Un mal día - Esperanza Tirado


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De la serie "Relatos sobre una cuarentena"


Creo que se me ha puesto el corazón de piedra, o el alma, o los huesos, o no sé. Empiezo a estar muy cansada… Será que ya hace tiempo que no veo a mis nietos, ni los abrazo ni los beso. Desde que estoy en casa de mi hija la soltera veo las cosas de otra manera. Ella tampoco tiene mucho tiempo para darme besos ni abrazos ni mimos. La entiendo. ¿Cómo no la voy a entender si la he parido yo?
Entiendo que me sacara de la Residencia por mi bien y me llevara a vivir a su casa, algo escasa para dos personas tan distintas. Tal vez estoy mejor aquí que en la Residencia. Tal vez a estas alturas, de seguir allí, ya no estaría contando esto. Porque tal vez me habría muerto en la habitación o aparcada en la salita de la tele. Que nos trataban muy bien, siempre pendientes de nosotros; pero éramos demasiados y demasiado pidones para el poco personal que contrataban. Sé por mi hija, que trabaja en el supermercado de dos calles más allá de la Residencia, que se murieron varios de mis compañeros por el virus del demonio ese que vino de China o de no sé yo dónde. No me ha dicho nombres, pero me figuro quienes serían. Lolina, la de la 30 seguro. Andaba mal del riñón, y del corazón, así que ella, tan débil, seguro que ha sido una de las que primero se fueron. Y Don Miguel, el de la 41, tan serio y tan huraño con todos. Con esa tos de perro que nos sobresaltaba de noche. La señora Paloma, la de la 27, tan dulce, siempre regalándonos sus coplas, que ya casi no le salía la voz del cuerpo… Y alguna de las cuidadoras y celadores también se infectaron, seguro. Mi hija no me ha dicho mucho más. Pero es lógico que entre tantos males de viejos pululado, por mucho que se limpie y se desinfecte, algo se pilla.
Pero bendita Residencia. Con lo a gusto que yo estaba. Que no daba qué hacer a mi hija. Ella venía de visita los sábados y los domingos cuando descansaba, y nos pasábamos las tardes dando paseos al sol cuando hacía bueno, o jugando al parchís, a la brisca, o al cinquillo, si estaba fresco para salir. A veces le hacía trampas, pero ella no me decía nada. Me daba besos y me enseñaba las fotos y los videos de mis niños, que viven en Alemania con mi hijo el mayor. Allí las cosas son de otra manera. Pero tampoco podrán venir este verano. Lo sé por lo que me cuenta mi hija. Que yo, como no tengo móvil, pues no puedo hablar con mi hijo. Solo cuando él llama a su hermana, de Pascuas a Ramos. Y ahora ya, cada vez menos.
Ay, mi hija…, ahora no da abasto. Entre el horario del súper, que se lo han cambiado, tanta medida de seguridad antes, durante y después de trabajar... Ducharse, desinfectarse, y luego hacer las cosas de casa, comprar, hacer la comida, ayudarme a mí... Que yo me valgo más o menos, pero para bañarme se queda ella conmigo por si acaso. Que los baños de la Residencia eran una maravilla. Bueno, aquí nos apañamos. No tengo queja.
Pero este bicho va a acabar con nosotros y con nuestra paciencia. El otro día, después de cenar, la escuchaba hablar sola en el baño. Gritaba más bien. Desahogándose, claro.
Que si los del gobierno están dando vueltas como un hámster en su jaula, que hoy una historia y mañana la contraria. Pues yo quiero mi test. Que me lo merezco. Igual que los sanitarios y los policías. Que a ver lo que me pagan este mes porque bien que estamos dando el callo con las horas extras. Que mucho aplauso, y mucho ‘qué buenos son que son unos héroes’, pero a ver si nos dan mascarillas y protecciones adecuadas. Que viene gente a comprar tosiendo y no se tapan la boca. Que si hay que desinfectar y limpiarlo todo después y luego se quejan de que hay que hacer una cola larguísima fuera, mientras escupen en el suelo de la calle. Que qué voy a hacer con mi vida, con mi madre aquí otra vez… Que vaya mierda de todo. Que vamos a acabar desquiciados y saliendo a la calle a pegar gritos o tiros…
A mí me asustó mucho, porque mi hija es bastante tranquila y nunca ha dicho una palabra más alta que otra. Pero no me levanté a preguntar. Ya me imaginé que había tenido un mal día. Como todos últimamente, cada uno a su nivel.
Así que me quedé en el sillón, con la tele puesta sin el sonido, viendo como el experto del gobierno hablaba y hablaba y se le salían los ojos de las cuencas por falta de sueño. Demasiadas cifras malas deben invadir sus pesadillas por las noches. Entonces escuché el agua del grifo de la ducha y creo que me quedé dormida.
Mi hija encontró una piedra redondita y aún caliente encima de la mesa-camilla cuando volvió de la ducha. Sé que hubo revuelo de sirenas, muchas voces hablando al mismo tiempo, pitidos de máquinas o algo así.
Pero después todo se quedó en silencio. Y, por fin, pude descansar.








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