Las calles vacías confiriendo
a la ciudad un aire misterioso que si bien por momentos se me
antojan desoladoras hay otros en que me resuenan poderosas.
Emponderamiento que nace del hermoso silencio que siempre nos regala
la soledad en el encuentro con uno mismo.
Camino firme,
segura, veloz…como si de un paseo para ejercitar estas actitudes
se tratara.
Apenas
el ruido de un perro en libertad desafiando el confinamiento con la
alegría del que tiene excusa para ello.
En algún balcón entreabierto se escuchan las notas de una canción
que ennoblece y fortalece los ánimos de los oyentes.
No hay lugar para el cabreo. Solo la fuerza
de la empatía, de la ternura, de la gratitud, de la entrega… de
todos los maravillosos atributos del amor. Solo.
Llego al
jardín del precioso chalet donde viven mis chicos, esos chicos que
con una mente especial y distinta son capaces de comprender y aportar
su libertad en horas de encierro, la renuncia a sus pequeños
caprichos que son sus grandes alicientes. Tal vez sus mentes no sean
tan distintas a las nuestras que nos consideramos sanos y
equilibrados ciudadanos, tal vez hay un ápice de locura en todos los
humanos. ¿Cómo si no hemos llegado a dónde estamos?
En la despensa de la casa descansan todos los utensilios que
usamos en los talleres de cocinar. Una, dos, tres sartenes que
esperan las manos, los ingredientes, las instrucciones, el calor de
la vitrocerámica.
En los corazones las ganas de volver a la rutina y a la actividad que
un día nos supuso hastío, y cansancio.
Y como la vida es cíclica en su maestrazgo, esto
también pasará.
Os espero a todos
en el sueño de un mañana próximo para construir y amar.
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