¡Por fin! - Cristina Muñiz Martín


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De la serie "Relatos sobre una cuarentena"



¡Por fin! Por fin podía salir a dar un paseo tras el largo confinamiento que más que una cuarentena se había convertido en una cincuentena. A mí me tocaba salir de seis a diez de la mañana o de ocho a once de la noche. Que digo yo que quien pensó eso debía de estar muy cansado o tener mal día, o no sé. Pero vamos a ver, alma de cántaro, quién se va a levantar a las seis de la mañana teniendo todas las horas del día libres. Que sí, que vale, que siempre hay algún loco, pero la mayoría de la gente se levanta a la hora en que termina el primer turno. Y de ocho a once, como que no lo veo. Estar todo el día metida en casa para salir ya casi al anochecer. Pero bueno, hay que cumplir las normas, así que empecé a preparar la primera salida con la misma ilusión con que antes preparaba un viaje alrededor del mundo. Me depilé las piernas, que vale, nadie me las iba a ver, pero yo sabía que los pelos ya habían pasado del medio metro y me daba cosa por si me pasaba algo, no sé, que me pillara un coche o me diera un mareo de tanto aire y acabara en el hospital. Comencé a prepararme con todas las precauciones, que no soy como esas personas descerebradas que salen sin importarles ni su salud ni la de los demás. Busqué ropa que aguantara un lavado de sesenta grados mientras pensaba que si las manos quedaban libres del 'bicho' solo con agua y jabón, por qué decían que la ropa debía lavarse a sesenta grados. Bueno, por si acaso elegí unos vaqueros y una camiseta vieja y como hacía frío un jersey de lana. ¡Espera, espera!, me dije, que la lana debe lavarse en agua fría. Miré en el armario y no encontré nada adecuado, unas prendas porque no soportaban la temperatura alta y otras porque no me entraban por la manía de mi hijo de entretener las tardes haciendo tartas, bizcochos y galletas. Entonces pensé que si me ponía encima el abrigo largo el resto de las prendas no estarían expuestas. Se me quitó un peso de encima. Me costó entrar en los vaqueros, pero tirada en el suelo y encogiendo la barriga conseguí meterme dentro. La camiseta, el jersey y el abrigo sin problemas. ¿Y de calzado? Zapatillas de deporte mejor, que tanto tiempo sin poner unos zapatos a ver si me iba a hacer un esguince. Lo malo era al volver. Bueno, quitaría el abrigo, los vaqueros y las zapatillas de deporte y lo dejaría en un lugar apartado mientras se morían los posibles 'bichos'. También podía alternar las zapatillas de deporte con los botines, las botas altas y los zapatos. Todo controlado. Acabé de vestirme. Ya casi estaba. Me enfundé en la mascarilla y no sé, me vi así como un poco rara, fea, vieja…, que sé yo. Las gomas de la mascarilla me aplastaban el pelo haciendo más visibles los cinco centímetros de canas. No qué va. Yo así no salía a la calle. ¿Gafas de sol? Sí, por qué no, el día estaba nublado, pero así no me conocería nadie. Ya estaba lista. Bueno, no del todo, que me seguía viendo rara. ¿Y si me veía de esas pintas algún vecino o amigo? Pasé un rato pensando y encontré la solución poniendo un gorro. Me miré al espejo. No me conocía ni yo. Salí de casa muerta de miedo. Bajé por las escaleras con cuidado, porque entre que me ahogaba y casi no veía… pero no era cosa de andar tocando botones en el ascensor. Al llegar al portal vi horrorizada que se acercaba un hombre, no sé quién sería, no lo reconocí. Por si acaso abrí la puerta y me parapeté tras ella. No nos saludamos. Salí a la calle y sentí una sensación extraña, como si me acabaran de soltar en medio de una selva llena de animales peligrosos. Una vecina se acercaba. A esa sí que la reconocí, pero por suerte ella a mí no. Me aparté unos metros, como cinco o seis, a la izquierda para que pasara. Cuando se perdió en el portal di unos pasos. Por la acera se acercaba una pareja. Crucé al otro lado. Pero allí era peor, porque había por lo menos seis personas y no estaba muy segura de que mantuvieran los dos metros de distancia. Lo había estado estudiando en casa y ya sabía calcular dos metros con bastante exactitud. Bueno, exactamente cuatro, que de lo que digan esos del gobierno tampoco me fío mucho. Volví a cruzar. No había nadie. Respiré profundamente y eché a caminar. Llevaba veinte pasos (los iba contando), cuando vi al fondo a un adolescente con un patinete. ¡Me entraron unos sudores! Volví a cruzar. Había tres personas hablando y, aunque lo hacían a distancia, no lo veía yo demasiado seguro. Esperé a que pasara el del patinete. Volví a cruzar. Di otros siete pasos y ¡hala!, un corredor. Ya no sabía donde meterme. Miré a todos lados y decidí ir por una calle pequeña y peatonal. ¡Bien! No había nadie. ¡Craso error! Al momento aparecieron un hombre, dos mujeres, una pareja con patines y una corredora. ¡Y la calle no tenía salida! Tuve que retroceder a pasos largos y me vi de nuevo en el punto de partida. Miré enfrente. Los que estaban hablando ya se habían ido. Crucé. ¡Por fin! Cuarenta y siete pasos llevaba cuando sentí una especie de alarma. ¿Qué era eso? El ruido salía de un balcón. Era el vecino cotilla que nos vigilaba. Con el índice de la mano derecha empezó a dar golpes a la esfera de su reloj. Miré el mío. No lo podía creer. Entre cruce y cruce había pasado una hora. Y no había avanzado más de veinte metros. Pero cualquiera se arriesgaba con ese policía de balcón que llevaba denunciado a medio barrio. Regresé a casa nerviosa, enfadada, cansada, empapada en sudor y medio asfixiada. Me quité el gorro, la mascarilla, las gafas de sol, los guantes de látex, las zapatillas de deporte, el abrigo, el jersey, la camiseta, los vaqueros que al abrirse liberaron una barriga deprimente y… ¡se me había olvidado el sujetador! ¡Había salido a la calle sin sujetador! ¡Qué vergüenza! ¿Se habría dado cuenta alguien? Me metí en la ducha para quitar el sudor y para serenarme. Lo volveré a intentar mañana. En vez de a las diez me levantaré a las nueve para planificarlo bien con alguna aplicación de esas que te dicen por dónde ir y hasta donde llega un kilómetro. Espero conseguirlo. Y mientras tanto rezaré para que baje la temperatura, porque como haga calor...














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