El manicomio (2º parte) - Gloria Losada


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El trabajo resultó ser de lo más tranquilo y llevadero. Me limitaba a dar citas, hacer labores de archivo, atender el teléfono y poco más. Mi querida jefa me visitaba una vez en toda la mañana, me saludaba, paseaba su mirada inquisidora por el recinto, se llevaba los historiales que previamente le había preparado y se marchaba a sus quehaceres. Todo era sumamente tranquilo. Las personas que ingresaban, o que venían a consulta no eran los chiflados que yo había imaginado, eran gente más o menos normal, con depresiones, manías....en realidad, más o menos, con menor o mayor intensidad, como todo el mundo. Al personal médico apenas lo veía. Además siempre tenía presente la absurda prohibición de tener roce con ellos. Reconozco que al principio me pareció un poco extraño, pero pronto de acostumbré y como en el fondo me daba igual, dejó de preocuparme.

Cierta mañana entró una pareja. Se notaba que el paciente era él. Unas profundas ojeras y un rostro tremendamente demacrado ponían de manifiesto la enfermedad que padecía. Era la primera vez que acudía a consulta. Le hice algunas preguntas rutinarias para iniciar el historial médico e hice pasar a ambos a una comfortable sala de espera. Al cabo de un rato la mujer vino por recepción.
-Perdona -me dijo -mi marido no se encuentra muy bien, ¿podrías darme un vaso de agua?
-Por supuesto - contesté.
Llené un vaso de plástico y se lo entregué. Ella se fue y al poco rato regresó con el vaso vacío.
-Gracias - me dijo -¿te importa tirarlo? en la sala no hay papelera.
-Por supuesto - dije a la vez que tomaba el vaso y lo tiraba - ¿está mejor su esposo?
-Si, gracias, es que es muy nervioso y la espera.....bueno por eso venimos, porque se pone de los nervios ante las situaciones más inverosímiles y le dan con frecuencia ataques de pánico. De un tiempo a esta tarde casi a diario. Nos hablaron muy bien de este centro.
La mujer tenía ganas de hablar. Yo no debía darle conversación, pero me dio lástima.
-Si, la gente que viene marcha contenta - le dije sin mucho convencimiento - aunque últimamente hay bastantes ingresos.
-¿Si? Bueno yo espero que mi marido no esté tan grave como para tener que quedarse.
-Seguro que no, ya verá. Además si se tuviese que quedar no estaría mal. Aquí se respira tranquilidad.
-Ya lo veo. Y los jardines que rodean el edificio son preciosos.
-Si que los son.- estuve a punto de añadir "sólo que nunca hay nadie paseando por ellos", pero me callé.
En ese momento por mi interfono se escuchó la voz de la doctora Solano.
-Rocío, puedes hacer pasar a los siguientes por favor.
Los siguientes era la consabida pareja así que los llevé a la consulta. Permanecieron dentro alrededor de una hora, pasada la cual, mi jefa se me acercó y me pidió que avisara a la planta tercera para que prepararan una habitación.
-El paciente se queda ingresado.
Hice lo que me mandó y ojeé por curiosidad el historial que me había dado para archivar. El diagnóstico era cuadro de depresión endógena grave. Qué raro, según su mujer sólo eran ataques de ansiedad. Me encogí de hombros y seguí a lo mío. Estaba a punto de abrirse la caja de Pandora.

Unas horas más tarde, cuando casi había terminado mi turno y llegaba la ansiada hora de la vuelta a casa, la esposa del enfermo apareció por recepción. Salía sin fijarse en mí, pero yo sentía tanta curiosidad por lo ocurrido con su marido que la llamé.
-¡Señora!
Me miró y se acercó a mí con cara de preocupación.
-Hola chica. Me voy a casa a comer algo y buscar ropa para mi marido, ya sabrás que ha quedado ingresado.
-Si, por eso quería preguntarle ¿Está mal?
-Si te digo la verdad yo creo que quedar aquí no le hace ningún bien. Ahora mismo está en el cuarto a punto de darle un ataque de nervios. Pero la doctora ha insistido mucho, según ella tiene un cuadro depresivo muy grave.
-Pero usted me dijo que lo que le daban eran ataques de pánico ¿no?
-Mira, hace unas semanas que tiene problemas en el trabajo y eso le afecta mucho, le altera los nervios. Pero por lo demás está bien. Y depresión......nunca nos imaginamos que tuviese depresión.
-A veces los diagnósticos pueden ser sorprendentes, sobre todo en esto de las enfermedades mentales. Pero ya verá como todo sale bien. Por cierto, me llamo Rocío.
-Yo Isabel. Gracias por interesarte hija. Ahora tengo que irme.
-Claro, claro, váyase.
Tan pronto se fue apareció mi jefa, con cara de pocos amigos. Supe que iba a echarme la primera bronca.
-Rocío - me dijo en tono glacial - pensé que había quedado clara la norma de no hablar con los pacientes más que lo extrictamente necesario.
-Oh, por supuesto, disculpe, es que esta mujer es conocida de mi madre y se acercó ella a hablarme - mentí.
-Pues la próxima vez córtale la conversación - me ordenó casi gritando.
Dio media vuelta y se fue por donde había venido. Yo también de marché a mi casa. Por el camino le di mil vueltas a los últimos acontecimientos. La repentina enfermedad de aquel hombre, la insistencia desmesurada para que no hablase con su mujer....Todo era muy raro.











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