llegar al portalón,
me paraba y la observaba, dejando volar mi inocente imaginación.
¿Quiénes serían los moradores de tan maravillosa mansión? ¿acaso
estaría habitada por una romántica pareja directamente salida de
una película americana? ¿o tal vez por un cruel caballero medio
loco y enfermo de pasión por el abandono de su amada? Nada más
lejos de la realidad.
Cierto
día, para mi sorpresa, encontré la verja medio abierta, cosa
sumamente extraña, pues alguna vez que había intentado empujarla
estaba tan firmemente cerrada que no se movió un ápice. Debo
reconocer que me puse algo nerviosa ante la posibilidad de poder
colarme dentro, si no de la casa, sí del bello jardín que la
rodeaba. No tuve ni siquiera que abrir más la verja, pues mi menudo
cuerpo se deslizó con facilidad por el hueco ya abierto. Una
sensación extraña se adueñó de mí cuando estuve dentro, entre el
triunfo por haber conseguido entrar y el miedo por lo que podía
encontrarme. Me acerqué con cautela a la puerta. Un letrero dorado,
imposible de leer desde fuera, me iba a aclarar por fin qué escondía
la mansión de mis sueños. Nada parecido a lo que yo había pintado
en mi mente cientos de veces. Leí despacio "Sanatorio
Psiquiátrico". Una oleada de infundado terror sacudió mi
cuerpo y salí de allí como alma que lleva el diablo.
Jamás
había imaginado que aquel bucólico edificio que despertaba mi más
profunda admiración pudiera ser un manicomio. Sin embargo, pensando
y analizando las circunstancias que lo rodeaban, me dije que no
podía ser otra cosa. Jamás se veía nadie por fuera, a pesar de la
extrema tranquilidad que se respiraba en sus alrededores. Seguro que
tenían a todos los locos dentro, encerrados en celdas para que no
pudieran dar rienda suelta a su agresividad. Evidentemente aquellas
suposiciones no eran más que eso, meras suposiciones de una
adolescente peliculera y soñadora, pero que de un modo u otro
contribuyeron a que mi admiración por aquella mansión fuera
decayendo hasta desaparecer por completo. Me olvidé de la casa y de
lo que se guarecía dentro y seguí con mi vida de siempre, hasta que
años más tarde la casualidad quiso conducirme de nuevo a ella.
Al
terminar el instituto no quise continuar en la Universidad. No era
mala estudiante, aunque tampoco demasiado brillante. Hubiera podido
hacer una carrera perfectamente, pero los libros me aburrían y lo
que deseaba era trabajar, así podría tener algo de independencia
económica. Hice unos cursos de administración y de informática y
cuando terminé envié currículums a todos lados. No me contestaban
de ninguno. Aquello me desesperaba, yo era joven y estaba bien
preparada, lo único que me faltaba era experiencia, pero claro, si
no encontraba trabajo no podría tener experiencia nunca. Era la
pescadilla que se muerde la cola. Así que cuando aquella mañana
encontré en el buzón una carta de la oficina de empleo y al abrirla
leí que me citaban para una entrevista de trabajo, no me pude sentir
más feliz. Me facilitaban una dirección donde debía de
presentarme. Sólo cuando el día señalado me monté en un taxi y
recorrimos calles en pos de nuestro destino, me di cuenta de hacia
dónde me llevaba. Efectivamente, el vehículo me dejó frente a la
casa de mis sueños de antaño. Le pagué la carrera y me bajé. Me
acerqué y miré hacia dentro. Todo estaba igual, el mismo jardín,
los mismos árboles, idénticos ventanales verdes... Sólo el portal
había cambiado, ahora era más moderno y con portero automático. No
quise demorar más y pulsé el timbre. Una voz nasal preguntó quién
era.
-Soy
Rocío Martos, estoy citada para una entrevista...
El
portal se abrió sin que yo llegara a terminar mi frase. Era la
segunda vez que me veía allí dentro. Pero de esta no me iba a
escapar.
-Buscamos
una persona para recepción, que se encargue de las citas y que tenga
algunos conocimientos de informática, nada del otro mundo- me
explicaba la Doctora Solano, directora del centro , después de
haberme hecho un montón de preguntas - lo único que exigimos es
responsabilidad y sobre todo confidencialidad. La gente que viene
aquí es gente con problemas graves y en la mayoría de los casos no
desean que se den a conocer. La discreción es fundamental. Es por
eso que quien trabaje finalmente aquí debe respetar una regla
interna primordial. El trato con los pacientes y con el personal
médico, será prácticamente nulo. Tendrá acceso a los historiales
por razones obvias, ya que será la persona que los maneje y los
archive, pero nada más.
Aquella
mujer desprendía de sus pequeños ojos grises una mirada fría y
distante. Su forma de hablarme tampoco era muy cálida, más bien
todo lo contrario. Además se mostraba tremendamente autoritaria.
Supuse que así era como debía de tratar a sus pacientes, y que
conmigo lo que le pasaba era la típica deformación profesional. En
la escasa media hora que pasé con ella llegué a la conclusión de
que no me gustaría tenerla como jefa, pero cuando me dijo el sueldo
cambié de opinión enseguida.
-Pagamos
mil quinientos euros, netos. Catorce pagas anuales. ¿Qué te parece
Rocío? - al preguntarme, sonrió, pero sólo con la boca.
-Bueno,
me parece muy bien. El trabajo no me asusta y las condiciones
tampoco. Por otra parte el sueldo es muy atractivo. Pero supongo que
tendrán ustedes más candidatos.
-Alguno
más ha venido hoy si, pero si aceptas, el puesto es tuyo.
Me
sorprendió oirle decir aquello. Jamás pensé salir de allí con el
trabajo en el bolsillo. Por supuesto acepté.
-Estupendo,
creo que serás una buena trabajadora. Empiezas mañana entonces. El
horario es de ocho a tres y por supuesto exigimos puntualidad. Hasta
mañana pues.
-Hasta
mañana.
Salí
de allí con una sensación agridulce. Estaba encantada de haber
encontrado trabajo, pero había algo en aquella mujer que no me
gustaba nada, algo que me decía que no era buena gente.
Continuará...
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