De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
En
estos días parece que Dios se hubiera puesto del lado de los locos.
O tal vez todos lo estuviéramos ya y no nos habíamos dado cuenta
con el ritmo de vida que llevábamos. Hasta que nuestro mundo se
detuvo, sorprendido por un susto enorme, como cuando te pegan un
grito inesperado y se te sube el corazón
hasta la garganta queriéndosete escapar del cuerpo.
Así
estoy yo con el mío, por culpa de Doña Pura, mi vecina,
cariñosamente apodada la loca
por unanimidad. Trotando pasillo
arriba y abajo, con sus gimnasias, que parece que un tsunami se vaya
a llevar el edificio abajo, y hablando sola y destrozando canciones
del año catapúm
a grito pelado desde que se levanta hasta que se acuesta.
Y
menos mal que a las horas de paseo ya sale un poco. Así me evita el
martirio total. A mí y a todos los del bloque. Que algunos ya me han
pasado notitas debajo de la puerta con ideas de cómo callarla.
‘Un bozal, Javier, hay que ponerle un bozal.Chico, es que parece un estornino sordo buscando pareja o pelea…Desquiciada de la vida estoy.’
Ana
Pareja,
lo dudo. Porque a ver quién aguanta con esos gritos, esos olores, y
eso… Bueno, todo eso. Ni Dios, por muy loco o loca que estuviera.
‘No terminamos la semana juntos. Veo el divorcio cada vez que Miguel abre la puerta.
Se
debería hablar seriamente con ella.’
Lola
¿Y quién le pone el cascabel al gato? Complicado… Doña Pura ya vivía aquí cuando ‘los jóvenes modernos’ llegamos. Muy céntrico, muy barato, todo a mano, muy cómodo. Una ganga tras la crisis aquella y todos caímos. Pero entonces ella estaba calladita. Y como por las mañanas íbamos a trabajar y no volvíamos hasta las cuatro o así, a la hora de sus telenovelas ella estaba sentadita en su sillón echando la siesta, pues no sabíamos lo que teníamos al lado pared con pared.
‘Alguien debería sorprenderla en el ascensor y atarla como una butifarra.
Y
que deje de corretear. Que la migraña ya no se me quita en la vida.’
Jaime
Ahora, como casi todos teletrabajamos, que vaya chollo tienen los jefes con eso de que se rinde más y no se pierde tiempo en el transporte, nos hemos encontrado ‘el pastel’ de golpe y en toda la cara. Zumbándonos a todos en los oídos, vaya.
Reconozco
que soy un pelín cobarde. Leo las tarjetitas y no soy capaz de
contestar a mis vecinos.
‘Vale, me ofrezco yo voluntario.
Ya
mañana intento hablarlo con la vecina…’
Pero
luego me lo pienso mejor y me digo…
‘¿Y por qué me tiene que tocar el premio este a mí?
¿Es
que no hay más valientes?
Que bastante tengo yo con las videollamadas de mi madre, que me llama para ver si he comido bien, que si he hecho mi cama, y que tenga cuidado con el bicho, que si le pica a ella a ver quién me cuidará…
‘Que tengo cuarenta y cinco años, mamá. Joder. Que vivo por mi cuenta desde hace quince años. O veinte. Ya ni sé contar...
Que
soy gay. No sé si te acuerdas de David, el que te llevaba las bolsas
del mercado y te regalaba flores. Ese chico tan majo, sí. Ese. Pues
somos pareja.’
Eso no se lo digo, claro. Sería un mal hijo. Pobre madre mía. ¿Qué iba a ser de ella si no pudiera ni llamarme por teléfono? Si habla hasta con las plantas del descansillo.
Y
pobre David, que todo este caos le pilló de vuelta de un viaje de
trabajo a Turín. Y en un hotel del aeropuerto de Barcelona se quedó
en cuarentena preventiva. Gracias internet por las videollamadas…
Dos meses juntos pero separados quinientos kilómetros. Qué largo se
nos está haciendo todo…Y qué caro…
En
fin, a ver si esto de las fases
termina y volvemos a la normalidad, a la nueva o a la vieja, ya no
sé… Porque hasta el moño estoy de telerreuniones
que me comen la vida y me tienen los nervios como pelusas rodantes
que me acorralan en casa, más aún, y no me dejan ni pensar. Para
planear una estrategia de reunión con la
loca estoy. Vamos, vamos…
Que
está claro. De esta acabamos todos más desquiciados que antes. Los
psicólogos van a hacer su agosto, pero bien hecho.
Asomado
a la ventana el tiempo pasa lento y veo salir a la
loca. Perfectamente equipada de
pies a cabeza; mascarilla, guantes, gorro de ducha, botas de agua,
camina moviendo sus enormes posaderas de un lado a otro de la calle.
Al menos nos da una tregua.
Estoy
deseando pasar a la siguiente fase,
aunque no sé muy bien qué se podrá hacer. Pero sálvese el que
pueda. De malignos bichos invisibles que separan y complican vidas,
cobardicas varios, jefes ruines y vecinas locas.
Que
madre, no hay más que una. Y a correr.
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