De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Entre
escobas, zapatos y productos de limpieza, Esther respira de forma
acompasada. Está a oscuras, sentada en el suelo, en silencio, en el
trastero de debajo de la escalera. Es el primer momento de soledad
que consigue desde que se decretó el estado de alerta, hace ya tres
semanas. Desde entonces está encerrada en la sala con su madre
octogenaria sin pisar a penas otras dependencias del caserón
familiar.
Desde
el primer momento trató de mantener activa a su madre con diversas
actividades, que si bien animaban el encierro, limitaban su
intimidad.
Cuando,
sorpresivamente, su madre le dijo que quería jugar al escondite, no
supo reaccionar como adulta. Echó a correr en busca de un sitio
donde meterse mientras su madre contaba en alto frente al ventanal.
Entre
escobas, productos de limpieza y zapatos, Esther disfruta del
silencio, a oscuras. Rellena vacíos, miedos, dudas, nervios,
angustias… de oscuridad y silencio. Sola consigo misma. No tiene
prisa porque la encuentre. Pasa el tiempo. Allí escondida está a
gusto. No se oye nada. Está disfrutando del silencio. Piensa que
quizás la madre necesitaba también de un tiempo a solas, que por
éso demora la búsqueda… Esther no sabe cuanto hace que está
confinada, ha perdido la noción del tiempo . Todo sigue en calma, a
oscuras. Empieza a preocuparse. Sigilosa sale hacia la sala . Su
madre, frente al ventanal, musitando algo entre dientes, sigue
mirando sin poder fijar la vista. Alguna neurona de su cerebro
decidió echar el cierre. Esther no olvidará el encierro.
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