No sé qué me pasa - Gloria Losada



 
Eran las cuatro de la mañana. Agosto había comenzado fuerte climatológicamente hablando y hacía un calor de mil demonios. No era capaz de dormir, así que me levanté y tal y como estaba, en bragas, me salí al jardín, me senté en la misma hamaca en la que me había pasado la tarde tomando el sol y encendí un cigarro. El silencio era roto solo por el canto de los grillos. El cielo se veía salpicado de estrellas, lo típico y normal de una tranquila noche de verano. Bueno tranquila... De pronto me fijé en una potente luz blanca que de vez en cuando se dejaba ver a través del seto que separaba el jardín de la calle. Lo hacía a intervalos rítmicos, como si se tratase de un faro de esos que alumbran a los barcos. Me levanté, abrí el portón y pude comprobar que la calle estaba totalmente vacía, salvo un par de coches aparcados. Una oleada de miedo me sacudió por dentro y mi corazón empezó a latir con fuerza. A ver si algún ladrón se había escondido dentro del seto y hacia señales a sus compinches con una linterna... o tal vez fuera un ovni, y yo estuviera a punto de vivir un encuentro en tercera fase sin saberlo. Cuando conseguí calmar un poco mi inquietud volví a mi hamaca. Durante un rato permanecí atenta a algún acontecimiento, pero como no pasaba nada cerré los ojos y noté que el sueño se iba apoderando de mí... hasta que aquel ser extraño salió del seto. Era un hombre, o al menos eso parecía, vestido con un buzo sucio de grasa, las manos negras, despeinado… tenía toda la pinta de un mecánico, lo extraño era… que no levantaba más de dos palmos del suelo, o tal vez palmo y medio... era como si una persona normal hubiera encogido. Estaba de muy mala leche y soltaba sapos y culebras por aquella boca de proporciones mínimas, aunque su voz se escuchaba potente y clara.
-Me cago en (biiiip), me cago en la (biiip), puto coche de mierda se le ocurre estropearse ahora y el gilipollas de Ramón me llama a estas horas, como si yo fuera el mecánico de guardia, no te jode. Si mañana tiene que salir de viaje que coja un taxi, a ver donde encuentro yo ahora la pieza esa de los cojones.
Yo no salía de mi asombro. Me froté los ojos, me pellizqué, pero todo parecía indicar que no era un sueño, que lo que estaba viviendo era realidad pura y dura. De pronto el ser diminuto se fijó en mí.
-¡Hombre, guapa! Vaya visión... Hacía tiempo que no contemplaba yo unas tetas tan bien puestas.
Es lo último que recuerdo de aquella noche. Supongo que me desmayé, porque lo siguiente que me viene a la cabeza es el frío de la mañana, el canto de los estorninos despertándome y yo corriendo hacia el interior de mi casa con la completa seguridad de que lo ocurrido no había sido más que un sueño.
No me preocupó demasiado y seguí con mi vida de siempre. Hasta unos días después, una mañana en la que un episodio parecido me confirmó que o en el mundo ocurría algo extraño o yo me estaba volviendo tarumba.
El timbre sonó insistentemente y yo abrí la puerta. En el suelo había un paquete que estaba esperando, nada más. Nadie, ninguna persona que me lo fuera a entregar, o eso pensaba yo, hasta que escuché una voz malhumorada.
-¿Quieres hacer el favor de firmarme aquí? No tengo todo el día.
Detrás del paquete había un hombre diminuto, parecido al mecánico, pero esta vez era un repartidor de mensajería, que me tendía una hoja y un bolígrafo, los cuales era de tamaño normal por lo que abultaban más que él. Los sostenía con naturalidad, como si no le pesaran. Yo flipaba. No sabía si echarme a reír o llorar. El caso es que le firmé el papel y en cuanto se lo devolví vi como se metía en su furgoneta, arrancaba y se largaba. Imposible que con su tamaño llegara a los pedales y al volante a la vez, pero él marcharse, se marchó. Yo recogí el paquete, entré en casa y me tumbé en el sofá. Tenía que contárselo a alguien o me volvería loca. Aquello estaba claro que no había sido un sueño y normal, desde luego que no era.
El asunto terminó de rematarse aquella tarde, en la que tenía revisión ginecológica. No voy a entrar en muchos detalles, prefiero resumir. Cuando entré en la consulta no había nadie, el ginecólogo era un diminuto y cuando me espatarré en la camilla entró entero por mis partes íntimas, ni dedos ni nada, todo, tal cual era, exploró lo que creyó conveniente y cuando salió y me dijo que iba a mirarme las tetas entonces ya me vestí como pude y salí de allí como alma que lleva el diablo directa a urgencias psiquiátricas. Esta vez el médico era un ser humano normal. O al menos eso parecía porque cuando le conté lo que me ocurría sonrió como un imbécil y me dijo:
-No pasa nada mujer. Este año el calor está apretando mucho y los efectos son imprevisibles, estás perfectamente. Evita el sol, toma mucha agua para hidratarte el cerebelo y demás partes del interior del cráneo y haz tu vida normal. Probablemente no dejarás de tener esas alucinaciones hasta que empiece octubre y llegué el viento otoñal. Siguienteeeeee.....
Es evidente que están todos locos. O solo estoy yo.... pero nada es normal, o sí, no sé, no sé lo qué me pasa. Por si acaso me he puesto una camisa de fuerza casera que me he hecho yo misma con una lona y un par de cinturones y me he encerrado en el sótano de mi casa a esperar que llegue el viento otoñal, a ver cómo sigue la cosa entonces.















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