De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Le
costó sudores, discusiones con jefes, compañeros y políticos,
horas robadas al sueño, descontrol de horarios, muchas pesadillas,
peleas y cabezazos contra el muro de la burocracia y un buen pellizco
de los presupuestos, y casi hasta el divorcio, hasta que todo encajó.
La vacuna que curaría el Covid19 veía la luz gracias a su
intuición.
Con
pocos medios y grandes esperanzas luchó como un Titán con uñas y
dientes y reclutó a varios colegas, tan entusiastas como él.
Científicos y sanitarios, mascarillas, guantes y EPIs en ristre,
compartieron conocimientos, desvelos, avances y retrocesos.
Hasta
que poquito a poco vieron la luz al final del túnel.
Del
primero fue fácil salir. La vacuna, la gran solución llegaba de sus
manos. Aún en pañales, el nuevo futuro de la Medicina nacía. El
paso ya estaba dado. De ahí a la Luna. O casi.
Como
jefe de la expedición, se aventuró a caminar los siguientes pasos
saliendo de otros túneles para dar voz y esperanza a su
descubrimiento por diferentes rutas. Algunos senderos parecían más
luminosos y atractivos que otros. Los platós de televisión fueron
atajos que le cedieron todo el protagonismo. Y él se fue dejando
querer.
Era
el Nuevo Salvador, una nueva estrella de la Ciencia, el que
posibilitaría una nueva normalidad, en una sociedad -en teoría-
algo más sensata, más justa y precavida.
Su
sonrisa, su porte juvenil, su don de gentes se pusieron por delante
de sus investigaciones y logros científicos.
Y
en esas estaba cuando una Princesa de gran influencia televisiva
movió sus pestañas y rebajó su escote; y, al segundo guiño de
negro rimmel,
él se dejó seducir por su veneno.
Los
focos de los platós obnubilaron su perspectiva de manera letal, y
sus gafas de científico se quedaron olvidadas, desintegradas entre
la porquería de algún mullido sofá donde compartió tertulia
vocinglera con pseudoperiodistas,
que de nada sabían pero que de todo opinaban. Amodorrando y
confundiendo, más si cabe, a un público que se dejó cegar y
envenenar por la caja tonta una vez más; negándose a ver las
abultadas cifras de muerte y desolación que se les clavaban como
espinas de rosas crueles y contaminadas.
Las gracias que gustaban del doctor nada tenían que ver con la Medicina. La nueva vacuna que traía el rebautizado por las tertulias de pacotilla como ‘Doctor Estrella’ funcionaba igual que la vieja. Gritos, barullos, enredos de amor simulado, brillos de oropel y ficción alargada para esquivar una realidad amarga, seca e injusta.
Y
pronto su cara y porte atléticos dejaron de ser relevantes dentro de
su primera profesión. Hasta las investigaciones de la vacuna,
pensada como supuesta salvadora, se fueron dejando de lado, el dinero
dejó de llegar a los laboratorios que investigaban. Esto llenó de
vergüenza a la profesión. Tanto que ni un sanitario quiso volver a
ver su nombre asociado al suyo.
Acompañado
de la Princesa televisiva y de una corte de serviles y mediocres
seguidores, el Doctor
Estrella
acaparó portadas y demasiados minutos de falsa gloria entre copas de
champán, chalets de lujo ostentoso y cruceros en yates fastuosos.
Olvidando
su principal misión, base del juramento hipocrático, primum
non nocere,
la nueva estrella televisiva vendió su alma y su profesionalidad por
el endiablado brillo de unas luces irreales. Y perjudicó, sin querer
ni saberlo ni reconocerlo, a los que aún por ese entonces estaban
todavía sanos.
Su
esposa, médico anestesista de prestigio en la profesión, antes y
ahora, desde ahora ex esposa, logró un satisfactorio acuerdo de
divorcio. Desligó su nombre de aquel que fuera su admirado compañero
y científico, y con la venta del piso consiguió un buen dinero con
el que emigró a Canadá para rehacer su vida. Obtuvo su espacio en
una clínica privada y anónima con un excelente contrato. Volvió a
casarse con un médico sin nombre reluciente. Y fue noticia durante
un tiempo hasta que los escándalos, quizá por efecto de los fríos
canadienses, no terminaron de llegar a las cálidas y soleadas
tierras españolas.
A
pesar de todo, él, el Doctor
Estrella,
siguió copando exclusivas en la caja tonta con noticias y escándalos
absurdos, pero que tapaban la sed de justicia y salud de la
población.
No
se ha encontrado una vacuna para esta terrible plaga que, de manera
intermitente, cinco años después, aún nos asola y desbarata
nuestras existencias.
Se
rumorea que sería una inversión de capital demasiado costosa y
arriesgada que nadie, ni el más rico de los millonarios, estaría
dispuesto a financiar.
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