Desesperada - Pilar Murillo


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De la serie "Relatos para una cuarentena"

 
Cojo el teléfono y una voz que reconozco comienza a soltar palabras que no logro entender, primero porque habla demasiado rápido y alterada y segundo porque estoy en la calle en la franja de horario que le corresponde a mi madre el paseo. Al otro lado del móvil quien se comunica conmigo es mi hija con un tono de voz nervioso y desesperado. Y le digo que vaya más despacio que no logro entenderla.
Y comenzó a contarme más despacio, pero desesperada. “Bueno mamá, si me tiran una piedra a la cabeza, no sangro”, “A ver hija…” le digo yo, “… ¿No sería mejor usar la frase hecha de: si me pinchan no sangro?” “mamá, pensar en una jeringuilla hace que se me nuble la vista”, “Vale, es mejor que tu madre se imagine verte apedreada, que por otra parte creo yo que no va a estar bien elegida “Entonces mi hija, una joven de apenas 29 años cumplidos comienza a relatarme que ayer mismo la llamó su jefe para que se reincorporase al trabajo en una clínica de salud privada en la que ejerce de enfermera.
Laura, mi hija estaba indignadísima porque la llamaban el día antes para que se reincorporase hoy, después de 50 días de confinamiento de los cuales llevaba una semana sin salir de casa para nada por un cuadro de asma. De esto le informa a su jefe, que en el centro de salud donde ella vive acudió a una consulta porque no respiraba bien, avisando de que a veces padece de asma y que la mandaron estar confinada quince días sin hacer el test.
Su jefe se da por enterado, pero le ha insistido en hacerse el test, que lo exija como es debido que si no tiene virus la necesita.
A medida que iba hablando conmigo se fue calmando, pero me ha dicho que a una de las recepcionistas del centro de salud ya no sabía como decirle que necesitaba que le hicieran el test para reincorporarse al trabajo, que estaba segura de que ella ni tenía el coronavirus ese, ni lo había pasado, que era una mujer de riesgo porque tiene asma, pero que lo haría bajo su responsabilidad. Me dijo que al final del todo tuvo que alzar la voz para decir: “yo quiero mi test”.
Yo le dije que la mejor solución era que en lugar de test pidiese un certificado a su doctora de que tiene asma y es una persona de riesgo para no empezar a trabajar. “mamá necesito trabajar ya, necesito seguir pagando mis facturas y seguir comiendo.” “Vale, de acuerdo” Le dije y me despedí con un beso tirado al aire. Y pensé que el aire se estaba llevando todos los besos del mundo últimamente y que metafóricamente mi hija iba sola a la condena de ser apedreada. Sí, ya sé que no es lo mismo, pero si coge el virus, a pesar de tener 29 años puede ser un cuadro grave y entonces sí que yo me voy a volver loca y apedrear, morder, y de todo lo que se me ocurra.
Necesitamos que los científicos desarrollen de una vez alguna vacuna que nos garantice una estabilidad de salud duradera.
Y que hagan los test a los trabajadores para continuar con la vida cotidiana.






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