Esta
casa se retroalimenta de mí, me agota. Estoy encerrado entre cuatro
paredes con una mujer a la que sigo queriendo pero que ya no llena mi
vida. ¿Por qué se dirá lo de estar encerrado entre cuatro paredes?
Si fuera así flotaríamos en una especie de nube y sobre nuestras
cabezas, en vez de un techo, tendríamos un cielo repleto de sueños.
Pero no, en realidad estamos encerrados entre seis paredes y estos
meses de confinamiento han puesto aún más distancia entre nosotros.
En casa no hay discusiones, ni malas palabras, ni tan siquiera
reproches. Es una especie de remanso de paz pero sin paz, como una
guerra fría. ¿Cuánto hace que sucede esto? ¿Tres años? ¿Cinco?
Demasiado tiempo para que algo cambie. Y sin embargo, por temporadas,
parece que todo revive y somos felices. Temporadas en las que yo no
pienso en lo que nos sucede. Porque cuando pienso y digo lo que
pienso estalla la tormenta. Una tormenta fría, sin rayos ni truenos,
que nos lleva a una estación donde no existen ni caricias ni besos
ni abrazos; tan solo un silencio doloroso y una barrera invisible. A
veces, sueño que los sueños del cielo descienden sobre nuestra casa
para volvernos a la vida, pero entonces recuerdo que hay un techo, un
tejado, en donde quedarán prendidos a merced del agua, del viento y
de la nieve; como nosotros.
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