De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Ya
estamos en finde, un poco de relax para recuperarse del trajín de la
semana, pero no sé hoy me he levantado tristona, creo que estoy de
bajón, esta crisis y sus fases
me empiezan a preocupar. Mientras se cuecen patatas para hacer
ensaladilla rusa abro la ventana de la cocina mirando hacia fuera, el
paisaje sigue siendo el mismo, árboles creciendo, flores adornando
los parterres, hierba mojada tras la lluvia nocturna, la melancolía
me ha pegado fuerte esta mañana.
Por
encima de las copas de los árboles veo una pareja de gaviotas
revolotear disfrutando de su libertad, también contemplo a otra de
pegas persiguiendo a un pobre mirlo que sólo buscaba a ras de suelo
comer algún insecto, al ser tan territoriales no permiten que ningún
ave retoce cerca de su nido. A mi espalda Toño me pregunta -¿Qué
te pasa corazón
que suspiras tanto?- Y es verdad, me siento el pecho un poco oprimido
y gracias a los suspiros logro mantenerme aliviada. Me vuelve a
hablar - ¡Bajo la basura!- de acuerdo le digo y me asomo a la
ventana del otro lado de la casa donde se ven los contenedores de
residuos.
La
mañana esta gris con el suelo mojado, el contenedor de la basura
permanece abierto, según aconsejan para que los vecinos no toquemos
la tapa de apertura y haya menor contacto entre nosotros. Me pongo a
pensar que después de la lluvia copiosa de anoche las bolsas con
basura se habrán mojado, algunas serán impermeables pero otras no y
los residuos de su interior también se habrán mojado. Quizás haya
guantes, mascarillas o toallitas de limpieza y es posible que tengan
restos del virus dichoso. Al no estar en recipientes impermeables el
virus se habrá escurrido hasta la parte baja del contenedor y éste
al tener agujeros para aliviar el agua caída habrá salido al
exterior, o sea a la carretera, donde a su vez habrá discurrido
hasta la alcantarilla más cercana o bajando por la cuesta hasta el
río. ¡Qué asco! Si el río está contaminado también lo estará
el mar, y por ende los peces que nos comemos, así que el virus
vuelve de nuevo a nosotros. Está visto que de ésta no salimos, es
el fin de nuestra civilización lo presiento.
¡Manda
webos que negativa estoy hoy! Para animarme miro hacia arriba y veo
encima nuestro una nube de
estorninos dibujando
olas en el cielo, me paro un instante en su contemplación sin pensar
en nada, sólo disfrutando de sus acrobacias, hasta que oigo sonar la
llave en la cerradura de la puerta mientras Toño la abre, me acerco
al pasillo para verle ya que tarda en entrar, y casi me caigo del
susto, tenía la cabeza y los hombros cubiertos de manchas blancas.
-¿Qué te ha pasado?- le pregunto, pero no hace falta que responda,
los estorninos le han cagado pero bien.
Sin
dudarlo le grito que salga al descansillo donde limpiarle, no quiero
que llene la casa de cacas de pájaro. Con un cubo lleno de
detergente y una bayeta vieja le voy quitando poco a poco lo mayor,
la cabeza con una toallita desechable y le doy ropa limpia para
mudarse. -¿En el descansillo?- me dice. Sí, le respondo, no
quiero ni un resto de mierda en casa, que a saber los virus que
tendrá. Obediente lo hace y mientras se lava la cabeza en el
fregadero, en un barreño pongo en remojo la ropa cagada. ¡Qué
asco!
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