El manicomio (1º parte) - Gloria Losada


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Siempre me había llamado la atención aquella edificación antigua y señorial, de grandes ventanales verdes y fachada con la pintura medio desconchada. Rodeada de una enorme extensión ajardinada, con frondosos árboles que proyectaban sus sombras sobre el recinto, aquella enorme casa aparecía, a mis ojos de adolescente soñadora, enigmática y misteriosa. Pasaba por delante del extenso muro que la rodeaba en mi ruta diaria hacia el instituto y al llegar al portalón, me paraba y la observaba, dejando volar mi inocente imaginación. ¿Quiénes serían los moradores de tan maravillosa mansión? ¿acaso estaría habitada por una romántica pareja directamente salida de una película americana? ¿o tal vez por un cruel caballero medio loco y enfermo de pasión por el abandono de su amada? Nada más lejos de la realidad.
Cierto día, para mi sorpresa, encontré la verja medio abierta, cosa sumamente extraña, pues alguna vez que había intentado empujarla estaba tan firmemente cerrada que no se movió un ápice. Debo reconocer que me puse algo nerviosa ante la posibilidad de poder colarme dentro, si no de la casa, sí del bello jardín que la rodeaba. No tuve ni siquiera que abrir más la verja, pues mi menudo cuerpo se deslizó con facilidad por el hueco ya abierto. Una sensación extraña se adueñó de mí cuando estuve dentro, entre el triunfo por haber conseguido entrar y el miedo por lo que podía encontrarme. Me acerqué con cautela a la puerta. Un letrero dorado, imposible de leer desde fuera, me iba a aclarar por fin qué escondía la mansión de mis sueños. Nada parecido a lo que yo había pintado en mi mente cientos de veces. Leí despacio "Sanatorio Psiquiátrico". Una oleada de infundado terror sacudió mi cuerpo y salí de allí como alma que lleva el diablo.

Jamás había imaginado que aquel bucólico edificio que despertaba mi más profunda admiración pudiera ser un manicomio. Sin embargo, pensando y analizando las circunstancias que lo rodeaban, me dije que no podía ser otra cosa. Jamás se veía nadie por fuera, a pesar de la extrema tranquilidad que se respiraba en sus alrededores. Seguro que tenían a todos los locos dentro, encerrados en celdas para que no pudieran dar rienda suelta a su agresividad. Evidentemente aquellas suposiciones no eran más que eso, meras suposiciones de una adolescente peliculera y soñadora, pero que de un modo u otro contribuyeron a que mi admiración por aquella mansión fuera decayendo hasta desaparecer por completo. Me olvidé de la casa y de lo que se guarecía dentro y seguí con mi vida de siempre, hasta que años más tarde la casualidad quiso conducirme de nuevo a ella.

Al terminar el instituto no quise continuar en la Universidad. No era mala estudiante, aunque tampoco demasiado brillante. Hubiera podido hacer una carrera perfectamente, pero los libros me aburrían y lo que deseaba era trabajar, así podría tener algo de independencia económica. Hice unos cursos de administración y de informática y cuando terminé envié currículums a todos lados. No me contestaban de ninguno. Aquello me desesperaba, yo era joven y estaba bien preparada, lo único que me faltaba era experiencia, pero claro, si no encontraba trabajo no podría tener experiencia nunca. Era la pescadilla que se muerde la cola. Así que cuando aquella mañana encontré en el buzón una carta de la oficina de empleo y al abrirla leí que me citaban para una entrevista de trabajo, no me pude sentir más feliz. Me facilitaban una dirección donde debía de presentarme. Sólo cuando el día señalado me monté en un taxi y recorrimos calles en pos de nuestro destino, me di cuenta de hacia dónde me llevaba. Efectivamente, el vehículo me dejó frente a la casa de mis sueños de antaño. Le pagué la carrera y me bajé. Me acerqué y miré hacia dentro. Todo estaba igual, el mismo jardín, los mismos árboles, idénticos ventanales verdes... Sólo el portal había cambiado, ahora era más moderno y con portero automático. No quise demorar más y pulsé el timbre. Una voz nasal preguntó quién era.
-Soy Rocío Martos, estoy citada para una entrevista...
El portal se abrió sin que yo llegara a terminar mi frase. Era la segunda vez que me veía allí dentro. Pero de esta no me iba a escapar.
-Buscamos una persona para recepción, que se encargue de las citas y que tenga algunos conocimientos de informática, nada del otro mundo- me explicaba la Doctora Solano, directora del centro , después de haberme hecho un montón de preguntas - lo único que exigimos es responsabilidad y sobre todo confidencialidad. La gente que viene aquí es gente con problemas graves y en la mayoría de los casos no desean que se den a conocer. La discreción es fundamental. Es por eso que quien trabaje finalmente aquí debe respetar una regla interna primordial. El trato con los pacientes y con el personal médico, será prácticamente nulo. Tendrá acceso a los historiales por razones obvias, ya que será la persona que los maneje y los archive, pero nada más.
Aquella mujer desprendía de sus pequeños ojos grises una mirada fría y distante. Su forma de hablarme tampoco era muy cálida, más bien todo lo contrario. Además se mostraba tremendamente autoritaria. Supuse que así era como debía de tratar a sus pacientes, y que conmigo lo que le pasaba era la típica deformación profesional. En la escasa media hora que pasé con ella llegué a la conclusión de que no me gustaría tenerla como jefa, pero cuando me dijo el sueldo cambié de opinión enseguida.
-Pagamos mil quinientos euros, netos. Catorce pagas anuales. ¿Qué te parece Rocío? - al preguntarme, sonrió, pero sólo con la boca.
-Bueno, me parece muy bien. El trabajo no me asusta y las condiciones tampoco. Por otra parte el sueldo es muy atractivo. Pero supongo que tendrán ustedes más candidatos.
-Alguno más ha venido hoy si, pero si aceptas, el puesto es tuyo.
Me sorprendió oirle decir aquello. Jamás pensé salir de allí con el trabajo en el bolsillo. Por supuesto acepté.
-Estupendo, creo que serás una buena trabajadora. Empiezas mañana entonces. El horario es de ocho a tres y por supuesto exigimos puntualidad. Hasta mañana pues.
-Hasta mañana.
Salí de allí con una sensación agridulce. Estaba encantada de haber encontrado trabajo, pero había algo en aquella mujer que no me gustaba nada, algo que me decía que no era buena gente.

                                                                                              Continuará...



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