Y parece que no sale, por más que uno quiera, por más que lo deseemos o lo imaginemos. Es imposible. Deberíamos dejar de ver la tele y escuchar la radio. Tanta mala noticia no indica nada bueno. Parece que se acercara el fin del mundo. La hecatombe, el caos envuelto en microplásticos.
Y,
mientras, encendemos lucecitas aquí y allá; que brillan como en un
código de socorro a algún planeta o ser extraterrestre. ¿Qué
pensarán de nosotros? Que nos hemos vuelto locos. O peor, que nos
estamos auto-extinguiendo poco a poco. A veces casi hasta nos lo
mereceríamos.
En
nuestra espiral de desvaríos no nos damos cuenta de que el caos está
dentro. Y no se nos ocurre que la solución está tan cerca... En una
sonrisa, en varias sonrisas, millones de ellas que, afortunadamente,
aún ven el mundo con ojos llenos de ilusión y luces reales.
Pero
queremos apagárselas también. Crecen tan deprisa que sus luces se
emborronan con los caprichos de una edad que aún no les corresponde.
Y
brindamos con alcohol, y sin él, deseando ilusiones, tiempos que se
fueron y no volverán, añorando algo de color rojo, amarillo, azul…
no sabemos qué color ni qué forma tiene ya.
Aún
notamos el regusto de un algo dulce en el paladar. Ese aroma a niñez
que parece que ya se fue del todo, pero que por ciertas épocas nos
hace ‘toc toc’ y vuelve a casa, como los que se fueron en busca
de fortuna y una vida mejor. Y ahora regresan por un breve instante.
Y nos envuelve y nos abraza para luego soltarnos y darnos de nuevo
una bofetada de realidad en forma de estrés, facturas, prisas y
plazos terminados.
Que
nos da la sensación de que nunca finalizamos las tareas por más que
nos pongamos las zapatillas de correr más y más deprisa. Y a veces
nos caemos en mitad de la carrera. Miramos aturdidos y no somos
capaces a levantarnos. Y, lo que es peor, nadie nos ayuda. Todos
corren, no sabemos hacia dónde, pero corren como locos hacia una
meta que no se sabe si está ni se la espera.
Y
seguimos corriendo, ciegos, buscando el último juguete de moda, la
última novedad tecnológica a precio de ganga, peleando por ello a
brazo torcido en las estanterías de jugueterías, supermercados o
páginas web. ¿Tan complicado es regalar porque sí? Algo de
siempre, algo que ilusione, algo con lo que compartir y jugar de
verdad…
Nos
complicamos la existencia, nos cegamos y solo vemos una nube delante
de nuestros ojos. Tapándonos el cielo. Tapándonos el Sol. Y
encendemos luces artificiales esperando que todo se aclare. Pero el
ruido y las prisas nos ponen de nuevo la zancadilla. Y caemos. Y no
vemos.
Y
nos quedamos en el suelo, doloridos, atontados... Mientras el resto
de la humanidad adulta sigue corriendo, encendiendo o apagando luces
y envolviendo tristes regalos, algunos de los cuales dos días
después serán devueltos sin apenas haberlos agradecido…
-¡¡Mira
mamá!! ¡¡Papá corre!! ¡Corre! ¡¡Que ya han venido los Reyes!!
Pues
sí, parece que el Sol ha salido una vez más.
Y
ojalá que nunca nos falte ese brillo.
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