Era
el mes de Mayo, me encontraba bien. Era el momento idóneo para
buscar casa. Pablo y yo hablamos y hablamos y juntos llegamos al
convencimiento de que queríamos una vivienda bien comunicada, cerca
del trabajo , con servicios médicos a tiro de piedra, tiendas,
supermercado. Con colegio al que poder mandar a nuestros futuros
hijos. Con parque en el que pasear sin tener que caminar mucho para
llegar y poder pasear también con los niños. Queríamos que nuestra
casa estuviese en un lugar tranquilo, solana, de gente joven como
nosotros. Con vecinos de un nivel adquisitivo como el nuestro, si era
un poco mayor aún mejor. Que tuviera oferta cultural, también
deportiva. Deseábamos compaginar salud con todo lo demás.
Queríamos
un espacio para vivir, para tener hijos, para crear nuestros
recuerdos, para formar un hogar, para ser felices…
Encontramos
el sitio, si, aquel sería nuestro barrio.
Empezamos
a mirar casas por internet. Las había preciosas, con jardín,
piscina. En urbanizaciones de ensueño, con seguridad, portero, pocos
vecinos, pero… no eran para nosotros. No llegábamos.
Seguimos
mirando pisos . Había muchos, era un buen momento, lo mismo de venta
como de compra. Eran carísimos .
Cuando
nos acercamos a la inmobiliaria llevábamos la realidad ya a ras de
suelo. En ese barrio podríamos acceder, con mucha suerte, a un
pisito. Uno de menos de cincuenta metros cuadrados, nos dijo el
agente.
Los
visitamos todos. Horribles. Tristes. Minúsculos. Caros. Deshechos…
Por fin, uno que encajaba estaba para tirar, la reforma se nos iba de
las manos. Sin más gastos, teníamos que comprar y meternos, tal
cual.
El
agente inmobiliario se quedó con nuestro teléfono. Teníamos que
fijar la fecha de la boda y no queríamos hacerlo hasta que no
estuviese solucionado el tema casa.
Las
semanas pasaban y con ellas nuestras ansias de libertad. Seguíamos
sin casa, sin fecha de boda, sin nada claro...hasta que llegó la
llamada. El agente nos ofreció un piso que podía encajar.
Estaba
listo para entrar. Tenía un dormitorio, un salón-cocina y un baño.
Fuimos enseguida a verlo. Estaba todo nuevo, limpio, con muebles de
Ikea claros y modernos, focos por todos lados, telas, cojines
coloridos, estores… ¡¡una monada !! Nos decidimos sobre la
marcha. Quedamos el día siguiente para firmar el contrato. Después,
fijamos la fecha de la boda.
Nos
casamos en octubre, disfrutamos de una bonita luna de miel y
empezamos una nueva etapa en nuestra casa.
Según
nos instalamos nos dimos cuenta de lo oscura que era. Un primero,
todo interior, con vistas a un patio al que daban las dos ventanas y
diseñado únicamente para ventilación… Un patio cuadrado que no
tenía más de un metro de lado y al que accedían únicamente las
dos ventanas de nuestra vivienda... No se nos había ocurrido mirar
detrás de los estores cuando nos la enseñaron.
El
espacio era la mínima expresión y se hizo aún más pequeño cuando
nació Lucas y nos atiborraron de artilugios para su cuidado: bañera,
balancín, capazo, cuna, cajonera, sillita, cambiador… la casa se
convirtió en una tienda infantil. Yo disfruté de mi baja en la
calle con él, en el parque, a dos manzanas de casa ¡menos mal que
miramos bien el barrio! Con lo que no contábamos era con el
confinamiento, casi dos años después, por la epidemia del covid 19.
Ninguno contábamos con algo así. Dos meses los tres encerrados en
una habitación…con olor continuo a comida… con luz artificial,
desde que abríamos los ojos por la mañana, hasta que la apagábamos
para dormir. Sin ver el sol, sin ver gente, sin oír a nadie, sin
espacio vital…
Cambiar
de casa se ha convertido en una prioridad. Descubrimos que somos
hogareños, que disfrutamos juntos compartiendo actividades, que
somos más felices cuando hablamos, jugamos, pintamos o cocinamos sin
tener que correr porque llegamos tarde… lo tengo claro, es el
momento de un cambio. De pasar página De irnos de aquí… ¿quien
dijo al pueblo?
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