El
trabajo resultó ser de lo más tranquilo y llevadero. Me limitaba a
dar citas, hacer labores de archivo, atender el teléfono y poco más.
Mi querida jefa me visitaba una vez en toda la mañana, me saludaba,
paseaba su mirada inquisidora por el recinto, se llevaba los
historiales que previamente le había preparado y se marchaba a sus
quehaceres. Todo era sumamente tranquilo. Las personas que
ingresaban, o que venían a consulta no eran los chiflados que yo
había imaginado, eran gente más o menos normal, con depresiones,
manías....en realidad, más o menos, con menor o mayor intensidad,
como todo el mundo. Al personal médico apenas lo veía. Además
siempre tenía presente la absurda prohibición de tener roce con
ellos. Reconozco que al principio me pareció un poco extraño, pero
pronto de acostumbré y como en el fondo me daba igual, dejó de
preocuparme.
Cierta
mañana entró una pareja. Se notaba que el paciente era él. Unas
profundas ojeras y un rostro tremendamente demacrado ponían de
manifiesto la enfermedad que padecía. Era la primera vez que acudía
a consulta. Le hice algunas preguntas rutinarias para iniciar el
historial médico e hice pasar a ambos a una comfortable sala de
espera. Al cabo de un rato la mujer vino por recepción.
-Perdona
-me dijo -mi marido no se encuentra muy bien, ¿podrías darme un
vaso de agua?
-Por
supuesto - contesté.
Llené
un vaso de plástico y se lo entregué. Ella se fue y al poco rato
regresó con el vaso vacío.
-Gracias
- me dijo -¿te importa tirarlo? en la sala no hay papelera.
-Por
supuesto - dije a la vez que tomaba el vaso y lo tiraba - ¿está
mejor su esposo?
-Si,
gracias, es que es muy nervioso y la espera.....bueno por eso
venimos, porque se pone de los nervios ante las situaciones más
inverosímiles y le dan con frecuencia ataques de pánico. De un
tiempo a esta tarde casi a diario. Nos hablaron muy bien de este
centro.
La
mujer tenía ganas de hablar. Yo no debía darle conversación, pero
me dio lástima.
-Si,
la gente que viene marcha contenta - le dije sin mucho convencimiento
- aunque últimamente hay bastantes ingresos.
-¿Si?
Bueno yo espero que mi marido no esté tan grave como para tener que
quedarse.
-Seguro
que no, ya verá. Además si se tuviese que quedar no estaría mal.
Aquí se respira tranquilidad.
-Ya
lo veo. Y los jardines que rodean el edificio son preciosos.
-Si
que los son.- estuve a punto de añadir "sólo que nunca hay
nadie paseando por ellos", pero me callé.
En
ese momento por mi interfono se escuchó la voz de la doctora Solano.
-Rocío,
puedes hacer pasar a los siguientes por favor.
Los
siguientes era la consabida pareja así que los llevé a la consulta.
Permanecieron dentro alrededor de una hora, pasada la cual, mi jefa
se me acercó y me pidió que avisara a la planta tercera para que
prepararan una habitación.
-El
paciente se queda ingresado.
Hice
lo que me mandó y ojeé por curiosidad el historial que me había
dado para archivar. El diagnóstico era cuadro de depresión endógena
grave. Qué raro, según su mujer sólo eran ataques de ansiedad. Me
encogí de hombros y seguí a lo mío. Estaba a punto de abrirse la
caja de Pandora.
Unas
horas más tarde, cuando casi había terminado mi turno y llegaba la
ansiada hora de la vuelta a casa, la esposa del enfermo apareció por
recepción. Salía sin fijarse en mí, pero yo sentía tanta
curiosidad por lo ocurrido con su marido que la llamé.
-¡Señora!
Me
miró y se acercó a mí con cara de preocupación.
-Hola
chica. Me voy a casa a comer algo y buscar ropa para mi marido, ya
sabrás que ha quedado ingresado.
-Si,
por eso quería preguntarle ¿Está mal?
-Si
te digo la verdad yo creo que quedar aquí no le hace ningún bien.
Ahora mismo está en el cuarto a punto de darle un ataque de nervios.
Pero la doctora ha insistido mucho, según ella tiene un cuadro
depresivo muy grave.
-Pero
usted me dijo que lo que le daban eran ataques de pánico ¿no?
-Mira,
hace unas semanas que tiene problemas en el trabajo y eso le afecta
mucho, le altera los nervios. Pero por lo demás está bien. Y
depresión......nunca nos imaginamos que tuviese depresión.
-A
veces los diagnósticos pueden ser sorprendentes, sobre todo en esto
de las enfermedades mentales. Pero ya verá como todo sale bien. Por
cierto, me llamo Rocío.
-Yo
Isabel. Gracias por interesarte hija. Ahora tengo que irme.
-Claro,
claro, váyase.
Tan
pronto se fue apareció mi jefa, con cara de pocos amigos. Supe que
iba a echarme la primera bronca.
-Rocío
- me dijo en tono glacial - pensé que había quedado clara la norma
de no hablar con los pacientes más que lo extrictamente necesario.
-Oh,
por supuesto, disculpe, es que esta mujer es conocida de mi madre y
se acercó ella a hablarme - mentí.
-Pues
la próxima vez córtale la conversación - me ordenó casi gritando.
Dio
media vuelta y se fue por donde había venido. Yo también de marché
a mi casa. Por el camino le di mil vueltas a los últimos
acontecimientos. La repentina enfermedad de aquel hombre, la
insistencia desmesurada para que no hablase con su mujer....Todo era
muy raro.
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