De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Se me pegaron las sábanas y me levanté casi a la hora del vermut. Con las prisas, mezclé tostadas y aceitunas y me tragué un hueso que pasó rascando por mi garganta, dejándome una faringitis crónica. La comida, a medio preparar por estar de cháchara con la vecina mientras tendíamos la colada, empezó a olerme a chamusquina.
Se me pegaron las sábanas y me levanté casi a la hora del vermut. Con las prisas, mezclé tostadas y aceitunas y me tragué un hueso que pasó rascando por mi garganta, dejándome una faringitis crónica. La comida, a medio preparar por estar de cháchara con la vecina mientras tendíamos la colada, empezó a olerme a chamusquina.
Así
que dejé a la vecina con la palabra en la boca, entré en la cocina,
toda negra, como cueva de lobo. Encontré la sartén,
que se quedó hecha un amasijo retorcido con olor a carne quemada. Mi
cabreo
fue en aumento. Sin poder comer, con todo cerrado, me fui a dar un
largo paseo
para tranquilizar mis nervios por las escaleras de mi bloque.
Y
es que no se puede dormir tanto.
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